Los ingredientes para una teología antisexo en el cristianismo. A propósito del libro “Los papas y el sexo” (III) (131-03 )

Hoy escribe Antonio Piñero


Tratamos hoy del segundo ingrediente principal que conforma la ideología cristiana desde sus comienzos y que contribuirá a formar el pensamiento general cristiano sobre el sexo: ese ingrediente es la “atmósfera gnóstica” del siglo I d.C. que luego se plasma en una gnosis/gnosticismo, es decir en un sistema religioso bien determinado.

Es totalmente cierto que el gnosticismo aún no estaba plenamente desarrollado en la primera mitad del siglo I de nuestra era, cuando viven Jesús y Pablo. Pero también lo es que lo que acabo de denominar “atmósfera religiosa gnóstica” era si no predominante en la religiosidad del Mediterráneo oriental en este tiempo, sí al menos muy intensa en ciertos círculos. Por “atmósfera gnóstica” entiendo un conjunto de ideas o nociones religiosas diseminadas por doquier y aceptadas por muchos, aunque no constituyan en sí una religión concreta.

El fondo común de este ideario -¿protognóstico?- era el siguiente: al considerar la extensión del mal en el mundo, o la inanidad de la materia en sí, muchos seres humanos se veían conducidos al deseo de liberarse de este mundo y unirse de algún modo a la divinidad a la que creían pertenecer. Según la gnosis, la parte mejor y más auténtica del ser humano es el espíritu. Éste es como una centella o chispa divina porque procede en último término del Dios trascendente, de cuya existencia no se duda.

Esa centella está encarcelada en la materia, es decir en el cuerpo del hombre, y en este mundo material. Es lógico que la chispa divina, el espíritu, deba retornar allí, de donde procede. Esta vuelta constituye la salvación. La materia y el espíritu, el mundo de arriba y abajo son inconciliables. El que recibe la revelación desde el cielo y pretende salvarse debe rechazar y liberarse de todo lo material y corporal por medio de la ascesis.

Parece claro que la admisión en el seno del cristianismo de estas ideas produce una especie de dualismo, o contraposición profunda, entre espíritu y materia, entre el universo de arriba y el de abajo, entre la luz y las tinieblas. El sexo pertenece a la materia, al mundo de abajo y a las tinieblas; no hace otra cosa que crear cárceles carnales, el cuerpo, en donde está aherrojado el espíritu. Hay que liberarse del cuerpo.

Algunas ramas de muy estricta moral del cristianismo en período de formación, sobre todo en los siglos II y III, llevaron a sus últimas consecuencias estas doctrinas proclamando que el cristiano que desease alcanzar la salvación debía abstenerse en absoluto del sexo: el matrimonio quedaba proscrito. Adquirió esta corriente tanta preponderancia que se plasmó en una serie de novelas, las primeras novelas cristianas (los “Hechos apócrifos de los apóstoles”), que –contando la vida, viajes, predicaciones y martirio de los apóstoles- abogan por un “encratismo”, una continencia absoluta. Se proscribía el matrimonio, y los que eran ya esposos debían incluso separarse y llevar una vida de hermanos.

El tercer ingrediente antisexo y antimundo, “carne” y materia en general, era en el cristianismo primitivo la creencia de que el fin del mundo era inminente. En ello no seguían más que lo que había creído firmemente tanto Jesús de Nazaret como Pablo de Tarso. No es necesario gastar muchas palabras en ponderar el efecto de esta inminencia del fin en las concepciones acerca del sexo: ¿para qué preocuparse de él cuando el final de todo está a la vuelta de la esquina?

Cualquier lector de Pablo, sobre todo de su Primera carta a los cristianos de Corinto, observará que esta idea es determinante para explicar por qué el Apóstol no condena el matrimonio, ciertamente, pero lo considera un mal menor, y cómo defiende que la virginidad es un estado muy superior al del matrimonio. Y sobre la inminencia del fin y la escasez del “tiempo que resta” no tiene más que leer el capítulo cuarto de su Primera carta a los cristianos de Tesalónica.

Teniendo el cristianismo estos ingredientes en su seno no es de extrañar que fiel a sus principios hasta hoy día y a pesar de los cambios profundos de mentalidad se observe en él, sobre todo en su rama católica más tradicionalista, una profunda aversión –o, al menos, gran distanciamiento- por el sexo.

Ahora bien, ¿por qué todo esto que estamos contando en un volumen sobre “Los papas y el sexo”? ¡Un libro que trata exactamente de lo contrario! A saber, cómo a lo largo de la historia de la Iglesia, sobre todo a partir del momento en el que se convierte en religión oficial del Imperio romano a finales del siglo IV, no sólo los grados más bajos del clero practicaron el sexo con una cierta naturalidad y en muchas versiones fuera del matrimonio, sino que esta aparente perversión alcanzó, y de gran manera, a los estamentos más elevados de la jerarquía, incluso al papa mismo.

Pues bien, los antecedentes que acabamos de exponer tienen la misión de indicar que esperaríamos justamente lo contrario, y que el contenido del libro es por ello más que sorprendente.

La contradicción entre teoría moral sobre el sexo y la práctica dentro del cristianismo tiene una primera explicación sencilla y concluyente: la prohibición o estigmatización del sexo va contra los más elementales instintos y disposiciones congénitas de la naturaleza humana, por lo que está condenada a un rotundo fracaso. Sólo una pequeña parte de los creyentes, dotados de ciertas cualidades psicológicas y religiosas, son capaces de ir contra la corriente natural que lleva al ser humano al ejercicio del sexo…, casi sin poderlo evitar.

La segunda y elemental explicación podría ser precisamente la prohibición de todo comercio carnal para el clero por parte de la Iglesia. Ahora bien, es bien sabido que una de las leyes primarias de nuestra psicología es hacernos más apetecible precisamente aquello que está reciamente prohibido. Y fue un movimiento lento, pero progresivo y tenaz, el que condujo a la situación actual: la implantación del celibato obligatorio para todos los estamentos del clero desde el siglo XI..., lo que muy probablemente hizo más gustoso lo contrario a lo prohibido.


Seguiremos
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com

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Presentamos de nuevo el programa del Curso de Primavera de la Universidad ce Castilla-La Mancha, sede en Cuenca:

CURSO DE PRIMAVERA DE LA UNIVERSIDAD CASTILLA-LA MANCHA
Sede de CUENCA

Curso sobre: “ATEOS Y CREYENTES. Argumentos a favor o en contra de la fe”.

Fecha: 11-13 de marzo 2010


PROGRAMA:


Jueves 11 de marzo 2010

17,00-18,45
¿El estudio de la Biblia nos lleva a la fe o al ateísmo?
Xavier Pikaza y Antonio Piñero

19,00-20,45

Las religiones orientales ¿se basan también en la fe?Agustín Paniker y Juan Masiá


Viernes 12 de Marzo 2010

17,00-18,45
¿Qué sería la fe para Jesús de Nazaret?
Alexander Zatyrka y José Manuel Martín Portales


19,00-20,45
¿Es necesaria la fe para vivir?
Fernando Bermejo y Abdelmumin Aya


Sábado 13 de marzo 2010

17,00-18,45
Fe cristiana y paganismo. Dos creencias enfrentadas
Jacinto Choza y Jesús Garay

19,00-20,45
La experiencia mística, ¿culminación o superación de la fe?
Santiago Catalá y Yaratullâ Monturiol

13,45. CLAUSURA


Para más información Vicerrectorado de Extensión Universitaruia

e-mail: extension.universitaria@uclm.es

http://extensionuniversitaria.uclm.es
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