Andrés de Betsaida en la literatura apócrifa



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Andrés en el resumen de Gregorio de Tours (V)

Un nuevo relato (c. 9) habla de la autoridad que emanaba de Andrés, quien con su sola presencia, haciendo el signo de la cruz y pronunciando una sencilla plegaria desarmó a una multitud de ladrones que atacaba con lanzas y espadas. El Ángel del Señor, envuelto en resplandores, tocó las espadas de los atacantes que cayeron inermes en tierra. Andrés pidió a Dios que protegiera a los que esperan en él. Su plegaria logró la liberación de Andrés y de los suyos. Los ladrones, según prometía el título del capítulo, quedaron estupefactos y cayeron rostro a tierra.

Llegó Andrés con sus acompañantes a la ciudad tracia de Perinto, en la ribera del mar (c. 10). Había allí una nave que partía para Macedonia. Una vez más el Ángel del Señor ordenó al Apóstol que se embarcara. Su conducta y sus palabras hicieron que el dueño del barco y los pasajeros creyeran en nuestro Señor Jesucristo. Andrés dio gracias a Dios porque ni siquiera en el mar lo abandonaba, sino que le brindaba la ocasión de seguir predicando y consiguiendo conversos a la fe “en el Hijo del Dios omnipotente”.

Sigue a continuación un capítulo (c. 11) que revela más bien el criterio de Gregorio que el del autor de los primitivos Hechos de Andrés en lo que se refiere al concepto de matrimonio. La actuación de Andrés, en el caso de los dos hermanos ciudadanos de Filipos, es muy distinta de los puntos de vista defendidos con tanto ardor en el caso de Egeates y Maximila. Las afirmaciones sobre la vida matrimonial sonaban allí con llamativas estridencias. Aquí el autor parece defenderse de una posible acusación. Dice Andrés concretamente: “No es que nosotros rechacemos o evitemos las nupcias, siendo así que desde el principio ordenó Dios que se uniera el varón a la mujer. Lo que nosotros condenamos es el incesto”. Aunque en otros Hechos Apócrifos se marcaba la diferencia entre la vida matrimonial y el adulterio, la realidad es que las preferencias por la vida en absoluta castidad son la constante en varios de los HchAp, como ocurre practicamente en los casos de los cinco Hechos Apócrifos primitivos.

La historia en el resumen de Gregorio refiere el caso de dos hermanos ciudadanos de la población macedonia de Filipos. Uno de ellos tenía dos hijos, el otro era padre de dos hijas. Eran ricos y nobles, por lo que no encontraban parejas adecuadas a la categoría de sus retoños. Pensaron en unir en matrimonio a los dos jóvenes con sus primas hermanas para conservar así compacta su hacienda. Intervino la voz de Dios para rechazar tal matrimonio y recomendar una espera hasta que llegara el apóstol Andrés, quien les mostraría lo que debían hacer. La llegada del Protocleto fue motivo de júbilo para las dos familias, tanto más cuanto que el rostro de Andrés resplandecía como el sol. Su dictamen fue elocuente: “Hijitos, no os dejéis seducir ni engañéis a estos jóvenes. Al contrario, haced penitencia porque habéis pecado contra Dios al querer unir en matrimonio a personas cercanas por la sangre”. El matrimonio proyectado quedó suprimido con gran regocijo por ambas partes. Andrés bendijo a los filipenses y guardó luego un discreto silencio.

El capítulo 12 lleva como título “Exuos y sus padres” y, en contra de lo que es habitual en Gregorio, el resumen de los sucesos resulta un tanto prolijo y enredado. Se trata de un joven de Tesalónica, noble de familia y rico en bienes de fortuna. Tuvo noticia de la presencia y la actividad ministerial de Andrés, por la que sintió viva curiosidad. Acudió al Apóstol en busca de ayuda para encontrar “el camino de la verdad”. Andrés le predicó de Jesús, su misión y su doctrina y lo condujo a una conversión sin fisuras. Algo sospechaba el joven cuando no dijo nada de su peripecia a sus propios padres.

Cuando los progenitores tuvieron noticia de las nuevas andanzas de su hijo en la compañía de Andrés, pretendieron apartarlo por todos los medios de tan peligroso maestro. El joven había abandonado, en efecto, tanto la familia como sus intereses personales. El Apóstol pretendió en vano adoctrinar a los indignados padres, quienes intentaron incendiar su casa con Andrés y su hijo dentro. El joven apagó el incendio con una pequeña ampolla de agua, lo que los padres interpretaron como un ejercicio de magia. No cejaron en su empeño, sino que, armados de espadas, aportaron escalas para ascender al piso en el que se encontraba el Apóstol con su discípulo. Dios protegió a los suyos con el recurso conocido de producir la ceguera a los asaltantes, que no pudieron manejar las escalas convenientemente.

Un ciudadano, de nombre Lisímaco, interpretó los hechos como un signo de que Dios estaba con Andrés y su joven adicto. Los presentes, testigos de los sucesos, proclamaron a gritos que “el Dios verdadero era el que aquellos hombres veneraban”. Solamente los padres del joven seguían recalcitrantes, tanto que desheredaron a su hijo y legaron sus bienes a los poderes públicos. Cincuenta días después murieron de repente los padres. Los ciudadanos amaban al joven por su gran bondad y acordaron devolverle todos sus bienes, que él, siempre a la sombra del apóstol Andrés y en la estela de su doctrina, empleó en ayudar a los necesitados.

Saludos cordiales y Feliz Navidad. Gonzalo del Cerro
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