Libertad en El Quijote

Más que un tema, la libertad es el motor, la causa primera y la finalidad última, la médula vivificadora dentro de la columna vertebral de toda la poética cervantina.
Libertad (doc. 1208, del lat. libertas, -atis, -atem, der. liber, -era -erum ) f. 'facultad de decidir responsablemente su modo de actuar': «Opónese a la servidumbre o cautividad», Cov. 765.a.6. «La libertad no tiene prezio.», Corr. 184.a. «Más kiero libertad kon pobreza ke prisión kon rrikeza.», Corr. 535.a.
Nótese que Cervantes, cuyo cautiverio argelino ha marcado su obra quijotesca, se refiere a la libertad noventa y dos veces, mientras que su imitador Avellaneda lo hace solamente diecisiete veces.
Más que un tema, la libertad es el motor, la causa primera y la finalidad última, la médula vivificadora dentro de la columna vertebral de toda la poética cervantina: «La reivindicación de la libertad como poética medular que hace toda la obra de madurez cervantina afecta, como sabemos, al escritor, a sus personajes, y a los mismos lectores o espectadores. (® personajes del Quijote). Pues bien, todo ese entramado llega a la más elevada calidad artística cuando se produce la rebeldía del personaje, en los comienzos del Quijote de 1615,…; cuando el caballero y Sancho tienen noticia de que su vida está impresa (su primera parte), porque coinciden con lectores de ella, como Sansón Carrasco. En ese punto, la literatura traspasa sus propios límites y se hace vida, puesto que, como en el Urdemalas, los lectores conviven con los héroes de ficción. No es raro, por tanto, que los protagonistas de la novela se atrevan a enmendar la plana a su autor, desde la "vida" que han adquirido… la verosimilitud alcanza sus cimas más altas, lógicamente, cuando se suprimen las fronteras entre realidad y ficción… Los personajes del Quijote son, simultáneamente, protagonistas de sus vidas, espectadores de otras, particularmente de la falta de juicio del héroe principal, narradores y lectores, por lo que, necesariamente, el juego de vida y literatura o de realidad y ficción se constituye en el eje de su poética libre, como hemos dicho, pero también en la clave de su impar capacidad verosimilizadora…
A la libertad del personaje y del autor, en definitiva, y con perfecta coherencia estética, se une la del lector o espectador. Y ello dentro y fuera de la novela, es decir, tanto si es lector ficticio como si es lector real. Porque, al igual que hay personajes que son lectores de su propia historia (don Quijote, Sancho, Sansón Carrasco o los duques, por citar sólo a los principales), dentro del texto, que, por así decirlo, "se salen de la novela", asimismo, los lectores reales, fuera de ella, tienen que "meterse dentro"…
La incuestionable polisemia interpretativa del Quijote es fruto directo de una concepción estética del realismo literario abierta y flexible, que precisa de la colaboración libre del lector siempre, a veces incluso de manera explícita, como sucede en el episodio de la cueva de Montesinos, en la cual don Quijote dice haber estado tres días, mientras Sancho, que se había quedado fuera de la sima, asegura que su amo no ha descendido más de una hora. Ante ello, el narrador (más bien el traductor, remitiendo a Cide Hamete), advirtiendo que el caballero nunca miente, dice: "Tú, lector, pues eres prudente, juzga lo que te pareciere" (II.24). El lector, pues, directa y expresamente apelado, debe interpretar desde su perspectiva una obra que se le ofrece conscientemente ambigua, antidogmática y abierta, por lo que necesita de su participación activa y libre.», CEC, OC, Introducción General, CDRom de 1997.
|| no había gozado de la libertad: al abandonar el castillo de los duques, don Quijote se siente libre no sólo por haber recuperado su condición de caballero andante, sino por no tener que deber nada a nadie, sentimientos que expresa en el canto que entona a la libertad: «La libertad, Sancho, es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos», II.58.2.
