D. 2º Pascua 2ª Lect. (23.04.2017): amar, creer en el Amor, alegrarse... es vivir resucitados
Introducción:Por la resurrección de Jesucristo..., nos ha hecho nacer de nuevo... (1 Pe 1, 3-9).
Los domingos de pascua del ciclo A, excepto el domingo de Pentecostés, la segunda lectura es de la Primera Carta de Pedro. Escrito profundamente pascual con referencias claras a la resurrección de Jesús, a la vida de amor nutrido por el Resucitado, a la dicha que nos espera en la nueva Jerusalén.
Leemos hoy un himno de bendición
Dirigido a Dios, “Padre de nuestro señor Jesucristo”. La razón para “decir bien” (bendecir) de Dios es que, “conforme a su gran misericordia (miseri-cor-dare: dar el corazón al miserable), nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible”. Esta acción divina se ha demostrado “a través (la preposición griega “diá” con genitivo expresa la idea de atravesar, desgarrar, pasar por medio de) de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos”. La resurrección, pues, avalando su vida, nos ha descubierto y avalado también la nuestra.
El Espíritu es la fuerza divina que nos habita
La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final. En el original, esta frase es complemento apositivo de la “herencia reservada en los cielos a vosotros”, los guardados en la fuerza de Dios por la fe para la salvación...”. La “fuerza de Dios” es su Espíritu, la capacidad que reciben quienes se adhieren a la persona de Jesús: el Espíritu les hace saber que son hijos de Dios, pueden llamarle “Padre-Madre”, pueden vivir en su amor. Es el nuevo nacimiento del Espíritu (Jn 3,5). Creyendo en Cristo somos custodiados por su Espíritu.
El Espíritu nos alegra, nos da el amor de Jesús, aumenta la fe
“Por lo cual saltáis de gozo” traducen la mayoría, frente a la versión litúrgica que utiliza el imperativo: “alegraos de ello”. Esta forma verbal griega es idéntica para los presentes de indicativo e imperativo. El indicativo expresa la acción real de la gracia, que produce alegría en el creyente. Este dinamismo se explicita más en el final de la lectura: “no habéis visto a Jesucristo y lo amáis, no lo veis y creéis en él, y os alegráis... alcanzando así vuestra propia salvación”.
La autenticidad de la fe coincide con la realización personal
La alegría es compatible con el sufrimiento, “si es preciso” (deon, dei). Es la necesidad inherente al seguimiento de Jesús, que supone “endurecer el rostro” y sufrir en variadas pruebas o tentaciones. Este sufrimiento sirve “para que la autenticidad de vuestra fe, más preciosa (de la autenticidad se dice que es “más preciosa, de más valor”) que el oro (caduco y acrisolado a fuego), sea hallada digna de alabanza, gloria y honor en la revelación de Jesucristo”. Importante es, pues, la vida de autenticidad de la fe, no la fe aparente, tradicional, costumbrista, sociológica, folclórica, forzada... La autenticidad encuentra alabanza, gloria, honra, amor, alegría..., es decir, salvación, realización plena. La autenticidad es verificable en las obras de misericordia, fruto del amor desinteresado.
Oración: “Por la resurrección de Jesucristo..., nos ha hecho nacer de nuevo...” (1 Pe 1,3-9).
Jesús resucitado:
Hoy nuestra oración quiere ser un himno de alabanza a Dios, tu Padre;
su inmensa misericordia ha llegado a nosotros;
nos reconocemos agraciados, sin merecerlo, por su amor;
creemos lo que tú, Jesús, has dicho y vivido desde tu fe en el Padre-Madre.
Aceptamos que el Misterio divino tiene entrañas de Padre-Madre:
que nos ama en toda situación y cuida de nosotros;
que quiere nuestra vida autónoma y libre;
que, por amor, te ha enviado a Ti, el Hijo de su amor;
que “ambos trabajáis”(Jn 5, 17) para que construyamos la vida
- en libertad, fraternidad, paz, alegría...
