La aportación de Clemente de Alejandría a la constitución del cristianismo primitivo. Egipto y el cristianismo (y XIV)

Hoy escribe Antonio Piñero:

Otra contribución del Egipto antiguo a la consolidación del cristianismo naciente –que vamos a considerar en nuestra serie- se centra también en la ciudad de Alejandría, como si el resto del país, en los dos primeros siglos de existencia del cristianismo apenas hubiera tenido importancia. Dentro de la gran ciudad del Delta queremos fijarnos en lo que supuso para la cristiandad naciente la creación de la primera “Escuela de Teología”, con Panteno hacia el 180 d.C.

Como diremos a continuación, de este personaje apenas sabemos nada, porque al parecer no dejó obra alguna escrita, a pesar de su notable fama como maestro. Hay quienes le atribuyen la autoría de la Epístola a Diogneto, pero esta hipótesis no tiene muchos seguidores.

Hasta aquel momento –Clemente de Alejandría vive entre el 150 y el 215- no había tenido la Iglesia cristiana ningún teólogo sistemático, que hubiese intentado organizar en un complejo global todo lo que de Dios, la Biblia, la revelación, la relación de los humanos con Dios, etc., podía ser la aportación del cristianismo. Sólo en parte lo había hecho ya Ireneo de Lyón (¿muerto hacia el 200?) en su gran obra Contra todas las herejías, en Las Galias, pero su preocupación por refutar punto por punto las doctrinas que de cristianos que no le parecían verdaderas no le habían permitido del todo hacer una suerte de exposición sistemática de la teología del cristianismo.

Éste fue el intento de Clemente de Alejandría, aunque en verdad tampoco lo consiguió…, pero marcó el camino. Cuando crecieron las conversiones de paganos al cristianismo por todas partes del Imperio, se percibió la necesidad de formar “Escuelas de catecúmenos”, sitios donde se enseñara la doctrina a los que se iban a bautizar. Y éste fue el germen de las futuras escuelas de teología.

Al parecer la primera de ellas se fundó en Alejandría, y su director fue un cristiano nacido en Sicilia, de nombre Panteno. Tras su conversión viajó a la India, y al parecer también intentó allí encontrar en la sabiduría oriental un complemento y robustecimiento a su fe cristiana.

Volvió a Occidente y se asentó en la ciudad que le parecía más sabia en el momento y más cristiana: Alejandría. Hacia el 180, parece ser que fue nombrado por sus colegas cristianos jefe de la escuela de catecúmenos. Y allí fue maestro de un joven llamado Clemente, brillante estudioso, que había nacido en Atenas y que se había trasladado también a la ciudad del Delta, atraído por sus bibliotecas y la ciencia filológica que le había otorgado gran fama.

Como dijimos, casi nada sabemos de Panteno, si escribió o no obras. Si fue así, se han perdido. Pero lo cierto es que Clemente lo consideró siempre su maestro y el que le impulsó a seguir con sus estudios de teología cristiana. Clemente fue el sucesor como jefe de escuela, cuando murió Panteno. El desempeño de este cargo y la composición de obras con las que orientar a sus discípulos hicieron de Clemente, junto con Ireneo, pionero de los estudios teológicos cristianos.

Las obras conservadas de Clemente son variadas. Enumeraremos brevemente las más señeras e indicaremos su contenido para realzar la importancia de ella en la consolidación del cristianismo.

Los lectores del blog interesados pueden ampliar conocimientos cómodamente en una obra “de cabecera” que les recomiendo, La Patrología, en tres volúmenes, cuyos autores son variados, pero están dirigidos por Johannes Quasten, Ignacio Oñatibia y Ángelo di Bernardino. Está editada por la “Biblioteca de Autores Cristianos”, de Madrid, y trata de toda los autores, “Padres de la Iglesia, latinos y griegos, que han dejado alguna obra digna de reseñar. Abarca desde los inicios mismos de la composición de las obras que más tarde formarían el Nuevo Testamento hasta la obra de san León Magno (muerto en el 461 d.C.), es decir cinco siglos de teología cristiana.

La primera obra interesante de Clemente es el Protréptico, o “invitación a la conversión” (el verbo griego trépo significa “volverse”; de ahí viene tropaion, “trofeo”, el lugar donde el enemigo se vuelve, se da a la fuga y los vencedores levantan un monumento conmemorativo, un "trofeo"). Clemente ofrece a su lector las razones por las que la religión pagana es una superstición, y la cristiana tiene todos los atributos de la verdadera. La obra aparece como un discurso -propiamente, una “canción”- del Logos/Jesucristo al ser humano en el que a modo de un discurso le introduce en el cristianismo.

En ese discurso se aducen todos los argumentos posibles contra la adoración a los ídolos, la inmoralidad de los dioses antiguos, cómo la misma filosofía había criticado sus graves defectos morales y había impulsado en el fondo a abandonarlos. La filosofía, los poetas de Grecia y Roma y los oráculos de los profetas de la Biblia se unen en un coro que demuestran que la verdadera razón está aliada con la revelación cristiana y que ésta es la única que salva.

