Huida de la ciudad en el mundo antiguo. Los monasterios paganos (405-02)

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Hoy escribe Antonio Piñero


Concluimos hoy nuestra presentación/reseña del libro de Dimas Fernández-Galiano, que en conjunto supone una novedad: que yo sepa no existe un libro de conjunto, de mirada global, sobre esta materia..., con el aliciente añadido que parte del tema nos afecta directamente al tratarse de la Hispania antigua. Existen múltiples trabajos sobre los temas del libro (ascetas antiguos y pitagóricos; hombres sagrados; los esclavos sagrados; los “terapeutas” judíos; los esenios; las casas escuelas; los templos como lugares de retiros; el éxodo hacia el campo; las ciudades como favorecedoras de vicios, etc.), pero tratados por separado.


Los moradores de un “monasterio” o “conventus” (que significa “lugar de reunión”) antiguo no practicaban un retiro absoluto, pues estaban relativamente cerca y en contacto con las ciudades de las que teóricamente se habían retirado. Sirvieron, además, de transmisores de la cultura, pues ya desde el mundo clásico existieron “congregaciones” de sabios o “amantes de la sabiduría” (“filósofos”) que hacían vida de retiro, conservaban, aumentaban y transmitían conocimientos. No era raro que emprendieran de vez en cuando viajes para conocer a otros sabios y enriquecerse con el mutuo contacto.

Me ha gustado la descripción, reflexiva y sintética --la que suele lograrse al final de un periplo intelectual sobre un tema complejo y que suele plasmarse en las buenas introducciones— de las gentes del Imperio romano, que llegados los siglos III y IV padecen profundos cambios. Transcribo a continuación lo que se dice en las páginas iniciales a modo de síntesis:

“Vivían en un Imperio rico con una administración eficaz, amparado por el derecho, con un territorio unificado, una economía floreciente y con garantía militar para su defensa: un reino que parecía llamado a durar para siempre, pero que no iba a sobrevivir a la amenza de su gigantesco tamaño, ni lograría hacer felices a sus gentes.

“Cuando ese reino se transformó en un gran imperio territorial y fundió en su seno la ciudad-estado del mundo griego, redujo drásticamente las posibilidades de participación política del individuo, que quedaron limitadas en la práctica al desempeño de los cargos municipales. Desbordaos por las dimensiones de ese imperio, los ciudadanos romanos se sentían como perdidos en él; Esta desorientación se tradujo en una insatisfacción, que hacia finales del siglo II afloró en una colosal crisis identitaria.

“La profunda transformación social de la Roma pacífica trajo la devaluación de la ciudadanía romana, la concesión de derechos a los esclavos y a las mujeres, colectivos sociales de importancia creciente, que van pronto a tomar todo el protagonismo. Unidos a menudo por elementos poco definidos, movidos muchas veces por intereses cambiantes, estos colectivos se convierten desde el siglo III en los principales agentes del cambio histórico” (p. 12).

Pues bien lo que ocurrió en esos siglos trascendentales para el afianzamiento del cristianismo no fue captado por los historiadores del momento como Zósimo o Apiano, que fueron incapaces de explicar por qué se cohesionaron esos grupos sociales emergentes, que los motivó, qué móviles tenían…, como si los cambios sociales se produjeran casi mecánicamente y los movimientos se pusieran en marcha de un modo ciego.

Ciertamente el historiador moderno, y el caso de Dimas Fernández-Galiano, es uno de ellos, es el que intenta –-al hacer historia—dar sentido a todos esos movimiento sociales nuevos, en nuestro caso el retiro del mundo, y procura explicar los impulsos que lograron llevarlo a cabo. Este libro, pues, se inscribe en este intento, ya que su autor cae en la cuenta de que --sobre todo a partir del siglo IV d.C. en el Imperio romano-- la “nueva materia de la narración son los cambios sociales. Los grupos, no ya los individuos, son los grandes protagonistas de la historia.

En conjunto me convence la tesis principal del libro, a saber que hay que dar una nueva interpretación a la mayoría de la “villae” hispano romanas. No me considero competente para contradecirla con argumentos sólidos. Quizás una crítica complexiva podría ser hecha por algunos de mis colegas medievalistas, o por el mismísimo Peter Brown. Pero a mí es un libro que me ilumina y me convence en conjunto, cuya lectura me parece muy agradable, y sorprendente en ocasiones (he considerado siempre a su autor un hombre de ideas muy originales y un pensador muy independiente).

Esta obra me complementa y corrige ideas que tenía al respecto. En especial me hace ver más claramente con qué oportunidad y visión el cristianismo primitivo supo aprovecharse de todo lo bueno que tenía el Imperio, desde las fiestas y sus fechas, las instituciones, las estructuras organizativas y de gobierno, para consolidar la nueva ideología cristiana.La Iglesia se preparaba para durar más y mejor, pues adoptaba como formas de gobierno y actuación modos que estaban ya bien experimentados.


Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
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