La mujer subordinada al marido: La escuela de Pablo y la situación de la mujer (164-14)

Hoy escribe Antonio Piñero


Los sucesores de Pablo (los autores de las Epístolas falsamente atribuidas a Pablo= 2 Tes; 1 2 Tim Tito Col Ef) enmarcan su parenesis, es decir, su exhortación ética, acerca de la posición de las mujeres (e indirectamente sobre su función meramente doméstica en relación con su sexo, el amor y el matrimonio) en dos coordenadas:

1. En la doble realidad –ya señalada- de la imperiosa necesidad de acomodación de la estructura organizativa y de gobierno de las comunidades cristiana dentro del Imperio a las estructuras de éste, y a la realidad de la salvación en una iglesia más asentada en este mundo, puesto que el fin y la esperada venida del Mesías Jesús (parusía) no tenía lugar. En época postapostólica lo carismático, tan paulino (1 Cor 12 y 13) va perdiendo terreno. Por ello la actuación libre de la mujer en el nuevo ámbito o desaparece; o pierde terreno (una profetisa como Jezabel, antes mencionada, puede ser declarada ya hereje o “hija de Satánas”); o bien se acomoda a una comunidad ya regulada de otro modo no carismático ni doméstico.

2. En el orden de la creación, según las pautas de Gn 2,18:


“No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada”


y 2,20-23:

“El hombre puso nombre a todo ganado y a las aves del cielo y a toda bestia del campo, mas para Adán no se encontró una ayuda que fuera idónea para él. Entonces el Señor Dios hizo caer un sueño profundo sobre el hombre, y éste se durmió; y Dios tomó una de sus costillas, y cerró la carne en ese lugar. Y de la costilla que el Señor Dios había tomado del hombre, formó una mujer y la trajo al hombre. Y el hombre dijo: Esta es ahora hueso de mis huesos, y carne de mi carne; ella será llamada mujer, porque del hombre fue tomada”.


El capítulo 3 del Génesis, la historia de la seducción de Eva por la Serpiente, y consecuentemente la “falta” o “pecado” originario (que será entendido de muy diversas formas), tendrá también una enorme importancia en contra de la mujer: ella fue, no el varón, quien se dejó seducir. El varón, conforme a este texto –entendido durante muchos siglos al pie de la letra- tendrá siempre la posibilidad de echar la culpa a la mujer de todo lo malo.

Que el nuevo orden comunitario de los grupos cristianos, acomodado a su tiempo, requería el cambio de situación de la mujer que conllevaba una absoluta subordinación -como señaló ya hace mucho tiempo Lidia Falcón en este país, Mujer y Sociedad. Cap. II “Las técnicas de la sumisión”. Barcelona 1973, 33-38- lo expresará muy claramente el autor, postpaulino, de la 1ª carta a Timoteo en 2,11-14:


“Que la mujer aprenda calladamente, con toda obediencia. No permito que la mujer enseñe ni que ejerza autoridad sobre el hombre, sino que permanezca callada. Porque Adán fue creado primero, después Eva. Y Adán no fue el engañado, sino que la mujer, siendo engañada completamente, cayó en transgresión”.


Concepciones por el estilo, dentro de una parenesis matrimonial, se hallan en Colosenses 3,18s:

“Las mujeres sean sumisas a sus maridos como viene en el Seño […] porque el marido es cabeza de la mujer”.



Y en Efesios 5,22-24:


“Las mujeres estén sometidas a sus propios maridos como al Señor. Porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, siendo El mismo el Salvador del cuerpo. Pero así como la iglesia está sujeta a Cristo, también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo”.



Y en Tito 2,4-5:

“(Hay que enseñar a) las jóvenes a que amen a sus maridos, a que amen a sus hijos, a ser prudentes, puras, hacendosas en el hogar, amables, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada”.



Y en 1 Pedro 3,1:

“Vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos, de modo que si algunos de ellos son desobedientes a la palabra, puedan ser ganados sin palabra alguna por la conducta de sus mujeres”.



De la misma época que las epístolas deuteropaulinas es la denominada Primera carta de Clemente (compuesta en Roma hacia el 95-96 d.C.). Leemos en ella:

(En los tiempos en que erais fieles, vosotros, los hermanos de Corinto) recomendabais a vuestras jóvenes sentimientos de moderación y reverencia, y mandabais a vuestras mujeres que cumplieran todos sus deberes con conciencia intachable, reverente y pura, amando de modo debido a sus maridos; y las enseñabais a trabajar religiosamente, fieles a la regla de la sumisión, en todo lo atañente a su casa, guardando toda templanza. Todos erais humildes, sin arrogancia de ninguna clase, amigos antes de obedecer que de mandar, más prestos y alegres en dar que en recibir… (1,3-2,1).


Son éstos unos textos en los que se dibuja a la mujer cristiana a la par de la imagen tradicional de la fémina en el Imperio helenístico-romano: meramente casera, hacendosa, modesta y separada de toda vida pública, mal vista cuando se adorna provocati¬va¬mente (1 Pe 3,3; 1 Tim 2,9). Su virtud principal y obligatoria era el pudor y la castidad.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
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