El Adopcionismo. La controversia en los textos (IV)



Escribe Gonzalo del Cerro

Los argumentos patrísticos

Algo de lo que más presume Elipando es de que su doctrina coincide plenamente con la de los Padres y de que no se desvía ni un ápice de la enseñanza tradicional de la Iglesia. Por eso salpica sus escritos con citas patrísticas. Es cosa conocida que muchos textos de los Santos Padres, al presentar el misterio de la Encarnación, rozan imperceptiblemente la línea sutil de la ortodoxia.

Una de las defensas que emplearon los antiadopcionistas contra esos textos fue la acusación de que Elipando los había alterado conscientemente para acomodarlos a sus propias teorías. Menéndez Pelayo lo da por supuesto en varios pasajes de su Historia de los Heterodoxos Españoles. Alcuino se lo echa en cara a Elipando por lo que a los Padres españoles se refiere: "Bien sabido tenemos que has alterado perversamente y con inaudita temeridad sus sentencias". (Aduersus Elipandum libri IV, PL 101, cols. 244ss). Lo mismo reprochan a Félix sus adversarios. Alcuino le recuerda que presenta citas de Padres españoles ortodoxos que contienen ideas heréticas. Pero ello puede deberse a que "como en otros casos has hecho, los hayas mutilado y obligado a decir lo que no dicen". (Aduersus Felicem libri VII, lib. VII, cap. 13, PL 101, cols. 128ss). En este sentido puede iluminarnos la anécdota que refiere Hincmaro de Reims en el prólogo a su segunda obra De praedestinatione.

En uno de los concilios celebrados contra Félix -quizás el de Aquisgrán- se acusó al obispo de Urgel de haber convencido a un joven bibliotecario de palacio para que sustituyera la palabra adoratur por adoptatur en la frase de san Hilario dum carnis humilitas adoratur. Refiere la anécdota Hincmaro de Reims, en el Prólogo a su obra De praedestinatione, PL 125, col. 55: “Cuando el Señor Carlos de divina memoria averiguó que Félix, el infeliz obispo de la sede de Urgel, había sido por decreto sinodal probado como hereje y condenado, lo halló también culpable porque, después de corromper con regalos al joven bibliotecario del palacio de Aquisgrán, borró el libro de San Hilario, y donde estaba escrito que en el Hijo de Dios es adorada la humildad de la carne (carnis humilitas adoratur), puso "es adoptada la humildad de la carne" (carnis humilitas adoptatur)”.

La desmedida importancia que se dio a la anécdota se disipa si tenemos en cuenta que la mayor parte de los manuscritos de san Hilario y, desde luego, los mejores leen adoptatur. El texto de San Hilario en la Patrología de Migne lee adoptatur. Éste es el texto en su contexto: Al hacerse hombre el Verbo, "no se pierde la dignidad de la potestad cuando se adopta la humildad de la carne". Además el editor añade una nota diciendo: sic legi debet ("así es como debe leerse"). Y da amplias explicaciones sobre las discusiones provocadas sobre dicha palabra. Luego la intervención de Félix debe entenderse no como un gesto de perfidia, sino como una acción dirigida a mejorar la calidad crítica de este texto concreto. Termina el Prof. Abadal diciendo que "podemos hoy purificar a Elipando, igual que a su seguidor Félix de Urgel, de la tradicional acusación de falsarios, y reivindicar la buena fe de su argumentación". (R. Abadal Y Vinyals, La batalla del adopcionismo..., Barcelona, 1949. Cf. pp. 50-60.

Es la consecuencia lógica a la que se llega después de la publicación de los libros rituales de la Liturgia mozárabe por Dom M. Férotin. (Dom M. Férotin, Le "Liber Ordinum" en usage dans l'Espagne Wisigothique et Mozarabe d' Espagne, París, 1904; y Le "Liber Mozarabicus Sacramentorum" et les manuscrits mozarabes, París, 1912). El sabio benedictino escribe con entusiasmo sobre el manuscrito de Silos, viejo de 850 años, pero nuevo como acabado de salir del taller del copista (Lib. Ord., pág. XVII). En ellos aparece demostrada fehacientemente la fidelidad de Elipando y otros adopcionistas a los textos litúrgicos citados. El detalle hace confesar a De Bruyne que "la integridad de las citas de Elipando está fuera de duda". (Dom de Bruyne, "De l'origine de quelques textes liturgiques mozarabes", Revue Béned. 3 (1913) 421-436. "L'intégrité des citations d'Élipand est hors de doute" (pág. 430).

