Sobre la esperanza mesiánica en Israel. "Jesús y su gente" (IX). Jesús y Juan Bautista (2).

Hoy escribe Antonio Piñero

Señala Sacchi cómo para los judíos del tiempo de Jesús era lo mismo decir “el que ha de venir” que decir “mesías”. Que es así lo sabemos ya, pues hemos leído muchas veces el pasaje de Mt 11,3 y paralelos en el que aparecen los discípulos del Bautista preguntando a éste –en vista de su predicación y de las acciones portentosas de sanación y expulsión de demonios que Jesús efectuaba- si es “el que ha venir” o “esperamos a otro”. “El que ha de venir” es por tanto una frase entendible por todos los judíos de la época y con contenido mesiánico.

Dicho sea de paso, esta incertidumbre del Bautista -que como hemos escrito ya debió de convivir con su discípulo Jesús durante semanas o meses- acerca de algo tan fundamental como es saber a ciencia cierta si ese Jesús es o no el mesías, no es compatible con la certidumbre al respecto que el autor del Cuarto Evangelio pone en boca de Juan Bautista cuando lo presenta, por dos veces, durante la primera semana de vida pública de Jesús, como dando un claro testimonio no sólo de que es el mesías, sino que su vida concluirá con un sacrificio expiatorio, vicario, por toda la humanidad por lo que merece el título de “Cordero de Dios”.

Éste es uno de los muchos textos en los que la teología del autor del Cuarto Evangelio -teología bien desarrollada y que pertenece a una época ya bien constituida en la evolución de la cristología del Nuevo Testamento que, por tanto, no puede ser primitiva en modo alguno- es puesta en boca de un personaje que parece que jamás pudo decir lo que el autor dice que dijo:

Al día siguiente ve a Jesús venir hacia él y dice: «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es por quien yo dije: Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo. Y yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel.» Y Juan dio testimonio diciendo: «He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre él. Y yo no le conocía pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: “Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo.” Y yo le he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios.» Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos. Fijándose en Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de Dios» (Jn 1,29-36)


Este pasaje es un verdadero tratado de cristología que incluye incluso la preexistencia de Jesús, impropio del pensamiento auténtico de Juan Bautista tal como puede reconstruirse. Pero volvamos al tema anterior ¿Por qué “el que ha de venir” es lo mismo que mesías? En primer lugar porque ambas son figuras de salvación del pueblo y se refieren a la misma salvación.

En segundo, porque desde el 700 a.C. con las profecías del Primer Isaías empieza a formarse la noción de que “ha de venir” un personaje predilecto de Dios, sobre todo un ungido/un rey, que significará la salvación del pueblo. Un texto importante es Isaías 11,1-5:

“Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará. Reposará sobre él el espíritu de Yahvé: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahvé…, etc.”.


Se trata de la confirmación de la antigua profecía de Natán (2 Sam 7,13ss) en la que Yahvé promete a Dios que su dinastía será eterna, pero ya con un tono nuevo de salvación escatológica, de los últimos días.

He aquí que días vienen - oráculo de Yahvé - en que suscitaré a David un germen justo: reinará un rey prudente, practicará el derecho y la justicia en la tierra. En sus días estará a salvo Judá, e Israel vivirá en seguro. Y este es el nombre con que te llamarán: «Yahvé, justicia nuestra.» (Jr 23,5)


Más tarde en época del Exilio, el profeta Ezequiel confirma la profecía pero la cambia un poco: el que ha de venir será como lo fue David. Es decir, David será, como rey fiel a Yahvé a pesar de los pesares, la figura o tipo del rey salvador futuro:

“Yo suscitaré para ponérselo al frente un solo pastor que las apacentará, mi siervo David: él las apacentará y será su pastor. Yo, Yahvé, seré su Dios, y mi siervo David será príncipe en medio de ellos. Yo, Yahvé, he hablado (4, 23-24; de modo análogo en 37, 24-26)”.


En las palabras últimas del profeta Malaquías (¿del siglo V a.C.?) se cambia o abre la perspectiva. "El que ha de venir" a inaugurar el reino de Dios sobre la tierra no será un rey, sino un profeta, Elías, un ungido al fin y al cabo, el que según 2 Re 2,11 no murió sino que fue arrebatado al cielo.

“He aquí que yo os envío al profeta Elías antes que llegue el Día de Yahvé, grande y terrible.
El hará volver el corazón de los padres a los hijos, y el corazón de los hijos a los padres; no sea que venga yo a herir la tierra de anatema.” (Mal 4,5-6).


Ese día de Yahvé es el reino mesiánico sobre la tierra en el que se alzará para Israel “un sol de justicia” y los israelitas saltarán y brincarán como terneros en un país convertido en una Jauja feliz (Mal 2,3).

La esperanza de la salvación de la mano de “alguien que ha de venir” parece revivir en el siglo II a.C. El primer testimonio es el del Libro de Daniel en 2,29-35. La salvación del pueblo será traída por un personaje futuro, ayudado por la divinidad, simbolizado por una “piedra, no lanzada por mano de hombre", es decir de impulso directo divino, que hiere a los imperios del mundo la maravillosa gran estatua, pero con pies de barro, piedra que se hace una gran montaña y acaba llenando toda la tierra = el reino de Dios mesiánico.

Aunque hasta aquí nos quedamos sin saber cómo será esta “piedra/que ha de venir”, en los capítulos 7,13ss se dice misteriosamente que la piedra se transforma en un “como hijo de hombre que quien se le da todo el poder”, y en 12,1ss nos enteramos que ese personaje “que ha de venir” puede ser un símbolo del conjunto del pueblo elegido, el cual reinará feliz sobre todas las naciones cuando llegue el momento oportuno.

La espera de la salvación por medio de la intervención directa de Dios se hace muy fuerte a partir de estos momentos del siglo II.

Hacer una historia –o tan siquiera presentar un elenco de textos seguidos que demuestren la pluralidad de concepciones implicada en esta expectación por el “ha de venir”- supera de momento las intenciones de estas “postales”. El lector interesado ha de recurrir personalmente al resumen sobre la escatología, reino de Dios y mesías en el vol. I de la colección, tantas veces mencionada, de Apócrifos del Antiguo Testamento de Ediciones Cristiandad, al índice de esas mismas voces de la edición inglesa de los Apócrifos veterotestamentarios de J. H. Charlesworth, de la Edit. Doubladay, y a los artículos sobre el mesianismo en Qumrán de Émile Puech y Florentino García Martínez en Los hombres de Qumrán y Paganos, judíos cristianos en los textos de Qumrán, respectivamente, de Editorial Trotta.

Aquí nos bastará, el próximo día, con unas pinceladas sobre la pluralidad de concepciones de esta espera mesiánica en el judaísmo de época de Jesús.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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