Cuando Don Quijote renuncia una primera vez a la posibilidad de llevar una vida palaciega como caballero ocioso y logra la licencia para partirse del castillo de los Duques, donde se sentía no andante sino perezoso cortesano, confiesa a su confidente Sancho que, a pesar de haber gozado en el Castillo de comida bien sazonada y de bebida fresca, no había gozado de la libertad. Ahora bien, la libertad es el bien que él más aprecia:
«—La libertad, Sancho, es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida; y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres. Digo esto, Sancho, porque bien has visto el regalo, la abundancia que en este castillo que dejamos hemos tenido; pues en metad de aquellos banquetes sazonados y de aquellas bebidas de nieve, me parecía a mí que estaba metido entre las estrechezas de la hambre, porque no lo gozaba con la libertad que lo gozara, si fueran míos; que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recebidas son ataduras que no dejan campear el ánimo libre. ¡Venturoso aquél a quien el cielo dió un pedazo de pan, sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!», II.58.2. ® libertas.
Encontramos un poco más arriba en el mismo contexto la opinión que le merecía a Don Quijote su propia vida de ociosidad en el Castillo:
«Ya le pareció a Don Quijote que era bien salir de tanta ociosidad como la que en aquél castillo tenía; que se imaginaba ser grande la falta que su persona hacía en dejarse estar encerrado y perezoso entre los infinitos regalos y deleites que como caballero andante aquellos señores le hacían, y parecíale que había de dar cuenta estrecha al cielo de aquella ociosidad y encerramiento; y así, pidió un día licencia a los Duques para partirse. Diéronsela, con muestras de que en gran manera les pesaba de que los dejase.», II.57.1.
La vida de Castillo ha supuesto para Don Quijote la suprema paradoja en la carrera de caballero andante, carrera que había abrazado por deber como estrecha y exigente; la paradoja ética consiste en encontrarse con principios contradictorios que echan al traste su entrega a la profesión: «los infinitos regalos y deleites que como caballero andante aquellos señores le hacían» no eran sino ociosidad, frente a la diligencia que él suponía en la carrera; y encerramiento, frente a la libertad que ansiaba al darse a ella. ® Las aventuras de Don Quijote
|| libertad de conciencia: loc.nom. sentido meliorativo: 'el permitir ceremonias de su ley [a los no católicos] en un estado católico'; sentido peyorativo: 'desenfreno': «La libertad que buscan los hereges de nuestros tiempos y que llaman libertad de conciencia, es servidumbre de alma y licencia que, como dize Lactancio, parit audatiam, quae ad omne flagitium et facinus evadit.», Cov. 765.a.30.
Nótese que Covarrubias, obrando en esto más como instructor de los moriscos (1596-1600) que como lexicógrafo, registra únicamente este sentido peyorativo, olvidando el sentido técnico, de índole más bien política. Técnicamente la frase «libertad de conciencia», cuyo sinónimo era «libertad de Alemaña», por practicarse en Alemania (Augsburgo, cuna de la libertad de conciencia, era una ciudad de mayoría católica), equivalía a la palabra actual tolerancia. Este sentido hubiera tenido entonces una disposición legal semejante a las alemanas, para responder al deseo de los moriscos de vivir bajo un estatuto similar al de la minoría cristiana bajo el dominio turco. La que fray Jaime Bleda, paladín de la expulsión, solía llamar «pestilencial secta de los políticos» abogaba por una tolerancia religiosa justificable, en el caso de los moriscos, en virtud de consideraciones de orden racional y encaminadas a lo que creían bien común de los reinos españoles.
Por desgracia «El fervor y exaltación de ciertas ideas religiosas que ya dominaban en España en los tiempos inmediatos a la conquista de Granada, hacían sufrir con impaciencia el que los moros sometidos continuasen gozando la libertad de conciencia que se les ofreció en las capitulaciones. Se aprovecharon las ocasiones y pretextos para privarlos de ella, y se les compelió a ser cristianos. Como forzados, fueron malos cristianos; como malos cristianos, perseguidos; como perseguidos se hicieron enemigos y como enemigos fue preciso exterminarlos o expelerlos. La legislación que pudo retardar o neutralizar los efectos del primer error, tirando a confundir la generación morisca con la masa general de la nación, tomó el camino contrario y, apoyando los estatutos de limpieza de sangre y otras preocupaciones del orgullo, poco conformes al Cristianismo, concentró más y más a los moriscos, de suerte que, como se ve por esta misma relación de Ricote, sólo se casaban ellos entre sí, lo cual facilitó que se perpetuase secretamente de padres a hijos el odio al Gobierno y a los cristianos, y que pudiesen tramar sus designios y mantener sus comunicaciones con los enemigos del Estado.», Clem. 1822.a.
