Adopcionismo. La controversia en los textos (VI)



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Carta a Carlomagno

Elipando sabía y reconocía que Carlomagno era el príncipe más importante de la cristiandad. Aunque la sede toledana quedaba fuera de la jurisdicción de Carlomagno, estaba convencido de que con su palabra o su poder podía inclinar cualquier balanza. Lo denomina "ínclito Señor y glorioso príncipe" e inicia la carta con un saludo literariamente florido con augurios de prosperidad y promesa de oraciones. Esta carta tiene escaso valor doctrinal en el contexto de la controversia. Consciente quizá de que no se dirige a un teólogo sino a un político, usa más la fibra sentimental que las razones teológicas y el método dialéctico.

Sigue un ataque furibundo contra Beato de Liébana, cuyo nombre va siempre acompañado de insultos y graves descalificaciones. Lo mismo hace con su doctrina calificada de veneno que ha mancillado los corazones de sacerdotes de escaso juicio y exigua discreción. Hace una profesión de fe cristológica, pero sin mencionar la palabra objeto de escándalo y discusión nada más que para decir que como Hijo unigénito y fuera del tiempo es sin adopción. Pero al hablar de su humanidad solamente insiste en que es "hombre pleno y perfecto" (J. Gil, pág. 93). Después de una laguna en el texto, vuelve su atención al "nefando presbítero y pseudoprofeta" a quien atribuye la teoría de que "el Hijo de Dios en la forma de siervo, anulada la divinidad, de ningún modo tomó del vientre de la virgen la adopción de la carne" (J. Gil, pág. 94). La fórmula empleada por Elipando resulta imprecisa. "Tomar la adopción de la carne" es una expresión demasiado elástica para permitir construir sobre ella teorías tan concretas como que Cristo hombre era hijo adoptivo de Dios. Pero acusar a Beato de enseñar que el Verbo no tomó del vientre de la Virgen "la adopción de la carne" podría entenderse como que no tomó carne y no fue hombre verdadero, como los adopcionistas proclamaron de forma sesgada y desenfocada.

Sigue una intercesión por Félix, a quien presenta como defensor de sus propias posturas adopcionistas. Quiere que Carlomagno sea juez y árbitro entre Félix y Beato, este último "sacrílego y cebado con el vicio de la carne" (J. Gil, pág. 94). Repite los augurios y justifica el envío de la carta con la necesidad de explicar por escrito lo que no puede hacer de palabra.

Presenta luego nuevas súplicas a favor de Félix, privado de su dignidad y alejado de su rebaño. Con una cierta osadía, Elipando recuerda a Carlomagno el caso de Constantino. Le advierte que podría pasarle lo que al lejano emperador quien, convertido primero por san Silvestre, cayó luego en el arrianismo por desoír el parecer de los Padres del concilio de Nicea. Y como objeto principal de la carta, le ruega que neutralice la doctrina de Beato, "el cual niega -dice Elipando- que el Hijo de Dios tomó de la Virgen carne verdadera semejante a la nuestra". Lo que antes era "adopción de la carne" es ahora simplemente "carne". La desmesura de Elipando hace decir a Beato lo que el de Liébana rechazaba con todo su ardor.

A la responsabilidad de Carlomagno (parágr. 4) deja el que prospere la doctrina execranda del antifrásico doctor. Recordamos que el apelativo de “antifrásico” aplicado a Beato significa que la realidad va contra el significado de su nombre. Se llama Beato, pero es un condenado. Y como es un principio de humana prudencia el que uno solo no menosprecie el parecer de muchos, Elipando intima al emperador que no rechace él solo "la doctrina de tantos venerables Padres sobre la adopción de la carne de Cristo" (J. Gil, CSM pág. 95). Antes de dar fin a su escrito con súplicas y oraciones, Elipando deja caer un rumor divulgado entre la gente: que Carlomagno ha "negado que Cristo es Hijo de Dios Padre", lo que debió de sonar a latigazo en los oídos del piadoso emperador (J. Gil, ibid.).

