Ideas básicas de la gnosis (III)


Éste es el penúltimo "post" sobre las doctrinas básicas de la gnosis judeocristiana, pues -al final- haré un breve resumen sin tecnicismos de lo que es el espíritu o ideas motoras de esta gnosis.Cuando terminemos con esta introducción, larga pero necesaria seguiremos con la traducción y explicación del contenido del Evangelio de Judas.

La creación del ser humano

La creación del ser humano es acometida por el Demiurgo asistido por una serie de ángeles ayudantes, creados a su vez previamente por él, y que se hallan a cargo del sistema de los planetas y otros astros del universo. Todos juntos, ángeles y Demiurgo, forman al primer ser humano, Adán, a semejanza del Dios supremo, y a imagen del dios secundario, o Demiurgo. Miran hacia arriba, ven reflejado como en un espejo la forma ideal de hombre (el eón Adamás, antes mencionado) y lo copian.

Este hombre, plasmado a imagen del Demiurgo y a semejanza del Ser divino trascendente, yacía casi sin vida, o serpenteando por la tierra, sin alzarse, ya que los ángeles ayudantes del Demiurgo no eran capaces de insuflarle el hálito vital completo, incluido el espíritu. Sólo le habían insuflado el hálito vital intermedio, el “psíquico”, que le permitía moverse. Pero le faltaba el espíritu.

Y éste es el momento en el que actúa Sabiduría, como indicamos más arriba. Sabiduría, apiadándose del serpenteo del primer ser humano, Adán (“tierra” o “polvo” = ser humano, en hebreo) quiso dotar a esa imagen de Dios del elemento superior, el espíritu. Para ello se valió de una artimaña: hizo que el Demiurgo mismo insuflara su hálito en esta imagen divina. Al hacerlo, el Demiurgo le transmitió sin saberlo el espíritu divino, que él tenía oculto dentro de sí, recibido de su madre, Sabiduría. Pero al insuflarlo, queda el Demiurgo, a su vez, desprovisto, vaciado de ese espíritu divino.

Como el espíritu divino de Adán, así recibido, es totalmente divino (de hecho es propio sólo del Pleroma), no tiene su verdadera patria en el mundo material (el universo tal como lo vemos), ni por supuesto en el cuerpo, sino que su patria está allí de donde procede: el ámbito de Sabiduría, del Pleroma, del cielo. En algún momento tendrá que volver a ese ámbito.

La constitución del hombre completo, ya con su espíritu, ofrece también los fundamentos de la redención futura: el Salvador tendrá que rescatar al espíritu del hombre, encerrado en el cuerpo, y conducirlo al cielo que es su verdadera patria. Este “espíritu” es semejanza de Dios; el alma y el cuerpo son sólo “imagen” del Demiurgo.

Según la mayoría de los sistemas gnósticos, el Demiurgo y sus ángeles quedan envidiosos del ser humano porque, aunque éste ha sido creado a través de ellos, existe a “semejanza” del Dios supremo y posee una parte del espíritu divino que ellos no tienen. Ellos sólo le dieron la “imagen”. Como enemigos del hombre harán todo lo posible por impedir que reine el espíritu sobre la tierra, puesto que no lo controlan. Lo vemos a continuación.

Como el lector habrá podido observar, el proceso aquí expuesto es en realidad una exégesis mística, alegórica y mítica de los primeros capítulos del Génesis, valiéndose de elementos tomados de la filosofía griega, en concreto del Timeo de Platón.

La historia continúa: como el Demiurgo es envidioso del ser humano, desea que ese espíritu, “chispa” o “centella” divina que tiene el primer hombre no le sea impartido a todos los seres humanos futuros, o al menos que se vaya difuminando entre muchos poseedores y quede definitivamente encerrado en la materia. De este modo no aspirará a volver al cielo junto al Padre. Para lograr estos propósitos, el Demiurgo crea a Eva y con ella el deseo sexual y la procreación.

La humanidad se irá multiplicando, se irán creando con el tiempo más hombres que tienen esa “centella”, o espíritu”, cada vez más disminuida, más pequeña, siempre prisionera de la materia, dentro del cuerpo. La mayoría de los humanos se irá olvidando, adormecidos por la materia que los rodea, de que portan en sí esa “chispa divina”, el “espíritu”. La ignorancia de que su espíritu es igual al de Dios, de la unidad sustancial del espíritu humano con lo divino, hace que el hombre completo quede preso de lo inferior, de lo material.

