Domingo 30º TO A 2ª Lect.(29.10.2017): abandonar ídolos y servir al Amor

Introducción:os volvisteis a Dios para servir al Dios vivo y verdadero” (1 Tes 1,5c-10)
Los versículos 4-10 del capítulo primero de esta carta resumen el proceso catecumenal de evangelización y conversión (vv. 4-7) y el testimonio (vv. 8-10) de la comunidad tesalonicense.

Proceso catecumenal (vv. 4-7)
Tras llamarles “hermanos amados por Dios”, Pablo reconoce la “elección” divina “porque nuestro evangelio no sucedió en vosotros en palabra sólo sino también en fuerza y en Espíritu santo y en plena convicción” (vv. 4-5b). Era el final de la lectura del domingo pasado. Decíamos que era buen criterio para valorar a una comunidad: su dinamismo, su buen Espíritu, su convicción. En la lectura de hoy destaca el comportamiento del equipo misionero y la conversión de la comunidad:
Sabéis cómo actuamos entre vosotros por vosotros. Y vosotros fuisteis imitadores nuestros y del Señor recibiendo la palabra en mucha dificultad con alegría del Espíritu Santo, hasta ser vosotros modelo para todos los creyentes en Macedonia y Acaya” (vv. 5c-7).
El mismo verbo griego (“guínomai”: llegar a ser, ser, estar, nacer, suceder, hacerse, proceder...), repetido cuatro veces, enhebra todo el proceso catecumenal de la comunidad filipense:
a) la siembra del evangelio no “sucedió” sólo en palabra: hubo fuerza, Espíritu, convicción...;
b) sabéis cómo “procedimos” entre vosotros para vuestro bien (igualdad, bondad gratuita);
c) vosotros “llegasteis a ser” imitadores nuestros y del Señor, acogiendo el mensaje con alegría...;
d) hasta “llegar a ser” modelo para otros creyentes.
Buena guía del misionero: anuncio hasta la acción movida por el Espíritu y convicción, vivir de acuerdo con la palabra anunciada para que reconozcan que nos imitan a nosotros y al Señor, lograr que sean modelo cristiano. En estos pasos se reconoce la “elección” divina.

Testimonio-eco de la conversión (vv. 8-10)
La segunda parte (vv. 8-10) narra el eco despertado en las comarcas cercanas. En Tesalónica brilla un foco cristiano para las regiones de Macedonia (provincia del norte cuya capital era Tesalónica) y de Acaya (provincia del sur, capital Corinto). Todos comentan su conversión que implica “acoger la Palabra con la alegría del Espíritu Santo”. Se han convertido en modelo para los creyentes. La Palabra que los ha transformado, resuena en todas partes. Es la Palabra de vida, de luz (Jn 1, 4.9).

Ha quedado claro que la conversión cristiana supone:
a) “la renuncia a los ídolos”. Los “ídolos” son conceptos o realidades que no son Dios: dinero, poder, templos “hechos por los hombres” (Mc 14, 58), estatuas, valores basados en el egoísmo, la mentira, la apariencia, la explotación, la riqueza... Atribuir a estas realidades terrenas cualidades divinas y convertirlas en objetos de salvación definitiva es idolatría.
b) “servir al Dios vivo y verdadero”. Buscar la justicia divina (Mt 6, 33) consiste en procurar vida digna para todos. Eso es servir al Dios vivo y verdadero, que actúa en nuestra conciencia, y nos “salva” de un proceder dañino, inane o sin sentido. Nuestro testimonio es nuestra vida según el Espíritu de Jesús. Vida que explicamos como conversión a la Palabra eficaz del Señor Dios vivo. Su Espíritu inspira la alegría de la fe que produce amor. Esta fe no confía en lo que no puede salvar; nos mueve a suprimir los males que podamos, a hacer siempre el bien y a esperar la dicha final en Jesús resucitado, salvador último y definitivo.

