Teología básica del judeocristianismo (I) (109-M )

Hoy escribe Antonio Piñero

Seguimos con la idea central del núcleo del argumento sobre los “recuerdos” acerca de Jesús (V). Abordamos ahora, como prometimos, los rasgos fundamentales de la teología –sobre Jesús especialmente- del judeocristianismo, uno de los dos tipos básicos del cristianismo en el último tercio del siglo I.

Los primeros discípulos de Jesús después de muerto estaban concentrados en Jerusalén, y allí comenzaron a formar una "facción" o grupo fuerte dentro del judaísmo de su momento. Pero no nos han dejado absolutamente ningún documento directo, de primera mano sobre su pensamiento. Por suerte, sin embargo, tenemos testimonios indirectos pero muy valiosos y claros de su teología a través de los evangelios sinópticos, incluidos los Hechos de los apóstoles, y las epístolas del Pablo auténtico.

Además, del siglo II, quedan pequeños retazos de evangelios judeocristianos y finalmente, para el siglo III tenemos la literatura pseudoclementina. Gracias a esta literatura -de los siglo i y II- podemos deducir los principios teológicos básicos del judeocristianismo, aunque en la mayoría de las veces por oposición..., como ocurrirá con Pablo.

Pablo, el primer autor cristiano, tiene su “propio evangelio”. Cuando el Apóstol habla de la muerte de Jesús no suele insistir en circunstancias históricas concretas: que lo mataron los judíos, la posible intervención de los romanos, etc., sino que proclama que Jesús murió según un plan divino. La síntesis más apretada de este plan divino es la siguiente: los “que mandan en este mundo” (en griego: hoi árchontes ton tou aiónos), sin plena conciencia de lo que realmente hacían, crucificaron al “Señor de la gloria”, es decir a Jesús (1 Corintios 2,6-8). Como es sabido, esta concepción espiritual de la muerte de Jesús es el núcleo del "evangelio" paulino, recibido por revelación (Gál 1,11-12). Además Pablo afirma que aquél que predique cualquier "otro evangelio" ha de ser maldito, "anatema", por dios(Gál 1,7-8).

Ahora bien, Pablo al enseñar y proclamar estas verdades sobre el sentido de la muerte de Jesús insiste en que hay “otro evangelio [predicación sobre Jesús] distinto al suyo” y que hay quienes predican a “otro Jesús diferente” (Gál 1,6-8; 2 Cor 11,3-4).

Pablo jamás nombra directamente a los portadores de este otro evangelio, pero difícilmente pueden ser otros que los judeocristianos. A éstos, al menos a los que más se hacía oír, los llama él “falsos hermanos” (Gál 2,4). Éstos eran sin duda los más extremistas, pero su teología era esencialmente judeocristiana, distinta a la de Pablo, que es lo que aquí nos importa. Según la interpretación más probable del conjunto de los adversarios que aparecen en la Epístola a los Gálatas y Filipenses, tales individuos , ya fueran extremistas o menos, provienen de Jerusalén y se oponen a Pablo decididamente, tanto que hacen cambiar de "evangelio" a los cristianos de Galacia.

Así se dice en Hch 15,1: “Bajaron algunos de Judea que enseñaban a los hermanos: «Si no os circuncidáis conforme a la costumbre mosaica, no podéis salvaros»”). Tales personajes están detrás del incidente grave de Pablo con Pedro en Antioquía (Gál 2,11-14), que tiene como base una diferencia de perspectivas teológicas.

Tales falsos hermanos –probablemente los más exaltados- eran muy exigentes, y estaban –dice Pablo- “espiando su libertad para hacerles volver a la esclavitud”. Es decir, la libertad es la teología de Pablo; y la esclavitud es el judeocristianismo tal como lo practicaban muchos en Jerusalén.

Los que se oponían a Pablo eran discípulos de Jesús, pero que predicaban un “cristianismo” totalmente judío, pues exigían a los creyentes en el Maestro que se circuncidaran, se apartaran de la comensalidad con los gentiles y observaran la ley de Moisés. Según los Hechos de los apóstoles, Santiago le dice a Pablo que un número enorme de conciudadanos judíos han abrazado la fe en Jesús y a la vez “son todos celosos observantes de la Ley” (21,23-24).

Me parece que es ésta una conclusión difícilmente evitable: el “otro evangelio” es la interpretación de la figura y la misión de Jesús es muy distinta a la de Pablo y, a la vez, es la que tenían quienes habían conocido al Nazareno directamente (Pablo no), y que habían sido testigos oculares de su vida, o bien eran discípulos inmediatos de esos testigos… y que tenían su centro en Jerusalén.