Pero la humanidad no es toda exactamente igual. Aunque en los textos gnósticos no se explica exactamente el proceso, de entre los hombres que se van creando por generación carnal se producen tres clases, tres “pueblos”, o tres “razas”:

Hay una clase de hombres puramente material, los llamados “hílicos”, que no reciben ninguna insuflación del Demiurgo, y por ello ninguna parte de esa chispa divina.

Hay una segunda clase, un segundo “pueblo” (exégesis alegórica de la división de la humanidad en pueblos: Gn 10) que absorbe una insuflación a la mitad, es decir recibe del Demiurgo el hálito de su propia y única sustancia, llamada “psíquica” o anímica.

Y hay, finalmente, una tercera clase que recoge tanto la insuflación psíquica como la pneumática o espiritual.

Posibilidad de salvación según estas tres clases de hombres

La división de la humanidad en estas tres clases tendrá su importancia a la hora de la venida del Salvador, ante todo encargado de redimir al “espíritu”, de igual modo que antes había redimido a Sabiduría de su “pecado”:

La clase puramente material de hombres (los hílicos, del griego hýle, “materia”: asimilada con los paganos) no son capaces de ninguna salvación.

La segunda clase, la de los psíquicos (del griego psyché, “alma”, asimilada por los gnósticos del siglo II a los cristianos vulgares miembros de la Gran Iglesia), si prestan atención a los preceptos del Salvador y llevan una vida recta, obtendrán una salvación intermedia: a su muerte se despojarán de la materia (del cuerpo, que no resucita) y sus almas ascenderán al llamado cielo inferior, es decir a la región superior del universo -separada del Pleroma- y llevarán allí junto con el Demiurgo y sus ángeles buenos, que al final se convierten, una vida bienaventurada.

La tercera clase, el tercer pueblo o tercera raza, la de los hombres que poseen la centella divina, los espirituales o pneumáticos, los gnósticos verdaderos, recibirán la salvación completa con tal de que, gracias al Salvador, se despierten del sueño que produce el estar rodeado de materia, caigan en la cuenta de que tienen esa “chispa” divina y reciban la gnosis, revelación, conociéndose a sí mismos, su procedencia y su destino.

Tras la muerte, su cuerpo carnal perecerá con la materia; su alma ascenderá junto con el resto de las almas de los hombres psíquicos junto al Demiurgo y será allí feliz también. Su parte superior, el espíritu, traspasará el límite del Pleroma, y uniéndose a su contrapartida celeste, es decir a su espíritu gemelo superior que le aguarda en el Pleroma, descansará allí, haciéndose uno con la divinidad a la que entonará himnos de alabanza y gloria por siempre jamás.

La figura del Salvador. Su venida al mundo

El último elemento de esta cadena es la figura del Salvador. Este ser o eón divino había actuado ya antes redimiendo a la Sabiduría “pecadora”, a la que rescata cuando estaba expulsada fuera del Pleroma y la reintegra en él, como se ha dicho. Más tarde, cuando existan los hombres y se llegue al culmen de la historia mundana, el Pleroma se apiada de los seres humanos y considera que no es permisible que el espíritu quede por siempre encerrado en la cárcel de la materia. Por ello decide a enviar un Salvador.

Este Salvador descenderá desde el Pleroma, atravesará las distintas esferas de los cielos que circundan la tierra –engañando a sus vigilantes, los ángeles o arcontes del Demiurgo—, y llegará a ella con la misión de recordar a los hombres espirituales que tienen dentro de sí una centella divina, que deben sacudirse su letargo y hacer todo lo posible para retornar al lugar de donde esa chispa procede. El modo de sacudir su adormecimiento es la revelación de la gnosis o el conocimiento verdadero. Lo que el Salvador hace con su revelación es sacudir al alma de modo que el ser humano empiece a formularse las preguntas sustanciales que ya conocemos: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Por qué tengo espíritu? ¿Qué debo hacer para rescatar este espíritu de la materia y hacerle volver al lugar de donde procede, el cielo?

La revelación del Salvador da también los medios para responder a esas preguntas. Tras recordar a los humanos que su espíritu procede del Pleroma, del cielo, y que debe volver a él, les indica los medios -ascetismo, desprendimiento, etc.- para retornar al cielo, donde tiene su origen. En una palabra: la misión del Salvador es enseñar al ser humano a liberar su espíritu de la materia.

