Mujeres en los HchTom. Migdonia (II)



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Migdonia, mujer de alta posición social

Migdonia es, ante todo, una mujer importante en la escala social. Esposa, dice el texto, de Carisio, pariente cercano del rey. Por lo pronto, se presentó a escuchar a Tomás llevada por sus criados sobre una litera. Como el lugar era estrecho y la muchedumbre grande, recurrió al poder de su marido para que le facilitara el acceso al lugar donde se hallaba el Apóstol. Los servidores de Carisio cumplieron con poca delicadeza el deseo de Migdonia y las ordenes de su marido. Tomás aludió al gesto con palabras claras y contundentes. Como si dijera: Ya estás cerca de mí, según parece; pero en realidad sigues muy alejada. Por la insistencia de los soldados, Migdonia había conseguido acercarse materialmente a Tomás; pero seguía lejos de su espíritu. Aquel detalle proporcionó al Apóstol materia para un discurso en el que propugnaba la igualdad de todos los hombres, la inutilidad de las riquezas o de la pobreza en el día del Juicio.

Sigue un contexto de alusiones a hechos bíblicos y de textos de la misma Escritura: Sobre los que tienen ojos y no ven (Mc 8, 18 paral.); "el que tenga oídos para oír, que oiga" (Mt 11, 15 paral.); "venid a mí los que estáis cansados" (Mt 11, 28); o la regla de oro: "No hagáis a nadie lo que no queráis que os hagan a vosotros" (cf. Tob 4, 15; Mt 7, 12; Didajé 1, 2). Tomás recomendaba huir de ciertos vicios particularmente odiosos a la mentalidad cristiana: el adulterio, el homicidio, el robo, la intemperancia, la vanagloria, la calumnia, las relaciones inmundas. Algunos de estos vicios están presentados en sus modelos bíblicos, como Caín, Judas Iscariote, Esaú. La expresión griega sobre la abstención "de los actos vergonzosos, especialmente, de los corporales", está sustituida en la versión siríaca por los sintagmas "comercio odioso y uniones impuras".

Por el contrario, muestra una serie de virtudes que marcan el perfil ideal de la vida de cristiano: la santidad, la templanza, la mansedumbre. La santidad (hagiosyne), por el contexto suele ser entendida por algunos estudiosos como la continencia sexual perfecta. En HchTom 86 se afirma que "la santidad es el templo de Cristo". La templanza viene explicada en el cap. 86 por los cuarenta días que pasó Cristo ayunando en el desierto. Después de numerosas referencias a la mansedumbre, pone el autor como ejemplo la reacción de Cristo cuando mandó a Pedro guardar la espada en Getsemaní (Jn 18, 11). Es curioso notar que el Apóstol pone precisamente en la mansedumbre un énfasis muy especial.

Migdonia escucha la predicación de Tomás

Migdonia estaba presente a todas estas exhortaciones y se sintió tocada por la originalidad de las nuevas doctrinas predicadas en el nombre del nuevo Dios. Acusó en seguida el golpe de la palabra de Tomás. El Apócrifo cuenta su reacción: "Ahora bien, la mujer de Carisio, el pariente del rey, saltó de su litera, se arrojó a tierra delante del Apóstol, tocó sus pies y le suplicaba diciendo: “Discípulo del Dios vivo, has venido a una tierra desierta. En un desierto vivimos, semejantes por nuestro comportamiento a animales irracionales. Pero ahora vamos a ser salvados por medio de tus manos. Te suplico, pues, cuida de mí y ruega por mí para que la misericordia del Dios por ti anunciado venga sobre mí y pueda yo convertirme en su morada, tome parte contigo en la plegaria, en la esperanza y en la fe en él, reciba yo también el sello, me transforme en un templo santo, donde él habite”" (HchTom 87, 2).

Migdonia estaba prácticamente entregada a la palabra de Tomás. Su actitud humilde y sumisa indicaba que algo estaba cambiando en ella. La que había llegado rodeada de aparato sobre una litera, yacía ahora en tierra en un gesto de sincera humildad, ella la esposa de un pariente del rey. El Apóstol seguía exhortando a los hermanos, pero su atención estaba pendiente de Migdonia. A ella iban dirigidas directamente unas palabras que representaban y exigían un cambio radical de vida: "Levántate del suelo y reflexiona en tu espíritu. De nada te servirán esos adornos postizos, ni la belleza de tu cuerpo, ni tus vestidos. Tampoco la fama de tu dignidad, ni el poder de este mundo, ni esa sucia unión (koinonía) con tu marido te servirá de nada, si estás privada de la unión verdadera. Pues la pompa del adorno se destruye, el cuerpo envejece y cambia, los vestidos se deterioran, la autoridad y el poder pasan a la vez que quedan sujetos a juicio por lo que cada uno haya realizado. Y pasa también la unión generadora de hijos, como digna de condenación. Sólo Jesús permanece siempre y los que esperan en él" (HchTom 88, 2).

