José/Jesús “hijo de Dios”. Comparación de la novela José y Asenet y el Nuevo Testamento (XIII)

Hoy escribe Antonio Piñero

Nos preguntábamos en el último post cómo podía entender el autor de la novela que José, el patriarca judío, fuera “hijo de Dios”. En nuestra opinión, son dos las corrientes ideológicas que pudieron confluir en la mente del desconocido autor de JyA, y que sirvieron, complementándose, para transmitir un mensaje a sus lectores al aplicar esta fórmula a José, el patriarca judío, en la novela.

En primer lugar la mentalidad religiosa acerca de los hijos de los dioses del entorno romano-helenístico del Egipto natal del autor, y el deseo de aprovecharla para dar el empujoncito a los posibles lectores paganos de su obra para que finalmente se atrevieran a abrazar el judaísmo… Estos posibles lectores serían ante todo los griegos llamados los “temerosos de Dios”, los casi eternos aspirantes a convertirse al judaísmo, que andaban dando vueltas los sábados por las sinagogas, pero que nunca se decidían a dar el paso de la conversión con todas sus consecuencias.

Lo que les quería decir el novelista a tales "temerosos de Dios" era que no buscaran más en los dioses del paganismo su posible salvación. Ésta estaba en el judaísmo, y José –el verdadero “hijo de Dios”- era la personificación excelente de ese judaísmo, y Asenet el ejemplo vivo de las benéficas consecuencias de la conversión. Además el judaísmo que la novela presentaba era muy atractivo con sus promesas de revivificación, renovación, e inmortalidad.

El novelista era muy consciente de lo que atraía a muchas gentes el culto a los héroes, por ejemplo Heracles, y al Emperador, felizmente reinante, como “hijo de Dios”, o al menos como “hijo de un dios” (divi filius: hijo del emperador ya difunto elevado a la categoría de divinidad astral). Y sabía que el “temeroso de Dios” debía ver con frecuencia las inscripciones, ya en griego o en latín esculpidas en los altares y estatuas votivas dedicadas a esos héroes divinizados, o más cercanamente al Emperador, a los que sentía como figuras próximas y benefactoras.

G. A. Deissmann reproduce –en sus Bibelstudien, “Estudios bíblicos” I, Marburgo, 1895, reimpreso en Hildesheim 1977, pp. 166-167 el texto de un papiro que ilustra convenientemente nuestro propósito: Papiro Berolinense 7006 = BGU V 180, número 174. Lleva fecha del 22 de agosto del año 7 d.C. en El Fayum, y comienza diciendo: “… En el año treinta del reinado del César, hijo de Dios”.

Deissman añade también una inscripción de Tarso de Cilicia, la patria de Pablo (Waddington 2, número 1.476, p. 349), pero que vale para cualquier parte del Imperio Oriental: “Al Emperador, César, hijo de Dios, Augusto, el pueblo de los tarsiotas”.

En la novela de JyA el autor presenta a José como representante e hijo del “emperador” egipcio, el Faraón. Éste, en la mente del pueblo, era como dios en la tierra, un personaje divinizado que había delegado todo su poder en José. Éste podía ser presentado como un hijo adoptado del Faraón, es decir, un divi filius, un hijo de Dios. Era fácil para el autor aplicar este título al héroe de su novela, pues estaba presentando a José como alguien que reunía todos los requisitos para ello.

Un posible lector griego de la novela asociaría así al judío José con su inmediato entorno y se le haría más cercano. En este sentido, la expresión “hijo de Dios” suscitaría sentimientos como los que se traslucen en la exclamación del centurión pagano, conmovido en su corazón –según el evangelista Mateo- al contemplar los fenómenos extraordinarios que siguieron a la muerte del justo Jesús: “En verdad éste era un hijo de Dios”, exclamación que este evangelista presenta como un fenómeno de conversión.

Para este centurión –según el Evangelista- Jesús sería como un dei/divi filius, al menos en el sentido de un “hombre divino”, es decir, alguien humano pero con especialísima relación con la divinidad. El autor de la novela, como el evangelista cristiano, estarían quizá conscientemente utilizando expresiones del culto al emperador para contraponerlos al héroe judío/cristiano. Es como si dijera al lector: “No busques por ahí en figuras paganas lo que te estamos ofreciendo en tu cercanía”. “La salvación verdadera, mejor en todo, está cerca de ti”.

Para los lectores judíos, en cambio, el novelista presentaría la fórmula “hijo de Dios” con otra faz, según el sentido de la Biblia del Antiguo Testamento. Es bien sabido que la Biblia hebrea designa al pueblo judío como “hijo primogénito” del Dios de la Alianza: Ex 4,22; Jr 31,9. El rey, al representante del pueblo, es presentado también como hijo especial de Dios: 2 Sam 7,14; Salmo 2,7: “Tú eres mi hijo; hoy te he engendrado”. Este concepto de filiación ejerce enorme influencia en las promesas mesiánicas de Isaías 9,5: “Porque una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro, y se llamará su nombre «Maravilla de Consejero», «Dios Fuerte», «Siempre Padre», «Príncipe de Paz»”.

El lector judío de la novela tendría, por tanto, como trasfondo, este otro sentido nada pagano. José sería para él el ejemplo, el modelo, de la "filiación" divina, en sentido judío, a la que él de algún modo podría aspirar.

Es cierto que la relación de todos estos pasajes con la realeza histórica de Israel impide una interpretación mesiánica del título “hijo de Dios” en el Antiguo Testamento en cuanto aplicado concretamente al rey físico y real. Pero el camino estaba absolutamente allanado para que el judaísmo de la época de la novela, o incluso anterior, aplicara alguna vez este título de “hijo de Dios” al rey mesiánico.

Y éste podría ser el caso precisamente de José y Asenet. Esta novela parece ser extraña y como una excepción respecto a otros escritos judíos, porque es cierto que al judaísmo postbíblico en general no le gustaba apenas aplicar esta fórmula de “hijo de Dios” al mesías o a personajes en un contexto mesiánico. Es como si se restara humanidad al mesías. El famoso Gustav Dalman, en su obra Las palabras de Jesús (Die Worte Jesu, I, Leipzig1898,223) afirmaba que el Salmo 2 –citado arriba- apenas ejerció influencia esencial sobre las concepciones judías del mesías, y que el título “hijo de Dios” no era un atributo mesiánico corriente.

A pesar de ello –como decimos- podemos sospechar que el ambiente muy judío y muy religioso de la novela permitía ya a su autor la progresión siguiente: Israel = hijo de Dios; rey (representante de Israel)= hijo de Dios; rey mesiánico, también hijo de Dios. Esta posibilidad pudo influir para que el autor presentara a sus lectores a José ambivalentemente a la vez como mesías/hijo de Dios para sus lectores judíos, y como “hijo de Dios”/divi flius para los lectores paganos. Tenía en su mano esta posibilidad y posiblemente la utilizó.

Pensemos que los autores evangélicos pudieron aprovechar también esta ambigüedad de comprensión de la fórmula para atraer lectores para su "biografía" de Jesús, pues tales lectores podrían ser igualmente judíos o paganos. El inicio del Evangelio de Marcos podía ser igualmente atrayente para ambos: “Principio de la buena noticia de Jesús, mesías, hijo de Dios…”.

El próximo día intentaremos dilucidar para finalizar por qué, o con qué intención, se compuso esta novela de interpretación tan equívoca y misteriosa.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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