«Cervantes se hallaba muy al tanto de las resonancias que la idea de libertad de conciencia despertaba en la cabeza y en el corazón de los moriscos. El mero hecho de haberla suscitado tan a cara descubierta, atrevimiento que maravilla a algún crítico, basta de por sí para manifestar la orientación de sus simpatías… Decir libertad de conciencia es, por supuesto, lo mismo que enunciar la idea más antagónica a toda la política y mentalidad oficial española de aquella época. Su mención en textos contemporáneos suele arrastrar consigo, no ya un esperado aborrecimiento, sino un claro matiz despectivo, similar al de la proverbial y nefanda «libertad de Alemaña»… en el sermón de honras fúnebres de Felipe II por el dominico fray Agustín Salucio, hombre por cierto de la mayor entereza moral y nada conformista, [se dice]:
«¿A quién no consta que se pudieran haber ahorrado algunos sesenta millones de ducados si sólo quisiera dejar a los Estados Bajos vivir en libertad de conciencia, como ellos llaman a lo que es no tener conciencia ni alma ni Dios en el mundo? Reprendan estos gastos, pero no los católicos que saben que no es el oro para adorarlo, sino para gastarlo en servicio de la fe» », FMV, p. 282.
«Conviene advertir que la frase «libertad de conciencia» resonó bastante en los debates sobre el problema religioso de los moriscos. En las deliberaciones valencianas de 1608-1609 el sector moderado se aventuró a proponer si no sería mejor levantar toda coacción religiosa con el fin de aclarar el ambiente y establecer la tarea de predicación sobre una base más auténtica:
«Y que esto no es darles libertad de conciencia, pues no se les permiten ceremonias de su ley, antes han de ser castigados por ellas…»
Que existía también una corriente de opinión favorable a dar a los moriscos libertad de conciencia lo acreditan palabras de Ribera [quien acusó de ser partidarios de ella a los políticos] al dar cuenta al Rey en 1601 del fracaso de la última campaña de predicación, », FMV, p. 279.
|•| La expresión «vivir con libertad de conciencia» aparece una sola vez en todo el Quijote, que es cuando Ricote cuenta su exilio a Sancho: «Pasé a Italia y llegué a Alemania, y allí me pareció que se podía vivir con más libertad, porque sus habitadores no miran en muchas delicadezas: cada uno vive como quiere, porque en la mayor parte della se vive con libertad de conciencia.», II.54.22.
Ricote estuvo primero en Francia, donde hacían buen acogimiento a los moriscos, pero no se fió, pensando que la buena acogida podía ser política momentánea; en efecto, en Francia había por entonces una historia demasiado fresca de feroces conflictos religiosos: «Ricote elige muy adrede la libertad de Alemania, por no fiarse de la volubilidad religiosa de Francia ni de la somnolienta ortodoxia italiana», FMV, p. 284.
El morisco manchego buscó garantías más sólidas, y por eso se quedó a vivir bajo «libertad de conciencia» en las cercanías de Augsburgo, elección enteramente significativa por parte de Cervantes, pues era justo allí donde Carlos V había enterrado en 1555 toda esperanza de unificación religiosa para el Imperio germánico, FMV.
|| Libertad te da el que sin ella queda: El gran lector don Quijote, al dejar en libertad a Rocinante, para comenzar su penitencia, recuerda el episodio del Orlando furioso, XLIV, 23, en que Astolfo deja en libertad al Hipogrifo (Rico 1998, p. 279):
«—Libertad te da el que sin ella queda, ¡oh caballo tan estremado por tus obras cuan desdichado por tu suerte!», I.25.26.
||…libertad…|| la libertad alcanzada: seguimos la ed. de Bruselas, suprimiendo la preposición superflua en la ed. pr., p. 242, lín. 2, donde se lee: «de la libertad alcanzada»: La huida de Zoraida se organiza en la desconfianza:
«se opuso el renegado, diciendo que en ninguna manera consentiría que ninguno saliese de libertad hasta que fuesen todos juntos…; porque, decía, la libertad alcanzada y el temor de no volver a perderla les borraba de la memoria todas las obligaciones del mundo.», I.40.18.
