Los Padres de la Iglesia de Capadocia. Reencarnación y cristianismo primitivo (XII) (682)

Hoy escriben Mercedes López Salvá y Miguel Herrero


En la parte oriental del imperio la transmigración de las almas mereció aún en el siglo IV detallada atención de los más ilustres autores cristianos de la época. En Atenas, donde habían ido a formarse en filosofía, se encontraron tres personas, a las que unió una gran amistad: Gregorio de Nazianzo, Basilio de Cesarea y Juliano, que más tarde llegaría a ser emperador y al que se le dio el sobrenombre de “el Apóstata”.

La amistad de Gregorio y Basilio duró toda la vida. Nacidos el mismo año (329), recibieron ambos una esmerada educación en filosofía y retórica con estancias de estudio en Constantinopla y Atenas, y visitas a Alejandría. Ambos fueron ermitaños y obispos. Basilio organizó el monacato cenobítico, regulando la vida de monjes y ascetas para que vivieran en pequeñas comunidades, pues además de pensador y teólogo fue un gran organizador. Gregorio vivió en la tensión entre aceptar el compromiso de cargos eclesiásticos y su deseo de retirarse al desierto para dedicarse a la oración y a la poesía.

A las actividades de Gregorio y Basilio pronto se unió el hermano menor de éste, llamado también Gregorio y conocido como “el de Nisa” por haber sido obispo de esa diócesis. Gegorio de Nisa o Niseno no viajó fuera para estudiar como hiciera su hermano sino que recibió su formación de Basilio. Él mismo afirma que no tuvo mejor maestro que su hermano, al que después llegó a superar por la profundidad de su pensamiento. El Niseno conoció bien la filosofía griega clásica y helenística y también el neoplatonismo y admiró la obra de Orígenes.

Estos tres personajes –Gregorio de Nazianzo, Basilio de Cesarea y Gregorio de Nisa– constituyen el trío conocido como “Padres capadocios”. Dieron al cristianismo desde Capadocia –en el interior de la actual Turquía– una estructura intelectual, de acuerdo con las categorías filosóficas griegas, que contribuyó, sin duda, a su permanencia, al armonizar la doctrina cristiana con la paideia o educación griega Con ello el cristianismo se aseguró la hegemonía política y cultural en el mundo tardoantiguo y probablemente su influencia en el mundo bizantino y en la Europa occidental.

Los padres capadocios estudiaron el pensamiento griego y muy especialmente a Platón. También leyeron y conocieron la obra que les legó Orígenes pero, a pesar de que en muchos temas se consideraron seguidores suyos, en otros discreparon. Reflexionaron sobre la naturaleza del alma, sobre su origen, su destino y sobre su unión al cuerpo. No aceptaron la transmigración y quisieron tomar distancia de ella, pero la conocieron y se sintieron en el deber de criticar algunos de sus puntos, como, por ejemplo, la creencia en que un alma humana pudiera pasar a un animal o a un vegetal y que también pudiera hacer el camino inverso. Ello demuestra que en el siglo IV seguía, en efecto, abierto el debate sobre este tipo de cuestiones que iniciaran órficos y pitagóricos, y que contaba aún con seguidores entre los cristianos y entre todos aquellos formados en el neoplatonismo.

Saludos cordiales de Mercedes López Salvá y Miguel Herrero,
y subsidiariamente de Antonio Piñero

Nota: como hemos indicado ya varias veces, esta postal es parte del capítulo del libro editado por Alberto Bernabé, Madayo Kahle y Marco Antonio Santamaría (eds.), con el título “Reencarnación. La transmigración de las almas entre Oriente y Occidente”, Abada Editores, Madrid, 2011.
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