La resurrección de Jesús (II) (149-02)


Hoy escribe Antonio Piñero


Seguimos con el comentario al libro de Geza Vermes, La resurrección, de 2008.

La noción de la inmortalidad del alma aparece tardíamente en escritos del Antiguo Testamento y muy probablemente -casi seguro- por influjo directo de la religiosidad y filosofía helénicas en tierras israelitas, a partir de la época tras la muerte de Alejandro Magno, 323 a.C. Sólo de modo esporádico, y durante y después del Exilio de Babilonia siglo VI a.C.) se inician tímidamente algunos tanteos. En realidad lo que aparece primero en la Biblia hebrea es la necesidad de una cierta vida de ultratumba de modo que la justicia divina equilibre las injusticias de la vida en la tierra. No se habla estrictamente de inmortalidad del alma ni mucho menos de resurrección de los cuerpos. Vermes cita en apoyo los textos clásicos de Sal 73,23-24.26; Is 26,13-14.

La estricta noción de la “resurrección de la carne” no se hace clara en el pensamiento judío hasta los años de la revolución macabea, hacia el 165 a.C., época de composición del Libro de Daniel (12,2: “Muchos de los que duermen en el polvo se despertarán…”).

La idea clásica, nuestra, de hoy día también, de resurrección, debe distinguirse de la “resucitación” (denominada también “resurrección”) de algunos fallecidos que gracias a un intermediario divino vuelven de nuevo a esta vida y siguen en ella su transcurso normal hasta que vuelven a morir definitivamente. Este hecho aparece en historias muy antiguas del Antiguo Testamento de los profetas Elías y Eliseo, quienes devuelven a la vida a dos niños, el hijo de la viuda de Sarepta y el de la sunamita (Elías: 1 Reyes 17,17-22; Eliseo: 2 Reyes 4,18-37). Resucitar a un difunto podía considerarse como la culminación de una sanación milagrosa. Casos de Jesús: resucitación de la hija de Jairo (Mc 5,22) del hijo de la viuda de Naín (Lc 7,11ss) y de Lázaro (Jn 11,)

Por el contrario, la resurrección propiamente, judía y cristiana, de la que trata el libro de G. Vermes e interesa al cristiano de hoy, se refiere o bien al caso único de Jesús o bien a la “resurrección general de todos los difuntos, el "último” día. Es decir, se trata de un evento del final de los tiempos, escatológico. También aquí pueden distinguirse dos casos, según las concepciones que aparecen en los textos: la resurrección de algunos difuntos para participar del reino de Dios en la tierra, en su primera fase; o bien la resurrección universal (no en todos los autores del Nuevo Testamento; en algunos, Lucas, por ejemplo, y en algún caso presentan la idea de la resurrección de solo los justos) para participar en el mundo de ultratumba, paraíso o cielo, o eventualmente para ser lanzados a los infiernos (tampoco en todos los autores del Nuevo Testamento).

La creencia en la resurrección (de Jesús) tuvo su preparación en el tiempo, en ambientes religiosos tanto populares como cultos judíos, como se muestra por las historias del Antiguo Testamento que hablan de “traslaciones al cielo” -sin morir propiamente- de algunos, pocos, ilustres personajes. Así, el caso de Henoc (Gn 5,24 con prolongaciones en los midrasim y targumim judíos y en textos de Qumrán, en los apócrifos del Antiguo Testamento como el “Libro de las parábolas de Henoc” y en 2 y 3 Henoc eslavo y hebreo). Es también el caso de Melquisedec (deducido de Gen 14 y del Salmo 110), Moisés (excepción: ciertamente muere y resucita y es trasladado al cielo = apócrifo: “Asunción de Moisés”; y de Elías (2 Reyes 2,11 + Malaquías 3,24).

Igualmente se prepara el terreno ideológico para la creencia en la resurrección de Jesús en ambientes judeocristianos gracias al surgimiento de la idea judía de que los mártires (judíos) que mueren por ser fieles a la Ley recibirán de Dios el premio de la resurrección (inicios muy oscuros en Oseas 6, 1-2; más claramente en el texto tardío [¿siglo IV a.C.] de Isaías 26, 19, y muy claro en Dn 12,2, como vimos; también en Salmos de Salomón 3,9.12: 2 Baruc (siríaco) 30,1.

Para la época de Jesús tenemos textos judíos -más o menos contemporáneos- que nos dan también la idea de que las gentes estaban más o menos preparadas para aceptar con gozo la idea de la resurrección de los cuerpos. Desde luego, hay excepciones, como la de Filón de Alejandría (que muere hacia el 50 d.C.), de espíritu tan griego, que no presenta nunca en sus escritos la idea de la resurrección, aunque sí firmemente la de la inmortalidad del alma; pero su semicontemporáneo Flavio Josefo la afirma claramente. Josefo se contrapone con cierto desprecio a los saduceos y afirma que él como fariseo creía en la “resurrección de la carne” (Antigüedades XVIII 16, y Guerra II 165).

La posición de los esenios, incluidos los del Mar Muerto = Qumrán, parece difícil de dilucidar, porque Josefo dice expresamente de ellos que no creían en la resurrección de los cuerpo (Guerra II 154-157), mientras que Hipólito de Roma, a comienzos del siglo III, afirma taxativamente en su Refutación de las herejías IX 27, que sí creían.

Desde luego entre los manuscritos de Qumrán hay al menos tres textos más o menos claros que la afirman. Dos en la Regla de la Comunidad (1QS IV 7-8; XI 5-9); otros dos de los salmos o himnos atribuidos al Maestro Justo o “Maestro de Justicia” (1QH XIV 34-35; XIX 12) y sobre todo el famoso texto de 4Q521, del que transcribo lo principal:

“Curará Dios a los heridos, revivificará a los muertos y traerá la buena nueva a los pobres” = ¡previo a Jesús! (Fragmento 2, 2, lín. 12).



La posición de los fariseos es la más clara de todas. Los Hechos de los apóstoles (Pablo como fariseo, 23,6), F. Josefo (Guerra II 163; Antigüedades XVIII 14; Contra Apión II 217-218), etc.

Sin embargo, Geza Vermes pone en duda –en contra de lo que se afirma corrientemente- que la creencia en la resurrección fuera usual y común en el Israel de los años de Jesús, es decir, que la idea de Jesús de la resurrección no era tan corriente, como se sigue pensando, en el siglo I. Lo veremos en la nota siguiente.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
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