A partir de una lectura de los Hechos de los apóstoles se ve con claridad que

1. Estos seguidores de Jesús tenían como eje de su vida espiritual y de culto el templo de Jerusalén (Hch 2,46; 3,1ss; 5,12; 21,23-24), en el que creían, como Jesús, que habitaba el Dios único (Mt 23,21: Jesús prohíbe por respeto a Dios que “se jure por el Templo”, porque hacerlo es “jurar por el que habita en él”: Mt 23,21).

Algunos seguidores jerusalemitas de Jesús no se detenían en esta mera observancia, sino que eran celosos de la Ley y habían hecho el voto de nazireato; y pretendían que Pablo lo hiciera también. El texto de Hch 21 arriba citado brevemente es iluminador de las diferencias entre la teología de Pablo y la de los jerusalemitas:

17 Llegados a Jerusalén, los hermanos nos recibieron con alegría. 18 Al día siguiente Pablo, con todos nosotros, fue a casa de Santiago; se reunieron también todos los presbíteros. 19 Les saludó y les fue exponiendo una a una todas las cosas que Dios había obrado entre los gentiles por su ministerio. 20 Ellos, al oírle, glorificaban a Dios. Entonces le dijeron: «Ya ves, hermano, cuántos miles y miles de judíos han abrazado la fe, y todos son celosos partidarios de la Ley. 21 Y han oído decir de ti que enseñas a todos los judíos que viven entre los gentiles que se aparten de Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos ni observen las tradiciones. 22 ¿Qué hacer, pues? Porque va a reunirse la muchedumbre al enterarse de tu venida. 23 Haz, pues, lo que te vamos a decir: Hay entre nosotros cuatro hombres que tienen un voto que cumplir. 24 Tómalos y purifícate con ellos; y paga tú por ellos, para que se rapen la cabeza; así todos entenderán que no hay nada de lo que ellos han oído decir de ti; sino que tú también te portas como un cumplidor de la Ley.


Así pues, todo apunta a que los judeocristianos, los primeros seguidores de Jesús, eran practicantes muy devotos de la religión judía. No es de extrañar porque, también según los Hechos de los apóstoles, entre los creyentes en Jesús había “muchos sacerdotes” (6,7; no se indica que hubieran renunciado a sus funciones) y muchos fariseos que decían “que era necesario circuncidar a los gentiles y mandarles guardar la Ley de Moisés” (Hch 15,5).

Hay que concluir, pues que -egún el testimonio evidente de los Hechos de los apóstoles- los primeros discípulos de Jesús, anteriores a Pablo, estimaban que ser buen judío, observante, e incluso sacerdote o fariseo practicante, no estaba en oposición ninguna con tal discipulado. Debe insistirse en que tales creencias se basan en recuerdos muy vivos de Jesús, que había muerto hacía poquísimo tiempo. Entre esos "sacerodtes y fariseos" creyentes en el Nazareno había muchos que habían visto a Jesús directamente.

Y ahora comparamos mentalmente todo lo que sabemos de la teología de Pablo sobre Jesús y la mentalidad de estos sacerodtes y fariseos seguidores del mismo Jesús y no podemos menos que obtener una conclusión:

A la verdad leyendo sencillamente los Hechos de los apóstoles me resulta muy difícil evitar la idea de que entre el evangelio paulino y el evangelio de los de Jerusalén había una diferencia abismal, absoluta e incompatible, sobre el modo cómo se interpretaba el seguimiento a Jesús.

Y como el seguimiento a éste dependía de cómo se entendía a Jesús, me resulta difícil no aceptar que había maneras radicalmente diferentes de entender sus palabras, sus hechos y todo el sentido de su vida (había "dos evangeliso enfrentados", como sostiene Pablo). A la vez da toda la impresión -por lo que dicen los Hechos acerca de que todo esto ocurría al poco tiempo de la muerte de Jesús- que los judeocristianos jerusalemitas conocían los dichos y hechos de Jesús sin necesidad de evangelio alguno por escrito: todo estaba reciente y fresco.

Da toda la impresión, según los Hechos de los apóstoles, que el recuerdo vivo, directo e inmediato de Jesús, de los dichos y hechos que se recordaban inmediatamente de su persona, a lo que impulsaba era:

a) A creer en él como mesías
b) A cumplir fielmente la ley de Moisés en todos sus aspectos.

En una palabra a seguir siendo plenamente judío. Me parece, pues, casi imposible que Jesús hubiese enseñado a "superar el judaísmo" o a "romper con el judaísmo".

Seguiremos, pues, con el judeocristianismo, porque creo que hay otras conclusiones también interesantes.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com

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En el otro blog, “Cristianismo e Historia”, el tema de hoy es

“Dios interviene directamente. El mesianismo a partir del siglo II a.C.”

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Saludos de nuevo.
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