José Pacheco y Angie, junto con Juanjo y Adela, eran, en aquellos tiempos, el alma de los Cursillos en el sur de Madrid En memoria de José Pacheco, “cursillista de Cristiandad”

Como Pablo “ha combatido el noble combate, ha acabado la carrera, ha conservado la fe” (2Tim 4,7)

Leyendo en internet la revista diocesana de Getafe, me entero de la muerte de José Pacheco Vera (20.09.2019). Siento una punzada fuerte en mi conciencia. Hace, creo, poco más de un año nos encontramos en Leganés. Paseaba con Angie, su esposa. Su abrazo grande removió años de mi vida en amistad y trabajos apostólicos con él y otros amigos cursillistas. Quedamos en vernos algún día. Intentaría, le dije, pasarme por los juzgados de Alcorcón donde trabajaba. Pero la inercia perezosa impidió cumplir los buenos deseos. La noticia de su muerte ha vuelto a sobrecogerme con más fuerza. Ya no me queda más remedio que entrevistarme con él en el Amor del Padre, en la Comunión de los santos, en la Eucaristía que nos “entusiasma” (“en” y “theós”: nos “endiosa”), nos hace uno en Cristo. Quede aquí, en mi Blog de RD, el testimonio del aprecio que le he profesado siempre, y el reflejo de su vida ejemplar.

No puedo olvidar los muchos cursillos vividos con él. Su fe profunda en Jesús y su evangelio -junto a la de otros militantes como Rosi, Ángel, Paco, Arturo...- me incitó a colaborar en el Movimiento de Cursillos bastantes años. Recuerdo su afán insistente en que Cursillos pregonaba “lo fundamental cristiano”. Su experiencia de conversión al Resucitado, en situaciones existenciales complejas, era marchamo de su vida. Me recordaba a San Pablo: “Dios tuvo compasión de mí porque no sabía lo que hacía, pues estaba lejos de la fe; sin embargo, la gracia de nuestro Señor sobreabundó en mí junto con la fe y el amor que tienen su fundamento en Cristo” (1Tim 1,13b-14).

José Pacheco y Angie, junto con Juanjo y Adela, eran, en aquellos tiempos, el alma de los Cursillos en el sur de Madrid. Con ellos engarcé mucho tiempo mi amor pastoral. Cenas de trabajo en sus casas. Convivencias en Chinchón, en Móstoles, en Madrid... Preparaciones de diversos cursillos en la diócesis de Madrid, celebrados algunos en Guadalajara y otros en la sierra madrileña. Después en la nueva diócesis de Getafe, en Pozuelo de Alarcón. Ellos, los cuatro, eran con frecuencia los rectores, y casi siempre los “rollistas” (graciosamente así llamados) exponiendo su fe sencilla y su experiencia vital, su conversión, su trabajo cristiano en la actualidad, etc. Tengo que decir que fui muy feliz en esos años de apostolado “cursillista” con ellos. A esa alegría contribuyeron, sin duda, estos dos matrimonios por su coraje, su compromiso, su buen hacer, su sentido del humor. Aún recuerdo -y lo cuento como sucedido a mi amigo José Pacheco-, un chiste contado con su gracia andaluza, y ambientado en su trabajo jurídico: -usted, señora, ¿ha recibido algún daño en la reyerta?, pregunta el juez en un juicio de faltas. - En la reyerta exactamente, no; un poco más arriba, responde la señora. -las carcajadas, decía Pacheco, precipitaron el fin del juicio.

Este Movimiento quería ser sólo una primera proclamación del Evangelio. Lo entendían como una presentación atractiva de “lo fundamental cristiano”: el Misterio Dios envuelve al ser humano en su Amor, Jesús revela el Amor del Padre-Madre, la Iglesia continúa la obra de Jesús en los sacramentos y en la fraternidad universal. No querían que fuese un Movimiento para sí mismo. Pretendían facilitar la experiencia de conversión -encuentro con la persona viva del Resucitado- a toda persona. En tres días, en ambiente propicio, unos cristianos convencidos daban razón de su fe. Los que se convertían debían descubrir posteriormente su vocación específica en la Iglesia: en la pastoral obrera, litúrgica, sanitaria, matrimonial, juvenil, catequética...