Tu vida, Jesús de Nazaret, ha sido una luz sin cesar:
en Ti hemos visto la bondad y el amor del Padre-Madre;
bondad y amor hacia los más débiles, excluidos, apestados...;
denuncia y valor ante los causantes de la injusticia...;
acogida y perdón sin medida, de antemano, gratuitos...
Esta fe en el amor del Padre ha sido otro nacimiento:
ha hecho surgir en nosotros una fuente, una fuerza, un aliento...;
manantial de amor que “nos guarda, nos impulsa” a realizarnos;
un despertar de deseos de amar como el Padre-Madre;
una alegría que supera contradicciones y sufrimientos;
“una esperanza viva” de resucitar contigo.
Hoy, la primera carta de Pedro llama a la autenticidad de la fe:
autenticidad de la fe que es transparencia, sencillez, actividad;
autenticidad, más preciosa que el oro aquilatado a fuego;
autenticidad que produce “alabanza, gloria y honor en Jesucristo”;
autenticidad que ahora nos hace:
- amar a Jesús sin haberle visto;
- sentir un gozo indecible y glorioso;
- alcanzar nuestra meta, salvación, realización plena.
Jesús resucitado, haznos renacer a tu amor:
danos tu mirada a los pequeños, a los no considerados personas;
acércanos a las personas más despreciadas y odiadas;
danos conocerlas (co-nacer), “nacer con” ellas al mundo que tú querías:
- al mundo que bendice a quien maldice;
- al mundo que reza por los que maltratan;
- al mundo que no responde con violencia al violento;
- al mundo que da también la camisa a quien quita el manto;
- al mundo que da al que pide, y no reclama a quien le quita lo suyo (Lc 6, 27-31).
Jesús resucitado, renueva tus comunidades, renacidas del Espíritu:
para que renazcan a la adoración “en espíritu y verdad” (Jn 4, 23-24);
para que vean tu presencia en los débiles y excluidos;
para que renuncien a la riqueza, al lujo, a la apariencia;
para que encuentren “alabanza, gloria, honra, amor, alegría” en el servicio fraterno;
para que defiendan y protejan los derechos fundamentales de toda persona;
para que amen y recen por quienes les hacen daño;
para que sean ejemplo de igualdad y de libertad, de mesa compartida y solidaria.
Rufo González
Los domingos de pascua del ciclo A, excepto el domingo de Pentecostés, la segunda lectura es de la Primera Carta de Pedro. Escrito profundamente pascual con referencias claras a la resurrección de Jesús, a la vida de amor nutrido por el Resucitado, a la dicha que nos espera en la nueva Jerusalén.
Leemos hoy un himno de bendición
Dirigido a Dios, “Padre de nuestro señor Jesucristo”. La razón para “decir bien” (bendecir) de Dios es que, “conforme a su gran misericordia (miseri-cor-dare: dar el corazón al miserable), nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible”. Esta acción divina se ha demostrado “a través (la preposición griega “diá” con genitivo expresa la idea de atravesar, desgarrar, pasar por medio de) de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos”. La resurrección, pues, avalando su vida, nos ha descubierto y avalado también la nuestra.
El Espíritu es la fuerza divina que nos habita
La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final. En el original, esta frase es complemento apositivo de la “herencia reservada en los cielos a vosotros”, los guardados en la fuerza de Dios por la fe para la salvación...”. La “fuerza de Dios” es su Espíritu, la capacidad que reciben quienes se adhieren a la persona de Jesús: el Espíritu les hace saber que son hijos de Dios, pueden llamarle “Padre-Madre”, pueden vivir en su amor. Es el nuevo nacimiento del Espíritu (Jn 3,5). Creyendo en Cristo somos custodiados por su Espíritu.
El Espíritu nos alegra, nos da el amor de Jesús, aumenta la fe
“Por lo cual saltáis de gozo” traducen la mayoría, frente a la versión litúrgica que utiliza el imperativo: “alegraos de ello”. Esta forma verbal griega es idéntica para los presentes de indicativo e imperativo. El indicativo expresa la acción real de la gracia, que produce alegría en el creyente. Este dinamismo se explicita más en el final de la lectura: “no habéis visto a Jesucristo y lo amáis, no lo veis y creéis en él, y os alegráis... alcanzando así vuestra propia salvación”.