Oración:os volvisteis a Dios para servir al Dios vivo y verdadero” (1 Tes 1,5c-10)

Jesús, Hijo del Dios vivo y verdadero:
con los cristianos de Tesalónica, revivimos nuestra conversión;
nuestros padres, catequistas, monitor o sacerdote... nos abrieron tu evangelio;
no fue sólo palabra, sino fuerza santa lo que salía de sus bocas;
sin creérselo de verdad no podrían hablar con aquel convencimiento;
y su vida por nosotros: amor puro, desinteresado, esforzado....

Quisimos imitarles:
fueron nuestros modelos de personas buenas, alegres, serviciales...;
descubrimos también sus debilidades, sus miedos, sus esclavitudes...;
algunos incluso nos escandalizaron incomprensiblemente...;
el Espíritu-amor que nos entregaron nos mantuvo en pie;
decidimos seguirte a ti, Hijo del Dios vivo y verdadero.

Les agradecemos que nos enseñaran a mirarte a ti, Jesús:
nos explicaron tu amor sin medida;
nos contaron tus parábolas de perdón y de trabajo por el Reino;
nos enseñaron a orar directamente al Padre que escucha sin cesar;
nos ofrecieron celebraciones donde sentíamos tu presencia resucitada;
les oímos pedir perdón por no vivir como tú;
nos acompañaron en proyectos de vida a favor de los más débiles;
su vida era austera, atenta a las necesidades de los demás;
nunca quisieron imponer ni dominar, sólo servir en libertad.

Acogimos “la Palabra entre tanta lucha con alegría del Espíritu Santo”:
la Palabra eres tú, Jesús de Nazaret, humanidad divina;
difícil de aceptar y reconocerte en algunas situaciones eclesiales:
¿cómo escucharte a ti en misas pontificales, en medio del lujo y el poder...;
en unas experiencias de autoritarismo y negación de diálogo;
en ámbitos de discriminación de la mujer e inmovilismo cerril;
impidiendo el ministerio pastoral a quienes forman una familia;
marginando a quienes piden reformas evangélicas...?

A pesar de todo, encontramos comunidades cristianas:
donde vivir unidos sin estar unos arriba y otros abajo;
donde nos sentimos todos hermanos con un solo Padre;
todos servidores con un solo Señor;
todos discípulos con un solo Maestro;
todos pobres de espíritu cuya riqueza y seguridad es Dios mismo;
solidarios en amor, en perdón continuo, sin rivalidad...;
poniendo las cualidades al servicio de la comunidad;
ninguna responsabilidad es poder que se impone y anula la libertad;
toda responsabilidad es oferta, servicio, nunca superioridad ni honor.

Jesús, Hijo del Dios vivo y verdadero, esperanza nuestra:
sin tu Espíritu no podemos vivir esta “nueva humanidad”,
este “hombre nuevo, guiado por el Espíritu
(2 Cor 5,17; Gál 6,15; Ef 4,24; Col 3,9-10; Rm 8,4; Gál 5,16).

Reaviva sobre nosotros el Espíritu que guió tu vida:
el Espíritu que animaba a Pablo y a su equipo misionero;
el Espíritu que sintieron los cristianos de Tesalónica:
- que les llevó a abandonar ídolos de poder, dinero, nación...;
- que les descubrió el Dios que ama la vida y la verdad;
- que les resucitó a la vida amorosa, entregada hasta la muerte;
- que les ayudó a esperar tu vuelta “entre tanta lucha con alegría”.

Que tu Espíritu nos dé energía y buen juicio (2Tim 1, 7):
para promover los cambios útiles para vivir mejor el evangelio;
para superar “tanta lucha” como sucede en nuestra Iglesia;
para que nuestras comunidades sea un foco de cristianismo verdadero:
- donde pueda renacer constantemente tu Iglesia;
- donde la comunidad sea el centro y los ministerios la sirvan;
- donde los más débiles sean los más atendidos;
- donde tu persona y tu proyecto sean el ideal de nuestra vida.

Rufo González
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