En plan provisional, Cursillos mantenía unas reuniones tras el Cursillo -las llaman “ultreyas”- para sostener el fuego encontrado en la experiencia de conversión. La perseverancia en seguir a Jesús dependía en gran medida de la “iglesia” a la que volvían. Cursillos era, y creo que siegue siendo, una buena llamada a la conversión evangélica. Los temas centrales eran “Gracia”, “Sacramentos” e “Iglesia”. Esquemas sencillos, pero esenciales. Las formas y los acentos procedían de las personas que los daban. Las figuras del rector -siempre un laico- y los directores espirituales -siempre presbíteros- eran decisivas. De aquí dependía en gran medida la orientación integrista o abierta que surgía. Otro problema era, y supongo que sigue siendo, el trato y la orientación que reciben los cursillistas tras su conversión. Unos terminan por fanatizarse en legalismo eclesial y en vida cristiana burguesa, reducida a prácticas piadosas, dejándose llevar de los responsables de sus parroquias. Otros encuentran la libertad del evangelio, y se hacen fermento del espíritu de Jesús en su familia, trabajo, amistad, parroquia, en diversos apostolados, o se integran en pequeñas comunidades.

José Pacheco, muerto a los 59 años, se dejaba llevar del Espíritu de Jesús. Tenía clara su vocación de anunciante del Evangelio. Y la verdad es que lo hacía muy bien. Era libre para pensar y exponer su pensamiento sobre la Iglesia. Su talante cristiano era abierto, compasivo, lúcido, justo. Su espiritualidad de aquellos tiempos -supongo mantenida hasta el final- era muy evangélica. No evadía problemas y contradicciones. Su pasión vital era el anuncio del mensaje cristiano y la provocación de la conversión primera. Le dolía la injusticia, procuraba remediar sufrimientos, se ponía al lado de la gente más desangelada. Su trabajo profesional como secretario judicial le brindaba ocasiones de tocar el dolor de las parejas rotas, de gente atrapada en la injusticia, de la abundante miseria humana que pasea por los juzgados. Alguna ocasión tuve de ver su humanidad, su escucha, su atención compasiva.

De la Iglesia le dolía el clericalismo, evidente en el poder absoluto, en la hipocresía clerical y en creer que la Iglesia estaba al servicio del clero. Creía en la evolución positiva de la Iglesia, que terminaría por aceptar el celibato opcional y la igualdad hombre-mujer. No comprendía que la orientación y el hacer de una parroquia solo dependiera de una persona. Quería que la Iglesia fuera comunidad participativa. Le entusiasmaba la proliferación de carismas y la acción de todos. Tenía conciencia muy viva de ser “Iglesia”, de ser “piedra viva”, comulgante en la responsabilidad común. Creía en el Espíritu de Jesús que guiaba la conversión misteriosa que se operaba en el Cursillo. Por ello oraba incesantemente antes y durante cada cursillo.

Recuerdo a su hermano Eustaquio, también cursillista, servicial, cuyas fotos de mi investidura doctoral en la Universidad de Comillas conservo como un tesoro. Y a su hermana, también cursillista, cuyo nombre no retengo ya en la memoria senil en la que habito. Eran tres hermanos, grandes de estatura, con sentimientos muy parecidos en materia religiosa. Junto con Angie y sus hijas guardarán memoria de su espléndido hermano, esposo y padre. Que el Espíritu les consuele y les dé a sentir el mismo afán que movió la vida de Jose (así, sin acento, recuerdo que lo pronunciaban). Un buen abrazo en el Espíritu.

A José Pacheco me encomiendo. Le agradezco su vida, y la alegría de aquellos años de cooperación apostólica. Deseo participar de su espíritu cristiano siempre. A Cristo le ruego confiadamente: “Aeterna fac cum sanctis tuis in gloria numerari” (“Haz que sea numerado con tus santos en la gloria”). Y todos nosotros con él. Oración que, sin duda, creo escuchada (Lc 11,12).

 Jaén, octubre 2019

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