Desgraciadamente no conozco ninguna traducción castellana moderna de esta obra. Sí sé que se ha compuesto ya un comentario, en inglés, por Miguel Herrero de Jáuregui, cuya obra sobre el Orfismo y los Padres de la Iglesia (Trotta) se ha comentado en este blog. Suponemos que después de la versión inglesa, Miguel Herrero hará una traducción castellana y la publicará aquí, con lo que llenará un importante hueco.

Después del Protréptico, Clemente publicó El Pedagogo. El Logos/Cristo aparece en esta obra aconsejando -a los que se han convertido al cristianismo- qué enseñanzas deben recibir de modo que puedan llevar una vida conforme a la religión. El Logos es el gran educador del cristiano por la intermediación de Clemente… quien probablemente se creía “inspirado” por él al escribir.

En el primer libro el Logos enseña los principios generales de la moral y la vida cristiana; en el segundo, se abordan los problemas de la vida cotidiana y cómo hay que comportarse en ella como cristianos; en el tercero se tratan más específicamente temas concretos: la comida, la bebida, la casa, las diversiones, el baño y los perfumes, la urbanidad y la buena educación, el matrimonio y los hijos.

Es la primera vez en toda la historia del cristianismo que estos temas empiezan a tratase de un modo más o menos sistemático y se comienzan a impartir las doctrinas que constituirán el núcleo del comportamiento cristiano acrisolado durante siglos. De El Pedagogo tenemos una buena edición en castellano, en realidad bilingüe, griego-español con abundantes notas aclaratorias de Marcelo Merino y Emilio Redondo, en la Editorial “Ciudad Nueva” de Madrid, 1994 (Colección “Fuentes Patrísticas”).

La última obra que comentaremos son los “Tapices” (en griego Strómata). A su propósito escribe Johannes Quasten:

Clemente no poseía cualidades para escribir libros de teología sistemáticos… por lo que escogió el género literario de los ‘tapices’, mucho más en consonancia con su genio, que le permitía intercalar extensos y brillantes estudios de detalle con un estilo fácil y agradable. El nombre de ‘Tapices’ es semejante a otros muy en boga por aquel entonces, como ‘La pradera’, ‘Los Banquetes’, ‘El panal de miel’. Con estos títulos se designaba un género que era el preferido de los filósofos de entonces y que le permitía tratar de las más variadas cuestiones sin tener que sujetarse a un orden estricto (Patrología, I 327).


La idea central de Clemente es que la filosofía de los griegos es la gran obra del Logos, una suerte de tarea de siglos preparatoria del cristianismo. Contiene esta filosofía muchas ideas sublimes que estaban preparando a la humanidad para que pudiera recibir con provecho la verdad que traía el Salvador. Ahora bien, la filosofía no puede nunca reemplazar a la revelación de Dios: ésta “ciencia” verdadera supera con mucho todo el saber que pueda aportar la razón. El conocimiento de Dios, que es lo único importante, una vez preparada a mente por la filosofía, sólo se puede alcanzar por medio de la Biblia y el contacto personal con la divinidad por medio de una vida buena y honesta y la oración.

Que yo sepa hay traducciones de esta obra de Clemente a todas las lenguas cultas modernas, menos en castellano.

Aquí detenemos nuestro recorrido. Con esta brevísima introducción al pensamiento y la obra de Clemente concluimos nuestra miniserie sobre la aportación de Egipto a los comienzos del cristianismo. Habría quizá que hablar también de otros temas, o por lo menos más detenidamente, como el uso de la alegoría en la interpretación de la Biblia, pero ello haría de esta serie algo demasiado extenso.

De cualquier forma, lo poco dicho aquí constituye una base importante para otorgar a Egipto el papel que se merece. La mayoría de los cristianos de hoy quizá no hayan caído suficientemente en la cuenta de ello. Como dijimos al principio de la serie, en el descubrimiento de Egipto por Occidente, ocupa un lugar de honor la enorme aportación que este antiquísimo país ha realizado a los orígenes y consolidación del cristianismo.

Así, en conclusión: a los ojos de los no iniciados quizás, concentrados en Jerusalén y en Roma como las cunas del cristianismo más antiguo, puede pasar desapercibido la función de Egipto en la constitución de éste. La comprensión del carácter de la lengua en la que fue escrito el Nuevo Testamento, la aportación única y exclusiva de los grandes manuscritos y de los papiros para establecer el mejor texto del mismo Nuevo Testamento, fundamento de la iglesia cristiana, los descubrimientos de textos gnósticos de Nag Hammadi, la conservación de la obra de Filón de Alejandría, de extrema importancia para la teología cristiana posterior, y los inicios sistemáticos de esta teología al abrigo de los estudios filológicos e históricos de Alejandría justifican que nos hayamos parado un poco a pensar en ello.

Egipto, quizás a la par que Jerusalén, Roma y Antioquía, desempeñó un papel estrella en la conformación del cristianismo antiguo.

Saludos cordiales, Antonio Piñero.
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