Imitación lingüística en El Quijote (3/3)

Don Quijote replica: «—El que de mí trata—dijo don Quijote—, a pocos habrá contentado.—Antes es al revés; que como de stultorum infinitus est numerus, infinitos son los que han gustado de la tal historia...», II.3.49-50.
Como podemos constatarlo, el autor emplea los latinismos para caracterizar al bachiller salmantino Sansón Carrasco. También los emplea para ridiculizar por boca de don Quijote a quienes hacen gala de erudición, reemplazando términos comunes por ellos: «—No entiendo eso de logicuos—dijo Sancho—, ni he oído tal vocablo en todos los días de mi vida. —Longincuos—respondió don Quijote—quiere decir apartados, y no es maravilla que no lo entiendas; que no estás tú obligado a saber latín, como algunos que presumen que lo saben, y lo ignoran. .», II.29.6-7.
Donde más claramente aparece la voluntad paródica contra la erudición, que se viste de latinismo para justificar el privilegio de quien no merece un cargo sino que lo tiene por otros medios, es al final de la carta de don Quijote a Sancho Panza gobernador: «Un negocio se me ha ofrecido, que creo que me ha de poner en desgracia destos señores; pero aunque se me da mucho, no se me da nada, pues, en fin en fin, tengo de cumplir antes con mi profesión que con su gusto, conforme a lo que suele decirse: amicus Plato, sed magis amica veritas. Dígote este latín porque me doy a entender que después que eres gobernador lo habrás aprendido. », II.51.27.
Pero en cierta manera Sancho Panza conocía el latín antes de aprenderlo (suprema parodia de la pretensión de erudición), puesto que ya en el primer volumen del Quijote da una lección de léxico a su señor cuando le explica que su penitencia en Sierra Morena no es un infierno sino un purgatorio: «—¿Purgatorio le llamas, Sancho?—dijo don Quijote—. Mejor hicieras de llamarle infierno, y aun peor, si hay otra cosa que lo sea. —Quien ha infierno—respondió Sancho—, nula es retencio, según he oído decir. —No entiendo que quiere decir retencio —dijo don Quijote. —Retencio es—respondió Sancho—que quien está en el infierno nunca sale dél, ni puede.», I.25 § 35-38.
En la aventura del mono adivino y del retablo de Maese Pedro encontramos latinismos e italianismos: «vámonos a ver el retablo del buen maese Pedro, que para mí tengo que debe de tener alguna novedad. —¿Cómo alguna?—respondió maese Pedro—. Sesenta mil encierra en sí este mi retablo; dígole a vuesa merced, mi señor don Quijote, que es una de las cosas más de ver que hoy tiene el mundo, y operibus credite, et non verbis,», II.25.47-48. Don Quijote se dirige a Maese Pedro con un italianismo: «—Dígame vuestra merced, señor adivino: ¿qué peje pillamo? ¿Qué ha de ser de nosotros? Y vea aquí mis dos reales. », II.25.18.
Durante la preparación del bálsamo de Fierabrás por don Quijote, asistimos a una imitación litúrgica, la cual comporta no solamente palabras sino también gestos litúrgicos: «En resolución, el tomó sus simples, de los cuales hizo un compuesto, mezclándolos todos y cociéndolos un buen espacio, hasta que le pareció que estaban en su punto. Pidió luego alguna redoma para echallo, y como no la hubo en la venta, se resolvió de ponello en una alcuza o aceitera de hoja de lata, de quien el ventero le hizo grata donación. Y luego dijo sobre la alcuza más de ochenta paternostres y otras tantas avemarías, salves y credos, y a cada palabra acompañaba una cruz, a modo de bendición; a todo lo cual se hallaron presentes Sancho, el ventero y cuadrillero, que ya el arriero sosegadamente andaba entendiendo en el beneficio de sus machos.», I.17.29.
Buena parte de la autenticidad social del Quijote se manifiesta en el sabor de su lengua polifónica, impregnada tanto de las experiencias comunes de los hablantes cultos, entre las cuales emergen las más elevadas de los pensadores y poetas, como de las experiencias más elementales del pueblo llano. Los rusticismos, cuya presencia alegra más que sorprende, no se limitan a su evocación y corrección por un don Quijote gramático, defensor de la limpieza y elegancia de la lengua, sino que aparecen en el empleo auténtico, por personajes finamente dibujados, de términos rústicos pletóricos de vida.
Ofrecemos, para terminar, el pasaje de las labradoras, que Sancho Panza hace pasar por su señora doña Dulcinea del Toboso acompañada por sus dueñas y doncellas, cuyo lenguaje está repleto, al igual que su comportamiento, de formas rústicas: déjenmos por déjennos, agüelo por abuelo; nueso por nuestro (refiriéndose al camino); resquebrajos por requiebros :
«31. A esta sazón ya se había puesto don Quijote de hinojos junto a Sancho, y miraba con ojos desencajados y vista turbada a la que Sancho llamaba reina y señora, y como no descubría en ella sino una moza aldeana, y no de muy buen rostro, porque era carirredonda y chata, estaba suspenso y admirado, sin osar desplegar los labios. Las labradoras estaban asimismo atónitas, viendo aquellos dos hombres tan diferentes hincados de rodillas, que no dejaban pasar adelante a su compañera, pero rompiendo el silencio la detenida, toda desgraciada y mohína, dijo:
32. —Apártense nora en tal del camino, y déjenmos pasar; que vamos de priesa.
33. A lo que respondió Sancho:
34. —¡Oh princesa y señora universal del Toboso! ¿Cómo vuestro magnánimo corazón no se enternece viendo arrodillado ante vuestra sublimada presencia a la coluna y sustento de la andante caballería?
35. Oyendo lo cual otra de las dos, dijo:
36. —Mas ¡jo, que te estrego, burra de mi suegro! ¡Mirad con qué se vienen los señoritos ahora a hacer burla de las aldeanas, como si aquí no supiésemos echar pullas como ellos! Vayan su camino, y déjenmos hacer el nueso, y serles ha sano.
37. —Levántate, Sancho—dijo a este punto don Quijote—. que ya veo que la Fortuna, de mi mal no harta, tiene tomados los caminos todos por donde pueda venir algún contento a esta ánima mezquina que tengo en las carnes. Y tú, ¡oh estremo del valor que puede desearse, término de la humana gentileza, único remedio deste afligido corazón que te adora!, ya que el maligno encantador me persigue, y ha puesto nubes y cataratas en mis ojos, y para sólo ellos y no para otros ha mudado y transformado tu sin igual hermosura y rostro en el de una labradora pobre, si ya también el mío no le ha cambiado en el de algún vestiglo, para hacerle aborrecible a tus ojos, no dejes de mirarme blanda y amorosamente, echando de ver en esta sumisión y arrodillamiento que a tu contrahecha hermosura hago, la humildad con que mi alma te adora.
38. —¡Tomá que mi agüelo!—respondió la aldeana—. ¡Amiguita soy yo de oír resquebrajos! Apártense y déjenmos ir, y agradecérselo hemos.
39. Apartóse Sancho y dejóla ir, contentísimo de haber salido bien de su enredo.», II.10.31-39