Al principio de la Carta a los obispos de Francia, cita Elipando genéricamente a Hilario, Ambrosio, Agustín, Jerónimo, Fulgencio, Isidoro, Eugenio, Ildefonso y Julián, entre otros. La primera cita de Ambrosio sigue detrás del texto de Jn 1, 14: "Vimos su gloria como la gloria del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad". Elipando la introduce diciendo que san Ambrosio habla de esta adopción cuando en su libro De Trinitate comenta: "Como os habéis convertido de los ídolos a Dios, servid al Dios vivo y verdadero" (Ambrosio, De domin. incarn. sacram. VIII 87 (PL 16, col. 840). No se ve la consequentia, mucho menos cuando Elipando añade: "Pues aquellos dioses lo son en apariencia, pero el Dios vivo y verdadero lo es por naturaleza" (J. Gil, pág. 82s). La segunda cita de Ambrosio tampoco demuestra nada especial más allá de la identidad de naturalezas entre Cristo y la nuestra (Ambrosio, Ibid. IX 104, PL 16, col 843s). Es decir, recibió carne y alma racional.

La cita siguiente es la comentada de san Hilario Pictaviense, en la que se recogen las discutidas palabras dum carnis humilitas adoptatur (Hilario, De Trinitate, II 27, PL 10, col. 68). Lo que más interesa es el final. Por más que el niño llore o ensucie los pañales, "no se pierde la dignidad del poder cuando se adopta la humildad de la carne". Aquí aparece la fatídica palabra, al parecer, con todas las recomendaciones de la crítica. Lo que, sin embargo, cabe preguntar es si el verbo "adoptar" debe interpretarse en sentido jurídico de adopción como operación entre un adoptante y un adoptado o no es más que uno de tantos sinónimos de "asumir".

Una referencia atribuida a san Jerónimo es más bien, como nota J. Gil, del Comentario al Apocalipsis de Victorino: "Una perla blanca es la adopción de la carne en el Hijo de Dios" (Schol. in Apoc. II 17, PL 5, col. 322). Pero estamos en el mismo caso que en la cita anterior. Todo el peso de la argumentación estriba sobre la palabra "adopción de la carne". Cabe preguntarse si el autor de la frase pretendía expresar que Dios Padre había adoptado como hijo a Cristo hecho hombre. Esta idea parece ir dentro de un contexto en donde se habla de los cristianos. El otro texto de Jerónimo en una presunta carta a Cerasia podría pertenecer a Paciano de Barcelona. (Dom Morin, "Un traité inédite du IV siècle. Le De similitudine carnis peccati de l'evêque S. Pacien de Barcelone", Rev. Bibl. 29, 1912, 1-28). Fue el hombre asumido por el Verbo el que oyó "Yo te he engendrado hoy". "Este hijo del hombre merece estar en el Hijo de Dios, y la adopción no se separa de la naturaleza, sino que la naturaleza está unida con la adopción" (Cf. Rivera, El Adopcionismo…, 1980, pág, 134).

Elipando aduce luego dos textos de san Agustín. El primero trata de la forma de la divinidad en Cristo, quien era "Hijo de Dios no por adopción, sino por generación; no por gracia, sino por naturaleza" (Encheirid. 35, PL 40, col. 250). En este texto se trata de un hecho que nadie discute. Pero habla después de la forma de siervo diciendo: "Fue adoptado el hombre cuya gloria buscó el único que había nacido de él", es decir, de Dios Padre (Tract. in Evang. Ioan. XXIX 8, PL 35, col. 1632). No es raro que los adopcionistas pongan énfasis en este texto, porque parece que ese "hombre adoptado" es aquel cuya gloria buscó el único nacido de Dios, es decir, el Verbo, el Unigénito. No cabe duda, pues, de que aquí se habla de Cristo en cuanto hombre y que es llamado "hombre adoptado". J. Turmel, Histoire des Dogmes II, París, 1932, pág. 417, n., cree que el adopcionismo es consecuencia de la doctrina de San Ambrosio y de San Agustín. "Se han aportado, dice, teorías fantasiosas para explicar el adopcionismo. que deriva en realidad de la cristología de San Ambrosio y de San Agustín". San Ambrosio, por su parte, en su obra De Incarnatione, 87, usa la palabra adoptivus (cf. Turmel, pág. 418). Puede verse el tema en Rivera, El Adopcionismo..., Toledo, 1980, págs. 134-135.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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