Vida del apóstol Tomás según sus Hechos Apócrifos

Diablo


Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Hecho V (cc. 42-50): El demonio que habitaba en una mujer

Tomás entró en la ciudad con la intención de visitar a los padres del joven resucitado, que lo habían invitado a su casa. Pero los gritos de una hermosísima mujer lo desviaron de su proyecto. Rogaba al apóstol que la hiciera llegar hasta él, porque deseaba contarle cuanto le había sucedido durante cinco años de posesión diabólica. Hasta entonces había permanecido sin casarse, pero un día un hombre extraño la abordó cuando salía del baño. Le pedía que viviera unida en amor con él como hombre con mujer.

Los detalles del relato delatan que aquel presunto hombre era un demonio. La respuesta de la mujer a la proposición diabólica revela que se trataba de una persona que había elegido la vida de castidad. Así lo manifestaba cuando aseguraba que no había querido casarse con su prometido, mucho menos podía ahora unirse a otro hombre en flagrante adulterio.

La mujer preguntó a la joven que la acompañaba si había visto al joven que la había abordado y le había hecho proposiciones desvergonzadas. La joven había visto más bien a un anciano. El detalle de las dos formas sembró la inquietud en la mujer. Mucho más cuando aquella noche se presentó a ella y mantuvo con ella “aquella sucia relación” (c. 43,3). Al llegar la mañana, huyó del demonio la mujer, pero él insistió en abusar de ella. Hacía ya cinco años que perduraba aquella situación. Ahora rogaba a Tomás que le devolviera la libertad, pues había demostrado su poder sobre los malos espíritus. La pobre mujer suspiraba por regresar a su antigua naturaleza de vida en la continencia.

El apóstol pronunció una invocación en la que echaba en cara al demonio su maldad, su envidia y sus recursos pérfidos. Pero el demonio se presentó delante de Tomás sin que lo viera nadie sino el mismo Tomás y la mujer. Dirigió un largo y complicado discurso al apóstol, al que consideraba siervo de Jesucristo, consejero del Hijo de Dios, parecido a su Maestro y hermano. Reconoce su misión de colaborar con él con la función añadida de torturar a los demonios. A continuación, rompió en llanto lamentando la pérdida de la mujer amada en la que descansaba. Se despedía de ella, porque se había refugiado en otro más fuerte que él. Sabía que mientras se mantuviera cerca de Tomás, él no tendría ninguna posibilidad de recuperarla. Pero cuando se marche a otras regiones, volverá para hacerla suya como había sido hasta que llegó el apóstol de Jesús. Calló el demonio y desapareció en medio de una nube de humo y fuego.

Aprovechó Tomás la ocasión para exhortar a los presentes. Habló luego de la confianza especial que tuvo con Jesús hasta el punto de haber recibido la revelación de ciertos misterios. Aludió a las “tres frases con las que se sintió inflamado”, pero que no podía comunicar a los demás. Son las tres palabras que Jesús comunicó a Tomás según el logion 13 del Evangelio gnóstico de Tomás. Oró al “Jesús altísimo, el polimorfo, el unigénito, el primogénito, Dios de Dios” para que los apoyara con su ayuda y mantuviera viva su esperanza. A continuación, les impuso las manos diciendo: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vosotros para siempre”. Tras el “amén” de todos, levantó la voz la mujer pidiendo al apóstol la gracia del bautismo para que no volviera ya más a ella aquel malvado enemigo. Lo mismo solicitaron muchos de los presentes. Realizó Tomás la ceremonia del bautismo en el nombre de la Trinidad, seguida de la eucaristía con una invocación a Jesús, en la que hablaba de la participación “de tu santo cuerpo y de tu sangre” (c. 49,3).

Sigue luego una epiclesis bautismal, dirigida originalmente a la Sabiduría gnóstica, que más tarde se aplicó al Espíritu Santo. A lo largo de la epiclesis, se dan variadas diferencias entre las versiones griega y siríaca. Por ejemplo, en el siríaco se suprime la invocación “Ven, Sagrada Paloma, que engendras a los pichones gemelos. Ven, Madre oculta” (c. 50,2). Terminada la invocación, hizo Tomás la señal de la cruz sobre el pan, lo partió y repartió. Dio del pan en primer lugar a la mujer diciendo: “Sírvate esto como perdón de tus pecados”. Repartió también el pan a todos los que habían recibido el sello.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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