Tránsito de la virgen María o Narración del Pseudo José de Arimatea

Misteri


Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Hoy, en nuestra serie El apóstol Juan en los evangelios asuncionistas, tratamos de otro interesante evangelio asuncionista.

El tercero de estos escritos es el que lleva como título Tránsito de la virgen María, del que se presenta como autor José de Arimatea. Al ser una obra del siglo XIII, prefiero hablar del Pseudo José de Arimatea, por razones evidentes. Fue publicado por C. Tischendorf en 1866 como uno de la colección de sus apocalipsis (Apocalypses Apocryphae, Leipzig, 1866.). Aunque coincide en los datos importantes con los otros evangelios asuncionistas, tiene algunos episodios interesantes que le procuraron una atención destacada durante la Edad Media.

Empieza con la oración de la Virgen, que rogaba a su Hijo que la hiciera conocer el tiempo de su tránsito con tres días de antelación. Así se lo prometió con toda claridad. El apócrifo ofrece los presuntos datos cronológicos. Era el año segundo después de la ascensión de Jesucristo al cielo. Tres días antes de la muerte de la Virgen, vino un ángel del Señor que la saludó con las palabras del Avemaría: “Dios te salve, María, llena de gracia, el Señor es contigo”. Le entregó una palma diciendo: “Dentro de tres días será tu asunción”. José de Arimatea se presenta como el comunicador de la gran noticia. María tenía consigo a las tres vírgenes, llamadas Séfora, Abigea y Zahel.

Un día, a la hora de tercia, se produjeron extraños fenómenos como truenos, lluvia, relámpagos y terremotos mientras María oraba en su habitación. El relator cuenta así la llegada de Juan al escenario de los hechos: “Juan, evangelista y apóstol, fue traído súbitamente desde Éfeso, entró en la habitación de la bienaventurada María y la saludó diciendo: «Dios te salve, María, llena de gracia, el Señor es contigo». Ella respondió: «Gracias a Dios». Incorporándose, besó a san Juan. La bienaventurada María le dijo: «Oh queridísimo hijo, ¿por qué me has dejado durante tanto tiempo y no has atendido a la orden de cuidarme que te dio tu Maestro cuando estaba pendiente de la cruz?». Pero él, postrado de rodillas, le pedía perdón. Entonces la bienaventurada María lo bendijo y lo volvió a besar” (c. 6).

Iba María a preguntar a Juan de dónde venía y por qué razón había llegado a Jerusalén, cuando llegaron todos los apóstoles, excepto Tomás, llamado el Mellizo, que fueron depositados por una nube a las puertas de la casa de María. El relato enumera los nombres de los discípulos del Señor trasladados en la nube hasta allí. En primer lugar menciona a Juan evangelista y a su hermano Santiago, seguidos en la lista por Pedro y Pablo.

El domingo, a la hora de tercia, descendió Cristo en una nube con una multitud de ángeles y recibió el alma de su madre querida. Reinaba un gran resplandor acompañado de suave aroma. Al retirarse la luz, la virgen María fue asunta al cielo entre música de salmos e himnos. Transportaban luego los apóstoles el cuerpo de María desde el monte de Sión hasta el valle de Josafat. Tuvo lugar el ataque de los judíos contra el séquito, pero fueron heridos de ceguera. Cuenta luego el relato el caso del judío, aquí llamado Rubén, que quiso derribar el féretro de María al suelo y sufrió el castigo de que sus brazos se le secaron desde el codo hasta las manos. Arrepentido de su intento, fue curado, convertido y bautizado.

Los apóstoles depositaron el santo cuerpo en el sepulcro. Pero de repente brilló una luz del cielo y cayeron a tierra. Entonces el cuerpo de María fue llevado por los ángeles al cielo. Cuenta entonces el apócrifo el caso de Tomás, que llegó tarde al tránsito de María. No pudo asistir ni a su muerte ni a sus funerales. Pero pudo ver desde el monte de los Olivos cómo los ángeles transportaban al cielo el bienaventurado cuerpo de la virgen María. Le dirigió una sentida súplica, a la que la Virgen correspondió arrojándole desde el cielo el cinturón con que había sido ceñido su cuerpo. La escena aparece reflejada en una tabla del siglo XV en la catedral vieja de Salamanca. El episodio de Tomás ocupa un espacio importante en el Misteri de Elche, dedicado precisamente a la Asunción de la Virgen María al cielo en cuerpo y alma.

Tuvo entonces un breve debate con Pedro, que se resolvió cuando los apóstoles tuvieron noticia del regalo que Tomás había recibido de la Señora. Pedro echaba en cara a Tomás su reiterado retraso que le privó de asistir al tránsito de la Señora. Tomás quiso ver el cadáver de María, depositado en su sepulcro. Tomás dijo a Pedro que allí no estaba el cuerpo de la Virgen. Pedro increpó nuevamente a Tomás por su incredulidad. Pero le pidió perdón cuando tuvo noticia del regalo del cinturón y comprobó que, efectivamente, el cuerpo de la Virgen no estaba en su sepulcro.

El apócrifo termina su relato contando cómo la misma nube, que había trasladado a los apóstoles hasta aquel lugar, los devolvió a todos a los lugares donde ejercían su ministerio.

(Fotografía de una página del Misterio de Elche)

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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