Satán y Lucifer



Hoy escribe Antonio Piñero

En este “post” veremos cómo esta figura de Satán, más o menos inocua en cuanto que no es perversa por naturaleza sufre un cambio, y a peor: Satán se presenta como auténticamente malvado. Pero en la Biblia no encontramos textos que nos indiquen con claridad los pasos de esta mutación.

Sólo en dos textos del Antiguo Testamento y bastante tardíos, del siglo IV a.C., el Libro I de las Crónicas 21,1, y en el Eclesiástico 21,27 (del siglo III a.C.), "Satán" pasa a ser sinónimo de instigador del pecado o causante de una tentación, es decir "tentador" de verdad.

El primero dice así: "Se alzó Satán contra Israel e incitó a David a hacer el censo del pueblo…" Luego, por la continuación del texto averiguamos que hacer el censo va contra la voluntad de Dios, es, por tanto, un pecado.

En el segundo leemos: "Cuando el impío maldice a Satán, a su propia alma maldice".

En estos dos pasajes se alude claramente a una fuerza malvada, pero no queda nada claro si este tentador ejecuta órdenes de Dios, o si más bien actúa por su propia cuenta como adversario y antagonista o adversario autónomo de la divinidad. Lo más probable es la primera hipótesis, pero el lector se queda con la idea de que además de Dios –ya sea a sus órdenes o un poco a sus espaldas- existe en el universo un poder malvado.

Como vemos, el Satán o Satanás de estos primeros momentos –tal como se refleja en estratos muy antiguos del Antiguo Testamento- nada o poco tiene que ver con el Diablo tal como nos lo imaginamos hoy, ni con ángeles caídos, ni con los demonios llamémosles “corrientes”, ni nada por el estilo. Satán es un ángel, un espíritu de la corte celestial, a las órdenes de Yahvé, encargado de ciertas desagradables tareas. No es el Príncipe del Mal, ni tampoco el origen del mal, que como todo lo creado procede también de Yahvé.

Por otro lado, sin embargo, el lector del Antiguo Testamento siente que este texto va presentando a sus ojos en diversas narraciones –incluidas algunas en las que aparece Satán- un cierto poder siniestro, un genio maléfico y envidioso, que se encarga de hacer el mayor daño posible al ser humano. Así ocurre, por ejemplo, en los primeros capítulos de la Biblia con el conocido relato de la caída de Adán y Eva (Génesis 3). Encarnado en la serpiente, interviene de modo decisivo y negativo un genio maligno y seductor al que no se llama Satán ni Diablo. Este malvado poder engaña a Eva y a Adán; hace que desobedezcan al Creador y rompan las buenas relaciones con él; logra que sean arrojados del paraíso y que comience para todos los descendientes de esa pareja una vida que es más “valle de lágrimas” que edén o paraíso.

En el relato del libro de Job que citamos en el “post” pasado, el denominado Satán, el fiscal de Dios, aparece –para el lector apresurado- como una figura harto desagradable que trae desgracias y enfermedades al sufrido Job. Aunque todo lo hace tanteando a Job, en realidad lo está instigando a maldecir y separarse de Dios.

En Zacarías 3,1 encuentra también el lector un pasaje en el que se contrapone el "ángel de Yahvé" a Satán con tonos negativos para éste. El primero defiende al sumo sacerdote Josué de las inculpaciones siniestras del segundo, tanto que el ángel le llega a decir: "¡Conténgate Yahvé, oh Satán, conténgate Yahvé, que ha escogido a Jerusalén!".

Este pasaje tardío –Zacarías es uno de los profetas de después del destierro a Babilonia- supone una precisión y desarrollo en las concepciones del Antiguo Testamento sobre Satán. Aunque el texto hebreo presenta el artículo determinado antes de Satán, con lo que se indica que el vocablo es más bien -¡todavía!- un nombre común que propio (“el satán”), el lector obtiene del pasaje la sensación de que esta palabra connota un ser con una fuerte individuación: Satán es un ser sobrenatural y concreto que se opone fieramente no sólo a Yahvé, sino a un ser humano específico, al sumo sacerdote Josué. Comienza, pues, a perfilarse la idea de un adversario malvado, con fuertes rasgos personales.

Por tanto, en estos textos veterotestamentarios que hemos ido citando y en los que aparece el vocablo “satán”, este personaje se halla siempre subordinado a Dios y es su ministro. No es el conocido Diablo. Pero, a la vez, los escritores bíblicos, sobre todo en el Génesis dejan traslucir la existencia en el universo de un antipoder: frente al Dios creador o rector del pueblo existe un anti Dios que se opone a los buenos designios de Aquél. Este antipoder puede fácilmente asociarse con Satán, ya que este personaje ejerce funciones muy desagradables. Y precisamente esto es lo que hará el pueblo hebreo con el correr del tiempo.

Antes de seguir con los detalles de esta evolución, deseo tratar una cuestión de menor importancia, pero no carente de significado para algunos: señalar que en el Antiguo Testamento el apelativo "Lucifer" no aparece nunca como denominación de Satán. Designar a Satán/Demonio de este modo es un invento cristiano, y proviene de una exégesis particular por parte de los Padres de la Iglesia del siguiente pasaje de Isaías (14,12 5):

"¡Cómo has caído de los cielos, Lucero, hijo de la Aurora! ¡Has sido abatido a tierra, dominador de las naciones! Tú que habías dicho en tu corazón: ‘Al cielo voy a subir, por encima de las estrellas de Dios alzaré mi trono, y me sentaré en el Monte de la Reunión... subiré a las alturas del nublado, me asemejaré al Altísimo’. ¡Ya! Al sheol (mundo subterráneo) has sido precipitado, a lo más hondo del pozo".

Este bello poema, de tonalidad fuertemente irónica, fue compuesto por Isaías bien para celebrar la muerte del rey asirio Sargón II, o bien directamente contra la arrogancia, vencida por Yahvé, del monarca babilonio Nabucodonosor. Pero los Padres de la iglesia cristiana relacionaron este texto profético con el conocido pasaje de Lucas (10,18): "Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo", frase con la que Jesús expresa su alegría ante el éxito de la misión de los setenta y dos discípulos que había enviado a predicar a la villa de Israel.

La visión de la caída de Satán significaba para Jesús el fracaso de la oposición del Diablo a la venida del Reino de Dios. Los Padres interpretaron que Isaías había previsto proféticamente lo que luego había contemplado Jesús. De ahí que ese "Lucero, hijo de la Aurora", Lucifer, símbolo en realidad de la grandeza caída de un rey mesopotámico, pasara a ser la denominación del Diablo.

De esta aventurada interpretación, que nada tiene que ver con el sentido primitivo del texto del profeta Isaías, procede también el que algunos se hayan imaginado a Satán como dotado de una inmensa hermosura, equiparable a la del lucero de la mañana.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero
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