La autenticidad de la fe coincide con la realización personal
La alegría es compatible con el sufrimiento, “si es preciso” (deon, dei). Es la necesidad inherente al seguimiento de Jesús, que supone “endurecer el rostro” y sufrir en variadas pruebas o tentaciones. Este sufrimiento sirve “para que la autenticidad de vuestra fe, más preciosa (de la autenticidad se dice que es “más preciosa, de más valor”) que el oro (caduco y acrisolado a fuego), sea hallada digna de alabanza, gloria y honor en la revelación de Jesucristo”. Importante es, pues, la vida de autenticidad de la fe, no la fe aparente, tradicional, costumbrista, sociológica, folclórica, forzada... La autenticidad encuentra alabanza, gloria, honra, amor, alegría..., es decir, salvación, realización plena. La autenticidad es verificable en las obras de misericordia, fruto del amor desinteresado.
Oración: “Por la resurrección de Jesucristo..., nos ha hecho nacer de nuevo...” (1 Pe 1,3-9).
Jesús resucitado:
Hoy nuestra oración quiere ser un himno de alabanza a Dios, tu Padre;
su inmensa misericordia ha llegado a nosotros;
nos reconocemos agraciados, sin merecerlo, por su amor;
creemos lo que tú, Jesús, has dicho y vivido desde tu fe en el Padre-Madre.
Aceptamos que el Misterio divino tiene entrañas de Padre-Madre:
que nos ama en toda situación y cuida de nosotros;
que quiere nuestra vida autónoma y libre;
que, por amor, te ha enviado a Ti, el Hijo de su amor;
que “ambos trabajáis”(Jn 5, 17) para que construyamos la vida
- en libertad, fraternidad, paz, alegría...
Tu vida, Jesús de Nazaret, ha sido una luz sin cesar:
en Ti hemos visto la bondad y el amor del Padre-Madre;
bondad y amor hacia los más débiles, excluidos, apestados...;
denuncia y valor ante los causantes de la injusticia...;
acogida y perdón sin medida, de antemano, gratuitos...
Esta fe en el amor del Padre ha sido otro nacimiento:
ha hecho surgir en nosotros una fuente, una fuerza, un aliento...;
manantial de amor que “nos guarda, nos impulsa” a realizarnos;
un despertar de deseos de amar como el Padre-Madre;
una alegría que supera contradicciones y sufrimientos;
“una esperanza viva” de resucitar contigo.
Hoy, la primera carta de Pedro llama a la autenticidad de la fe:
autenticidad de la fe que es transparencia, sencillez, actividad;
autenticidad, más preciosa que el oro aquilatado a fuego;
autenticidad que produce “alabanza, gloria y honor en Jesucristo”;
autenticidad que ahora nos hace:
- amar a Jesús sin haberle visto;
- sentir un gozo indecible y glorioso;
- alcanzar nuestra meta, salvación, realización plena.
Jesús resucitado, haznos renacer a tu amor:
danos tu mirada a los pequeños, a los no considerados personas;
acércanos a las personas más despreciadas y odiadas;
danos conocerlas (co-nacer), “nacer con” ellas al mundo que tú querías:
- al mundo que bendice a quien maldice;
- al mundo que reza por los que maltratan;
- al mundo que no responde con violencia al violento;
- al mundo que da también la camisa a quien quita el manto;
- al mundo que da al que pide, y no reclama a quien le quita lo suyo (Lc 6, 27-31).
Jesús resucitado, renueva tus comunidades, renacidas del Espíritu:
para que renazcan a la adoración “en espíritu y verdad” (Jn 4, 23-24);
para que vean tu presencia en los débiles y excluidos;
para que renuncien a la riqueza, al lujo, a la apariencia;
para que encuentren “alabanza, gloria, honra, amor, alegría” en el servicio fraterno;
para que defiendan y protejan los derechos fundamentales de toda persona;
para que amen y recen por quienes les hacen daño;
para que sean ejemplo de igualdad y de libertad, de mesa compartida y solidaria.
Rufo González