“La imagen de Dios en el Antiguo Testamento. Desde el Exilio al helenismo (II) (93-02)

Hoy escribe Antonio Piñero


I Trascendencia

El primer rasgo a señalar de la imagen de Dios que se refleja en la mentalidad teológica judía a partir del siglo IV a.C. es una tendencia progresiva a acentuar la verdadera lejanía de la divinidad del ámbito de lo humano. Con otras palabras, la tendencia a trascendentalizar a Dios y a arrancar su imagen de una proximidad a los hombres, proximidad que se creía deformante para la comprensión de su esencia.

Esta tendencia a marcar la lejanía de Dios se muestra en varios fenómenos:

A) Corrección de los antropomorfismos del texto sagrado antiguo;

B) Profundo cambio en el uso de los nombres, es decir, en el modo cómo se designa a la divinidad;

C) El gusto por la hipostatización o personalización de ciertos atributos divinos, como "Espíritu", "Sabiduría", "Palabra": Dios actúa por medio de ellos, mientras su esencia se mantiene pura y alejada;

D) Claro aumento de la creencia en seres intermedios que pueblan el espacio entre el Dios alejado, trascendente, y el hombre, es decir desarrollo de la angelología y demonología.

De todos estos temas trataremos brevemente en las postales que siguen, apuntado lo esencial de los rasgos que definen a la divinidad, o la caracterizan con más precisión, respecto a la imagen de esa misma divinidad en los estratos más vetustos y primitivos del Antiguo Testamento. Pero antes abordemos brevemente el tema del monoteísmo y algunos de los atributos que suelen ir unidos a la idea de un Dios único.

Después del Exilio en Babilonia se consolida con total nitidez el monoteísmo en Israel que será esencial a la religión judía desde ese momento, por el que habían batallado con tanta energía y peligro los profetas de antaño (desde -sobre todo- el siglo VIII a.C.).

El monoteísmo no se discute ya después del Exilio, y las vacilaciones o veleidades politeístas que se notaban en el pueblo antes de la gran prueba del traslado a Babilonia y que condujeron a la profunda reforma del rey Josías a finales del s. VII, son ya impensables en el Israel postexílico. El monoteísmo es en esos momentos una riqueza indiscutible y brillante de la religión judía que la distingue esencialmente de otras religiones de su entorno.

Este cambio se recoge en los Oráculos Sibilinos (judíos, es decir, falsificados por los judíos). Dice la Sibila (en el siglo II a.C. probablemente):

"Sólo a los judíos concedió Dios grande y prudente decisión, fe y el mejor pensamiento en su corazón... ellos no honran las obras de los hombres, ni las imágenes áureas o broncíneas, plateadas o ebúrneas, lígneas (es decir, de madera) o pétreas de dioses ya muertos, estatuas de adobe coloreadas de bermellón... sino que honran sólo al Inmortal que eternamente nos protege". (Oráculos Sibilinos, Libro III, vv. 582ss).


La reflexión teológica de la época hace hincapié también sobre una nota importante de la esencia divina: su inefable santidad. Al desarrollarse la reflexión sobre este atributo, se concibe a Dios, a pesar de que interviene constantemente en la vida del pueblo, como más separado de los hombres que anteriormente. Dios es santo, en hebreo qadoš, es decir, el "separado".

Los autores (tanto bíblicos, como de los apócrifos del Antiguo Testamento) de esta época helenístic experimentan tan vívidamente la santidad de Dios que comienzan a describirlo como el totalmente otro, el casi incognoscible, celoso de su autonomía. Al igual que la parte más espiritualista de la teología griega, desde antes incluso de Platón, Dios aparecerá ahora como el Uno inaccesible y lejano.

Los autores de esta época gustan de describir a Dios habitando en un trono inmarcesible, en el séptimo cielo, rodeado de fuego impenetrable. Dios es un rey lejano, sentado sobre un trono excelso, inimaginable. Los apócrifos del Antiguo Testamento, al igual que el autor del Eclesiástico, gustan de llamar ya a Dios el "Altísimo", el "Invisible". Según los Oráculos Sibilinos, (4,10-11) no "es posible verlo desde la tierra ni abarcarlo con ojos mortales." Dios habita en una luz inaccesible. Nadie lo ha visto ni puede verlo jamás.

Al parecer la figura de Dios se aleja de los mortales.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com

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En el otro blog, “Cristianismo e Historia”, el tema de hoy es

“El mesías sacerdotal (III)”

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