|| saliese de libertad: subj. de salir de libertad: loc.verb. 'salir en calidad de libre': Relato del Cautivo: «se opuso el renegado, diciendo que en ninguna manera consentiría que ninguno saliese de libertad hasta que fuesen todos juntos», I.40.18.
|| vino en libertad: indef. de : venir en libertad: loc.verb. 'conseguirla'. • Diálogo con el Cautivo: «no sé si vino en libertad», I.39.10.
|| vivir con más libertad: ® libertad de conciencia
-oOo-
Fuente del texto: Salvador García Bardón, Taller cervantino del “Quijote”, Textos originales de 1605 y 1615 con Diccionario enciclopédico, Academia de lexicología española, Trabajos de ingeniería lingüística, Bruselas, Lovaina la Nueva y Madrid. Este artículo del Diccionario enciclopédico del Quijote apareció en 2005.
Fuente de la imagen:QGDSGB.I.022.A
El texto concreto del Quijote ilustrado por Gustave Doré en su contexto
Capítulo vigésimo segundo.—De la libertad que dio don Quijote a muchos desdichados que, mal de su grado, los llevaban donde no quisieran ir.
1. Cuenta Cide Hamete Benengeli, autor arábigo y manchego, en esta gravísima, altisonante, mínima, dulce e imaginada historia, que, después que entre el famoso don Quijote de la Mancha y Sancho Panza, su escudero, pasaron aquellas razones que en el fin del capítulo veinte y uno quedan referidas, que don Quijote alzó los ojos y vio que por el camino que llevaba venían hasta doce hombres a pie, ensartados como cuentas en una gran cadena de hierro, por los cuellos, y todos con esposas a las manos. Venían ansimismo con ellos dos hombres de a caballo y dos de a pie; los de a caballo, con escopetas de rueda, y los de a pie, con dardos y espadas; y que así como Sancho Panza los vido, dijo:
2. —Ésta es cadena de galeotes, gente forzada del rey, que va a las galeras.
3. —¿Cómo gente forzada? —preguntó don Quijote—. ¿Es posible que el rey haga fuerza a ninguna gente?
4. —No digo eso—respondió Sancho—, sino que es gente que por sus delitos va condenada a servir al rey en las galeras, de por fuerza.
5. —En resolución—replicó don Quijote—, como quiera que ello sea, esta gente, aunque los llevan, van de por fuerza, y no de su voluntad.
6. —Así es—dijo Sancho.
7. —Pues desa manera —dijo su amo—, aquí encaja la ejecución de mi oficio; desfacer fuerzas y socorrer y acudir a los miserables.
8. —Advierta vuestra merced—dijo Sancho—, que la justicia, que es el mesmo rey, no hace fuerza ni agravio a semejante gente, sino que los castiga en pena de sus delitos.
9. Llegó, en esto, la cadena de los galeotes, y don Quijote, con muy corteses razones, pidió a los que iban en su guarda fuesen servidos de informalle y decille la causa o causas por qué llevan aquella gente de aquella manera.
10. Una de las guardas de a caballo respondió que eran galeotes, gente de su Majestad, que iba a galeras, y que no había más que decir, ni él tenía más que saber.
11. —Con todo eso—replicó don Quijote—, querría saber de cada uno dellos en particular la causa de su desgracia.
12. Añadió a éstas otras tales y tan comedidas razones para moverlos a que le dijesen lo que deseaba, que la otra guarda de a caballo le dijo:
13. —Aunque llevamos aquí el registro y la fe de las sentencias de cada uno destos malaventurados, no es tiempo éste de detenerles a sacarlas ni a leellas; vuestra merced llegue y se lo pregunte a ellos mesmos, que ellos lo dirán si quisieren, que sí querrán, porque es gente que recibe gusto de hacer y decir bellaquerías.
El Q.I22.1-13.
Aventura de los Galeotes.
"Llegó, en esto, la cadena de los galeotes, y don Quijote, con muy corteses razones, pidió a los que iban en su guarda fuesen servidos de informalle y decille la causa o causas por qué llevan aquella gente de aquella manera."
El Q.I22.9.
[Tome I. Première partie. Fig. en bandeau du chap. XXII : Don Quichotte harangue les forçats qu'il vient de libérer.]