Los apóstoles de Jesús en la literatura apócrifa



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Andrés de Betsaida en la literatura apócrifa

El testimonio de las listas

Como pudimos ver en las listas de los apóstoles, Andrés aparece en todas ellas formando parte del primero de los cuartetos. Mateo y Lucas, en un texto perteneciente a la fuente Q, lo enumeran en segundo lugar emparejado con Simón Pedro, su hermano. Ambos evangelistas conocen y hacen uso del nombre de Simón, llamado también Pedro, y recuerdan que Simón y Andrés eran hermanos. Marcos testifica que Jesús impuso a Simón el nombre de Pedro, pero no enumera a Andrés en pareja con Simón Pedro sino en cuarto lugar. Sabe que Andrés era hermano de Simón (Mc 1,16), pero no lo expresa en su relación.

En la lista de los apóstoles de Marcos, Andrés forma pareja con Felipe, con quien tendrá actuaciones en común según el cuarto evangelio. El elenco de los apóstoles en el libro de los Hechos de Lucas, enumera también al apóstol Andrés en cuarto lugar, pero seguido inmediatamente por Felipe, aunque sin la conjunción copulativa.

Las listas, pues, conceden a Andrés un lugar de privilegio al situarlo en el primero de los cuartetos de apóstoles, en segundo lugar en Mateo y Lucas, y en el cuarto en Marcos y en los Hechos. Mateo y Lucas subrayan el dato de que Simón Pedro y Andrés eran hermanos, lo mismo que Mateo y Marcos nombran a Santiago y Juan identificándolos como hermanos entre sí e hijos de Zebedeo. Pero la insistencia misma en la hermandad de Pedro y Andrés es ya un indicio de la alta valoración de Andrés al figurar al lado del que era considerado como “el primero de los apóstoles”, como testifica, por ejemplo, el libro de los Hechos de los santos apóstoles Pedro y Pablo, 5,1 (s. V/VI).

El detalle queda de manifiesto en el relato de la curación de la suegra de Pedro. Al salir Jesús de la sinagoga de Cafarnaún, “se dirigió a la casa de Simón y Andrés en compañía de Santiago y de Juan” (Mc 1,29 par.). Los dos hermanos no solamente tenían en común la hermandad, sino que practicaban la misma profesión de pescadores y habitaban en la misma vivienda. La suegra de Simón estaba enferma con fiebre, de la que fue curada por Jesús de forma que pudo levantarse y ponerse a servirles.

Hemos visto cómo una terna de discípulos gozaba de la privilegiada intimidad con el Maestro. Fueron testigos de su gloria sobre el monte de la transfiguración, de su humillación en el huerto de Getsemaní, de milagros determinados, como el de la resurrección de la hija de Jairo y de enseñanzas concretas. En una de estas clases particulares, la terna de Pedro, Santiago y Juan estaba ampliada con la presencia de Andrés. Los cuatro se acercaron a Jesús en el monte de los Olivos para preguntarle cuándo sucederían sus vaticinios sobre la destrucción del templo (Mc 13,3). Así lo afirma Marcos cuando Mateo y Lucas, en los pasajes paralelos, atribuyen la consulta a los discípulos, que obviamente son allí también los destinatarios de la prolija respuesta de Jesús. Pero Marcos parece querer destacar lo reservado de la consulta. Dice, en efecto, que los cuatro mencionados discípulos le preguntaron kat ‘ idían (aparte) sobre su comentario acerca de las grandes construcciones del templo, objeto de su contemplación desde las laderas del monte.

El alegato de Jesús habló de tiempos de angustia y turbación, de revueltas y guerras, de terremotos y calamidades. Dos sucesos parecen ligados en el pensamiento de Jesús, la destrucción de Jerusalén y el fin del mundo. Una situación ante la que Jesús hace recomendaciones concretas como si fueran inminentes tiempos de desolación y persecución. Todo en un ambiente de culminación que dará paso a la venida del Hijo del hombre sobre las nubes del cielo para poner definitivamente las cosas en su sitio. El significado etimológico de la palabra juicio (krisis en griego) contiene el aspecto de desmontar una situación para establecer otra más ajustada y correcta.

Ante la anunciada “abominación de la desolación” aconsejaba Jesús la huida. Frente a la parusía, también presentada como cercana, resume sus consejos y recomendaciones en la necesidad de estar vigilantes, porque nadie sabe ni el día ni la hora, ni siquiera el Hijo, sino solamente el Padre. Dos verbos sinónimos resuenan en el texto de Marcos como golpes de trompeta: agrypnéite (permaneced vigilantes) y grēgoréite (estad despiertos); este último, dos veces repetido cierra todo el pasaje antes de los relatos de la pasión (Mc 13,33.35.37).
(La imagen es del templo de Jerusalén)

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Volver arriba