Un santo para cada día: 10 de agosto San Lorenzo

San Lorenzo
San Lorenzo

“Estos son los tesoros de la Iglesia. Aquí los tienes”

Dice el Papa Francisco que “los mártires son cristianos ganados por Cristo, discípulos que han aprendido bien el sentido de aquel “amar hasta el extremo” que llevó a Jesús a la Cruz”.

El martirio de San Lorenza dejó honda huella en la memoria de las gentes, que fueron transmitiéndola de forma oral, sin embargo no tenemos ningún documento escrito de aquel martirio. Los primeros que hablan de él son el poeta hispanolatino Aurelio Prudencio y San Ambrosio, obispo de Milán, está también el florentino Dante Alighieri que transforma en materia poética el martirio de San Lorenzo. Nos encontramos ante la cruel persecución de Valeriano . Todas lo fueron.

Corría bien avanzado el siglo III, hacia 1258. Había 7 diáconos en la Iglesia de Roma. Lorenzo era el principal de los 7 y además era el encargado de custodiar la “caja” donde se guardaban las aportaciones económicas que recibía la Iglesia, le llamaban “el diácono del Papa Sixto” por la confianza que éste depositaba en él, incluso algunos pensaban que tal vez algún día pudiera llegar a sucederle.

En Roma eran los prefectos los encargados de juzgar y condenar a los cristianos que eran apresados, apoderándose de sus bienes y lógicamente, uno de los primeros a quienes apresaron fue al propio Papa, cuando estaba celebrando misa en el cementerio, en homenaje a todos los mártires enterrados allí. Dicen que Lorenza pudo verle cuando le llevaban al suplicio y recibir su bendición, dándose ánimos mutuamente para soportar todas las torturas a que habrían de ser sometidos. El Papa Sixto fue decapitado.

San Lorenzo
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Como Lorenzo tenía custodiados los bienes de la Iglesia, no quisieron apresarlo junto con el Pontífice, pues querían obrar con cautela, para así poder obtener el beneficio que esperaban. La Iglesia, se pensaba, poseía muchas riquezas y Lorenzo sería el medio para poder apoderarse de ellas. Al día siguiente de morir el Papa fueron a por Lorenzo. Entonces el prefecto le presiona para que le entregue las riquezas en posesión de la Iglesia. Lorenzo le pide tres días de plazo para poder reunirlas y el prefecto se frota las manos satisfecho, creyendo que ante el miedo a las torturas y pensando que tal vez si se las entregaba podría librarse del suplicio. Todo parecía indicar que el honorable diácono había caído en la trampa y estaba a punto de claudicar caería en la trampa.no había ningún inconveniente en concederle los tres días del plazo por él solicitados.

Durante estos tres días Lorenzo recorre toda la ciudad de Roma, logrando reunir a muchos de los pobres que él había socorrido con los bienes procedentes de limosnas y donaciones a favor de la Iglesia y que el mismo administraba. Fueron convocados los ciegos, lisiados, enfermos, etc. Y cumplido el plazo que se le había otorgado, se presentó ante el prefecto diciéndole: “Estos son los tesoros de la Iglesia. Aquí los tienes”. El prefecto, viéndose burlado, monta en cólera y manda que preparen un gran lecho de carbones encendidos y que sobre él coloquen una gran parrilla, sobre la que habrían de depositar el cuerpo desnudo de Lorenzo. Y ese fue el final del valiente diácono, que con los ojos puestos en el cielo no cesaba de alabar a Dios en medio del tormento. Seguro que el Papa Sixto le estaría esperando para darle un abrazo de paz en el Reino del Padre Eterno.

Reflexión desde el contexto actual:

El precio que se le pidió a Lorenzo para que pudiera salvar su vida fue que entregara los preciosos bienes de la iglesia entre los que encontraba el santo grial y aquellos recursos materiales que representaban la única esperanza de los desamparados. pensó Lorenzo que asegurar el pan de los pibres era mucho más importante que su propia vida y por eso generosamente se inmoló. La fortaleza de los mártires ha sido siempre y sigue siendo el gran tesoro de la Iglesia. Este don divino no es algo que pertenezca al pasado sino que como bien acaba decir Francisco es una gracia que el Señor concede a todos los bautizados. “ El mártir, nos dice, es un hermano, una hermana, que continúa acompañándonos en el misterio de la comunión de los santos, y que, unido a Cristo, no se desentiende de nuestro peregrinar terreno, de nuestros sufrimientos, de nuestras angustias”

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