Tomás iba cerrando el cerco. Aunque faltaban muchas etapas para llegar a la meta: "Vete en paz, dijo el Apóstol a Migdonia, y el Señor te hará digna de sus misterios divinos". La mujer replicó: "Tengo miedo de irme, no sea que me abandones y te vayas a otra nación". Tomás le dio garantías: "Aunque yo me marche, no te dejaré sola, sino que Jesús estará contigo por su misericordia" (HchTom, 88, 3).

Migdonia se convierte a la vida de castidad

El cambio ya se había realizado. Migdonia inició unas prácticas que presagiaban su conversión a la vida de castidad. Por lo pronto, no acudió a la cena con su marido. Echó mano de una excusa que ya vimos en el caso de Maximila (HchAnd). "No se encuentra bien", decían las criadas a Carisio. Con toda solicitud fue el marido atribulado a interesarse por ella. Le alzó el velo, la besó y le preguntó: "¿Por qué razón estás hoy tan triste?" "No me encuentro bien", respondió Migdonia. Carisio le echó en cara que no se hubiera quedado en casa, sino que se había ido a escuchar palabrerías y a ver juegos de magia. Pero insistió para que su esposa cenara con él.

Migdonia expresó claramente sus intenciones: Ni cenaría ni dormiría con él. Pero Carisio hizo que le sirvieran la cena delante de su mujer y volvió a pedirle que se sentara con él a cenar. Ella continuó insensible, sin conmoverse por la actitud de su marido que había renunciado a cenar con el rey para estar con ella. La reacción de Migdonia fue la repetición de la excusa que ya había expresado repitiendo que no se encontraba bien. Y cuando Carisio, según la costumbre, pretendió dormir con su esposa, ésta le espetó sin contemplaciones: "¿No te he dicho ya que me excuses hoy?" (HchTom 90, 2). Carisio se retiró a otro lecho y se quedó dormido.

Estalla el conflicto

El conflicto se había desencadenado de forma tan repentina como virulenta. La situación de Carisio aparece en el relato como de un cierto trastorno. Tiene sueños extraños que le producen angustia; confunde el calzado cambiándolo de pie. Migdonia busca a todo una interpretación positiva. Como si su gozo interior pintara todo de color de rosa. Y mientras Carisio se dirigía a saludar al rey, Migdonia acudió a ver a Tomás, que todavía no conocía su identidad. Se encontraba el Apóstol en compañía del general y de la multitud preguntando quién era aquella mujer que tan generosamente había acogido al Señor en su vida. El general le respondió: "Es la esposa de Carisio, pariente del rey Misdeo" (HchTom 93, 1).

Hasta aquí todo entraba en la más absoluta normalidad. Pero el general añadió detalles que ponían aspectos preocupantes en el caso. Carisio tenía ante el rey un alto predicamento, tanto que el rey se plegaba de ordinario a sus opiniones. Era, por lo tanto, un personaje particularmente poderoso e influyente, que podría poner impedimentos a Migdonia para la perseverancia en las decisiones tomadas. Era ella, además, muy amada de su marido, que la estimaba más que nada en el mundo. La misma Migdonia amaba profundamente a su marido. El panorama no resultaba nada favorable a los planes de la conversa.

La argumentación de Tomás abundaba en la comparación de los dos poderes contrapuestos, el de Carisio y el de Jesús. Si Migdonia había recibido la semilla sembrada en su alma, no volvería a preocuparse por las exigencias de la vida temporal. Migdonia ratificó las palabras de Tomás diciendo: "En verdad, mi Señor, he recibido la semilla de tus palabras, y engendraré frutos semejantes a esa semilla con la ayuda de mi señor Jesús" (HchTom 94, 1). El Apóstol se extendió en disquisiciones piadosas y pronunció varias bienaventuranzas, once en el texto griego y trece en el siríaco; siete de ellas abundan en ideas sobre la castidad. Cuatro alaban la mansedumbre; las dos últimas encarecen la templanza. Migdonia escuchó con atención las palabras de Tomás, y se sintió reforzada en las tres virtudes recomendadas en las bienaventuranzas. La versión siríaca, siempre en su intención más ortodoxa, menciona precisamente esas virtudes: castidad, mansedumbre y templanza.

Entretanto, Carisio acudió a su casa para comer, pero se enteró de que Migdonia estaba ausente. Preguntó a los criados dónde se encontraba su señora. Uno de ellos le informó que había ido a la casa del extranjero. Cuando Migdonia regresó por la tarde, Su marido entre sorprendido e indignado le preguntó dónde había estado hasta esa hora. "En casa del médico", respondió la mujer. Carisio insistió: "¿Es acaso médico ese extranjero?" "Sí, respondió Migdonia, es médico de las almas. Pues la mayoría de los médicos curan los cuerpos perecederos, pero éste las almas incorruptibles" (HchTom 95, 2-3).

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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