“Jesús y el ‘Evangelio’ de Graham N. Stanton (2) (100-01-B)



Hoy escribe Antonio Piñero

Seguimos comentando el libro de Graham N. Stanton “Jesús y el evangelio”

Creo que acierta plenamente Stanton, al caminar tras los pasos de Martín Lutero y sostener que en Gál 6,2 “la ley de Cristo” debe definirse como la Ley de Moisés interpretada –y superada por Cristo añadiría yo- cuya esencia se enraíza en el mandamiento del amor, que consiste no simplemente en amar abstractamente al enemigo, sino en llevar las cargas de los otros. Esta ley fue cumplida por Cristo en su amor de autoentrega.

En mi opinión, caminar por esta vía explicativa ayuda a resolver la cuestión de la oposición entre “fe y las obras” en la disputa acerca de la salvación/justificación, sobre la cual protestantes (obre todo luteranos) y católicos mantienen ideas distintas.

Creo que Pablo sabía y predicaba que no existía en el fondo ninguna contradicción, ninguna aporía, en ese planteamiento. El Apóstol pensaba que la “justificación” o salvación se conseguía sólo por la fe en la acción salvadora de Jesús en su sacrificio en la cruz por todos los hombres”, pero que en el Juicio final, el cristiano sería juzgado por las obras. Es decir, unas vez salvado el ser humano y hecho cristiano, tenía que poner en acto las obras que le dictaba interiormente su amor por Jesús. Naturalmente el que amaba de verdad a Jesús –opinaba Pablo- no debí ni podía hacer nada que fuera en contra de ese amor. Y si lo hacía, sería condenado por Dios en el Juicio.

El capítulo (6) que dedica Stanton a la acusación vertida sobre Jesús por judíos y otros de que era “un falso profeta, un mago que engañaba y seducía al pueblo de Dios” es interesante ya que intenta poner de relieve que en la acusación general contra Jesús, que lo condujo a la muerte, hubo algo más que meras razones políticas (es decir, no fue ejecutado por el poder romano sólo como peligro para el Imperio).

Stanton intenta dar un poco de razón a la evangelistas, quienes insisten en el aspecto religioso de la acusación contra el Nazareno: tanto la enseñanza como las acciones de Jesús creaban una situación conflictiva con las autoridades religiosa de la época (p. 225). Y esto coadyuvó a que le mataran. Sintetiza así Stanton su postura:

“La idea presentada en est capítulo es que Jesús fue considerado en vida un mago/hechicero poseído por el diablo, y un falso profeta que embaucó al pueblo de Dios”.


Ello viene muy bien para explicar tanto las razones del fracaso político de Jesús como las secuelas de su condena, que son principalmente dos: por un lado, la increencia del pueblo judío; por otro, la consistencia de sus seguidores los cristianos, que lucharon contra estas acusaciones y presentaron una imagen totalmente distinta de Jesús.

La última parte de la ora de Stanton, “Los evangelios y los códices en papiro”, forma un conjunto procedente de trabajos anteriores del autor, puestos al día, sobre cuestiones de los manuscritos de los Evangelios.

En esta parte Stanton destaca las siguientes ideas: los cristianos utilizaron muy pronto (hacia el año 50) el formato “códice” en vez del “rollo” para copiar sus obras más o menos sagradas, no sólo porque era más cómodo, sino sobre todo porque ya los escribas que caligrafiaban los libros de autores paganos de la época lo estaban ya haciendo. Y sobre todo porque el códice era la continuación natural de las “hojas volantes” y de los “libros de notas” de los que se servían tanto los judíos, para memorizar los comentarios a la Biblia de sus rabinos, como los cristianos respecto para memorizar también las palabras y hechos de Jesús. En tales “libros de notas” iban anotando aquellas cosas que más les iban interesando sobre el Maestro.

Sugiere así Stanton, que la tradición oral y la escrita sobre Jesús pudieron ir parejas. Que los cristianos pudieron conservar fielmente más recuerdos “orales” de Jesús porque lo anotaban en pequeños libros de notas (tablillas de cera, de papiro o de madera…; veces de marfil, como sugiere para los judíos un texto de la Misná, Kelim 24,7) lo que contribuía a que el recuerdo de lo que hizo Jesús fuera más fidedigno que lo que suponen ciertos autores modernos.

Naturalmente esta idea va en contra del escepticismo radical respecto a la historicidad de los Evangelios, expresado por algunos autores modernos (en este blog, por ejemplo, por José Montserrat) y aquí hay materia de discusión.

El uso de los códices por parte de todos los grupos cristianos –sostiene Stanton- supone además que las iglesias principales de la cristiandad antigua estaban más unidas, y mantenían más contactos de lo que parece, y que se intercambiaban copias de los escritos que leían los domingos.

Supone también que los evangelios se transmitieron pronto por copias baratas en papiro. Pero a la vez, y puesto que se han hallado ciertos papiros muy bien caligrafiados y con restos de haber estado cuidadosamente encuadernados (en lo que puede verse o imaginarse restos de este uso) se deduce que pronto los Evangelios fueron utilizados para las lecturas litúrgicas de los domingos y que para ello no se hicieron sólo ediciones baratas, sino otras más cuidadas, bien presentadas y bien caligrafiadas…, a pesar de no estar hechas en el noble formato de los rollos en pergamino.

Además –argumenta Stanton-, los cristianos vieron en los Evangelios no sólo un mensaje doctrinal y ético, sino también unas narraciones que tenían un valor literario por sí mismo: muy pronto –a mediados del siglo II- apreciaron también el valor literario de los Evangelios.

El uso del formato “códice” puede explicar por qué Mc 1,1-3 (“Comienzo del evangelio de Jesucristo, hijo de Dios…”) y Mc 16,9-20 (el final añadido de Marcos) contienen rasgos estilísticos y un vocabulario no marcanos, es decir parecen no haber salido de la pluma del evangelista, por lo que casi todos los comentaristas modernos los consideran un añadido. En verdad no parecen estas dos secciones provenir de hecho genuinamente de “Marcos”; parecen haber salido de otra pluma.

¿Cómo se explicaría que tales textos secundarios aparezcan en muchos manuscritos? Porque el “autógrafo” (el original que escribió el autor del Evangelio de Marcos) o la primera copia se hicieron en formato de códice. Ahora bien, tanto la primera hoja como la(s) última(s) se perdieron, cosa muy fácil en ese formato, y muy difícil en un "rollo". Por eso a mediados del siglo II otra mano añadió el principio y el final perdidos, que son los que han llegado hasta nosotros. No son originales, por tanto.

Terminaremos el próximo día. Saludos cordiales de Antonio Piñero

www.antoniopinero.com
Volver arriba