¿Biblia paralela? La Biblia rechazada por la Iglesia (II)



Hoy escribe Antonio Piñero

Como prometimos en la postal anterior, deseo hoy destacar algunos puntos de relevancia dentro del enorme campo de los Apócrifos del Antiguo y Nuevo Testamento que como dijimos es “una Biblia paralela” a la oficial, que luego resultó “rechazada” por la Iglesia. Y no es la primera ninguna frase de atractivo propagandístico. En primer lugar por la alusiones a las doctrinas de laos apócrifos veterotestamentarios en el Nuevo Testamento, y en segundo porque muchos textos apócrifos del Nuevo pretendieron expresamente suplantar a los textos canónicos.

Algunas cuestiones a la que responde este libro introductorio –entre otras posibles- son varias.La primera es: ¿Por qué fueron rechazados los hoy apócrifos por la Iglesia, si en la postal anterior se ha destacado su importancia teológica e histórica?

Para responder a esta cuestión debe distinguirse bien entre el rechazo de la Iglesia a los apócrifos de cada uno de los dos “Testamentos”, rechazo que tuvo una tonalidad diferente.

A. Respecto a las obras apócrifas del Nuevo Testamento podemos afirmar, que la Iglesia es, como otras instituciones humanas, no sólo una institución religiosa cuyo confesado fin es la salvación de los hombres, sino también y necesariamente una organización de poder en este mundo. Toda institución de este tipo tiende a controlar totalmente a sus fieles. Como organización de índole religioso, la ideología desempeña una función especialmente importante en el control mental de los miembros del grupo. Ahora bien, fieles que alberguen ideas teológicas parcial, o totalmente, diversas, o contraias, o contradictorias, respecto al pensamiento oficial, deben ser rechazadas, pues sería muy difícil que la institución pueda existir o progresar si las admite en su seno.

Es bien sabido que en los principios del cristianismo no había una entidad fuerte que controlara los distintos grupos de judeocristianos, paulinos y otros -más tarde de cristianos a secas-, en sus diversas interpretaciones de la figura, misión y naturaleza de Jesús. No había ningún antiguo "Santo Oficio" o "Comisión para la fe" Pero a lo largo del siglo II las iglesias dominantes de la cristiandad, Roma, Alejandría, Antioquía, Corinto, Éfeso, etc., formaron una especie de “regla de fe”, un conjunto de principios esenciales en los que todos los fieles debían estar de acuerdo.

Aquellos grupos, cuyos escritos no cumplían con estas normas generales, fueron apartados como no “ortodoxos”. Poco a poco los textos que los sustentaban, “evangelios”, “hechos de los apóstoles” y “revelaciones” (o “apocalipsis”) fueron declarados no sagrados, no concordes con la “regla de fe” -denominada también “depósito de la doctrina” (1 Timoteo 6, 20: el “depósito” traduce el griego parathéke)- como muy peligrosos para la unidad del grupo. Esto llevó su tiempo, por lo que ya he escrito que durante decenios, o más, los hoy apócrifos circularon como “sagrados” o semisagrados, como una Biblia al lado de la Biblia oficial.

Me parece que es un fenómeno comprensible sociológicamente la formación de una lista de libros excluidos, porque no encajan con la “norma” o “regla de fe” que se había ido formando en la Iglesia cristiana primitiva. Para la formación de esta regla se había acudido (a nuestros ojos de hoy, con poco rigor histórico), a la tradición que se decía provenir de los apóstoles. Esta idea de "Tradición apsotólica" no aparece claramente en el Nuevo Testamento, pero sí en la Primera Epístola de Clemente 44,1-3 (compuesta hacia el 96 d.C.):

Y así (los apóstoles) según pregonaban por lugares y ciudades la buena nueva y bautizaban… iban estableciendo a los que eran primicias de sí mismos, después de probarlos por el Espíritu, como inspectores (obispos) y ministros (diáconos) de los que habían de creer… (véase comentario en “Cristianismo derrotados” p. 166).


La apelación a la "regla de fe" no excluye otros criterios, por medio de los cuales sospechamos que se fueron seleccionando los textos que iban a entrar en las lista canónica del Nuevo Testamento. No vamos a extendernos más, sólo decir que -pese a lo que afirman algunos- no hay documento alguno de la Igleisa global (sí de sínodos particulares) que nos hable del acto por el cual se constituyó la lista. La proclamación del primer canon oficial -y dentro sólo de la IOgleia católica- sólo tuvo lugar a finales del siglo XVI: en el concilio de Trento.

B. Respecto a los Apócrifos del Antiguo Testamento: la Iglesia cristiana declaró en la práctica santo, sagrado y “fundacional” para su fe este texto –era al principio, durante un siglo por lo menos la Biblia común a judíos y cristianos-. Pero en el fondo a la Iglesia cristiana le interesaba mucho menos el Antiguo Testamento que los libros que recogían la doctrina de Jesús y de los apóstoles. Por ello, aceptó en líneas generales –no del todo- la lista de libros sagrados, y de excluidos o apócrifos, que hicieron los rabinos judíos a lo largo del siglo II d.C.

Decimos “no del todo” porque los cristianos aceptaron un canon del Antiguo Testamento más amplio que el de los judíos. Hasta hace poco se creía que este canon amplio –que admitía más “apócrifos” en su seno- era el propio de la importante comunidad judía de Alejandría, el denominado “canon alejandrino”. Hoy se pone en duda esta afirmación (véase “La cuestión del canon alejandrino” en la obra Literatura judía de época helenística en lengua griega, Síntesis, Madrid, pp. 53-55).

Al parecer los cristianos –para formar su lista de libros aceptados y excluidos del Antiguo Testamento aparte de los ya consagrados (La Ley / Los Profetas mayores y menores/ Los “Escritos” = Salmos Proverbios y otros, ya canónicos de hecho quizá en el siglo II antes de Cristo)- seleccionó de la notablemente rica literatura judía de la época el cristianismo preferentemente tres tipos de libros (cito el capítulo, de J. Trebolle sobre “El origen de los cánones judío y cristiano”, en la obra colectiva Los libros sagrados de las grandes religiones, El Almendro, Córdoba, p. 114, editado por mí y por J. Peláez):

Primeramente, el referido a personajes prediluvianos y a patriarcas bíblicos, que permitía desarrollar una perspectiva universalista y una tipología cristológica como la que expone Pablo en Romanos 5,12 y en 1 Corintios 15,22 (también Filipenses 2,5-6). El pensamiento cristiano de los dos primeros siglos, sobre todo el más cercano a la tradición judía, utilizó al máximo los textos de Génesis 1-11 para el desarrollo de su teología sobre Dios, el cosmos y la humanidad.

El segundo tipo de libros es el que se refiere a figuras que constituyen un modelo ejemplar de vida en las condiciones de la diáspora entre paganos, como es, en general, el caso de los libros deuterocanónicos.

Y, finalmente, el referido a figuras escatológicas, también de alcance universal y no limitado exclusivamente a la restauración política de Israel. No conservó, por el contrario, textos legales y otros de carácter más estrictamente judío.


De este modo se fue formando tanto una lista de libros aceptados además del canon oficial judío (1 2 Macabeos; Eclesiástico; Sabiduría; Ester; Añadidos al libro de Daniel, como “los tres jóvenes en el pozo ardiente; historia de Susana; Bel y el dragón; Tobías) como de excluidos (las 65 obras introducidas en el libro que comentamos “La Biblia rechazada…”).

En días siguientes abordaremos otros temas relacionados con este apasionante mundo de escritos apócrifos/canónicos.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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