Carta de Elipando a Alcuino (1)

De la carta de Elipando a Alcuino podemos empezar afirmando algunos detalles que nos ayudan a comprenderla y valorarla. Ante todo, su longitud demuestra la categoría con que cotizaba el toledano a su principal adversario dialéctico en la controversia. El cuidado del estilo indica que Elipando es consciente de que se dirige a un gran humanista por lo que debe cuidar tanto el contenido como la forma. La carta es en muchos aspectos un duplicado de la carta a los obispos de Francia. Se repiten las citas, los argumentos y las líneas dialécticas. En este documento, ha perfilado alguno de sus puntos de vista y añadido aspectos de innegable valor en la polémica. Elipando va haciendo guiños y concesiones mezclando valores con reproches, alabanzas con insultos. Notamos un detalle que viene a ser una constante a lo largo de la controversia: la desviación interesada de la línea auténtica en la argumentación del adversario. Hay confesiones y afirmaciones solemnes de ideas y principios que nadie ha puesto en duda. En la respuesta de Alcuino podemos apreciar hasta qué punto es verdad lo que decimos. Cada uno de los contendientes tiene sus ideas previamente fijadas y organizadas. Cuando responde a los argumentos de su adversario, lo hace desde su propia posición y según sus propios moldes y sus personales perspectivas. El esfuerzo de Elipando es titánico para tratar de derribar esa torre firme que era el consejero preferido de Carlomagno.

El saludo es original. Va dedicado al "reverendísimo hermano, el diácono Albino", discípulo no de Cristo sino del fétido Beato. Alcuino es un nuevo Arrio, contrario a las doctrinas de los Padres. Si se convierte de sus errores, le desea salud eterna; si no, eterna condenación. Elipando expone diáfanamente sus intereses, escribe a un hereje a quien pretende convencer para que abandone sus errores.

A este saludo tan poco amistoso sigue un segundo parágrafo que es una visión de la carta de Alcuino de carácter pesimista y hostil. Aquella carta estaba escrita con grave desviación de la fe, con horrible olor a azufre y con un lenguaje retorcido. No ha sido el Espíritu que descendió sobre los Apóstoles el que la ha inspirado, sino el "espíritu de mentira" que habló por boca de los falsos profetas en el pasaje del libro de los Reyes (3 Re LXX 22, 22).

Cuando Alcuino afirma que "el Hijo de Dios en la forma de siervo, no tomó ninguna adopción de la carne de la gloriosa Virgen, no andas -dice- por el camino verdadero, sino que estás lleno de mentira" (J. Gil, CSM, pág. 96). Observemos la elasticidad de la frase "no tomó ninguna adopción de la carne". Como si toda la herejía quedara resumida y concretada en la palabra "adopción" sin tener en cuenta sus posibles contenidos semánticos. Todo es eco del antifrásico Beato, discípulo del Anticristo. Compara Elipando la bondad del diácono san Esteban con la perversidad de Nicolás y los nicolaítas (Ap 2, 6. 15.), al mártir Vicente con su asesino Daciano, a Rufino con su mártir Félix de Gerona. Le advierte y amenaza no sea como los perversos Nicolás, Daciano o Rufino. La razón es que mientras defiende la divinidad del Hijo de Dios engendrado antes del tiempo, niega "que su humanidad fue tomada del vientre de la Virgen al final de los tiempos" (J. Gil, CSM, pág. 97). De ser así las cosas, tendría razón al amenazarle con las palabras de Cristo en el camino de Emaús (Lc 24, 25-26) o con las de Pablo a los "insensatos gálatas" (Gál 3, 1: Vgt).

En el parágrafo 4, rechaza Elipando las afirmaciones de que es el único que defiende sus teorías cuando es España entera la que las profesa. No en vano el Adopcionismo fue para muchos extranjeros la "herejía española". Como si fuera típicamente española esta desviación de la Cristología oficial de la Iglesia católica. Pero la verdad no es cuestión de números, ni de riquezas ni de sabiduría humana, lo que Elipando intenta confirmar con textos bíblicos. Entre otros: Mt 7, 13-14; Lc 16, 19ss; Sant 2, 5; 3, 5; Sal 33, 11.

De textos bíblicos relacionados con David deduce Elipando que el "Hijo de Dios, bajo la forma de siervo que tomó de la Virgen y por la que es menor que el Padre, no por generación sino por adopción, es adoptivo de Dios, primogénito entre muchos hermanos" (J. Gil, CSM, pág. 98). Los textos aducidos son los que hablan del trono perpetuo que Dios mantendrá en Israel entre los sucesores de David (2 Re LXX 7, 12-14; Sal 131, 11; Is 11, 10). Lo mismo que en otros casos, también aquí interpreta Elipando los textos de forma un tanto sesgada hacia sus tesis adopcionistas. Lo único que podría defender con el apoyo de estos pasajes es la humanidad de Cristo y su descendencia de la semilla de David. Como también tiene escaso peso probativo lo que Elipando dice de María al asegurar que ella era también hija adoptiva de Joaquín. Y es que Elipando parte de la idea, ya expresada en otros lugares, de que la denominación de adoptivo tiene, para algunos, connotaciones negativas. ¿Por qué no se va a poder llamar adoptivo a Cristo si era hijo de una mujer adoptada? Pero esto era desenfocar sencillamente el tema.

Saludos cordiales de Gonzalo del Cerro
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