Como el Salvador arranca al hombre en último término del poder del Demiurgo y de sus ángeles, dueños de este mundo, todos estos, irritados, intentarán provocar su muerte acá en la tierra. Pero si eso ocurre, como pasa con el salvador de la gnosis cristiana, Jesús, esa muerte será de mentira. Otro ser carnal, que se parece al Salvador, padecerá la muerte, mientras que el verdadero salvador asciende al cielo. Así quedan burlados los poderes de este mundo y terminado el proceso de la redención.

Toda la vida del gnóstico consistirá en profundizar en esa sabiduría (gnosis) que ha venido a traer el Salvador. Todo su anhelo radicará en escaparse cuanto antes de esta vestidura carnal, y lograr que su parte superior, el espíritu, retorne al Pleroma para gozar allí de descanso y felicidad eternos.

El conjunto de ideas religiosas de la gnosis puede reducirse en síntesis a cinco principios fundamentales y a tres mitos que pueden sintetizarse así:

Los cinco principios fundamentales:

1. La parte mejor y más auténtica del ser humano es el espíritu. Éste es como una centella divina, por tanto consustancial con la divinidad, de la que procede

2. Por un complicado, necesario y desgraciado proceso, esa chispa divina está aherrojada, encarcelada en la materia, es decir en el cuerpo del hombre y en este mundo material. Pero el yo verdadero, la centella divina, el espíritu, tiene su patria en el cielo.

3. La chispa divina debe retornar allí de donde procede. Esta vuelta constituye la salvación. Para lograrla hay que desprenderse del cuerpo y de todo lo material.

4. Un ser divino, el Salvador, desciende del ámbito superior, del Pleroma; con su revelación recuerda al hombre que posee esa centella; le ilumina y le instruye sobre el modo de hacerla retornar al ámbito del que procede. Una vez concluida su misión, el Redentor retorna al cielo.

5. La consecuencia práctica de esta doctrina respecto al mundo y la materia es la defensa de un dualismo a ultranza: hay una radical separación del mundo de abajo, material, del de arriba, espiritual: del espíritu y de la materia. El hombre espiritual mantiene una enemistad irreconciliable con este mundo, el cosmos, y todo lo que él represente: lo carnal, material, el cuerpo, etc.

Los tres mitos

Los tres mitos pueden resumirse del modo siguiente:

1. Un mito cosmogónico: el Universo es creado en último término por Dios, pero por una especie de “error” de uno de sus modos o “eones”. Además no lo crea la divinidad directamente, sino sus intermediarios. Esto supone que la gnosis niega la fe del Antiguo Testamento en la creación. Pero así se salva la absoluta trascendencia divina y se explica la dualidad entre Dios y la materia. Ésta es el último escalón del ser y en el fondo será inconciliable con la divinidad.

2. Un mito antropológico: el de la creación del hombre. Éste, en su parte material, es creado por el Demiurgo asistido por una serie de ángeles ayudantes creados a su vez previamente por él, y que se hallan a cargo del sistema de los planeta¬s y otros astros del universo. Todos juntos, ángeles y Demiurgo, forman al primer ser humano, Adán, a semejanza del Dios supremo, y a imagen del dios secundario, o Demiurgo. Su parte superior, su espíritu, lo tiene el ser humano por insuflación del eón Sabiduría. Así se explica también la dualidad que reina en el hombre. Por un lado es un ser carnal, material, degradado, producto del Demiurgo. Por otro es un producto de la Sabiduría gracias a su espíritu. Al ser éste igual a la divinidad, el hombre es un ser superior, que de algún modo pertenece al cielo. Pero carne y espíritu estarán por siempre enfrentados.

3. Un mito soteriológico, o de la salvación: La carne está condenada a volver a la nada, a lo que es en realidad. Pero el espíritu del hombre debe ser salvado de la carne y del universo material. De eso se encarga el Salvador enviado por Dios para rescatarlo. La divinidad completa, el “pleroma” se apiada del ser humano. Le da pena que su parte superior, el espíritu, esté aherrojado en el mundo, prisionero del cuerpo y de la materia. Para liberarlo, para hacer que el espíritu vuelva a las alturas de donde procede, todo el Pleroma divino envía a la tierra al Salvador.

Saludos cordiales de Antonio Piñero

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Una nota final:

El lunes, 30 de julio de 2007, en El Escorial, Edificio Infantes, comienza el curso de verano de La Universidad Complutense "Existió Jesús realmente. el Jesús de la historia a debate", que durará hasta el viernes 3 de agosto, inclusive.
Si fuere posible, procuraré hacer un resumen de las ponencias de cada día (dos o tres, según el día). De nuevo saludos.
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