El insulto: nadie tiene el monopolio del sufrimiento
Nominada a los Oscar a la mejor película de habla no inglesa, este film libanés -a pesar de la sencillez de medios- presenta una realización sobresaliente donde la trama se va desplegando de forma inquietante, denunciando los estereotipos del espectador. Como en las capas de una cebolla, esta historia mínima nos va conduciendo al centro de los conflictos humanos y sus resonancias políticas, allá donde profundamente se esconden, en el corazón de las personas.
El cineasta Ziad Doueiri vive en el corazón del conflicto. Líbano -en vecindad con Israel, Palestina y Siria- vivió una dura guerra civil (1975-1990) que destruyó el modelo de convivencia de musulmanes, drusos y cristianos marionitas y ortodoxos. En el 2006 fue el campo de batalla de la guerra entre Israel y Hezbolá. Hoy la sombra del conflicto planea constantemente sobre este país. Como síntoma dos hechos, los falangistas cristianos perpetraron las matanzas de los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila pero también las milicias palestinas han realizados importantes masacres entre la población cristiana.
Ya en 1998 Doueiri en “West Beirut” nos contó la historia de dos adolescentes musulmanes, que durante la guerra del Líbano despiertan al amor y se enamoran de la misma muchacha cristiana. En “El atentado” (2012) asistimos a un nuevo relato del conflicto, un cirujano israelí de origen palestino vive casado y felizmente integrado en la sociedad judía. Un día en un atentado suicida mueren 19 personas, entre ellas su esposa, que para su sorpresa resulta la autora de la explosión. En ambas películas emerge una cierta equidistancia que permite observar las contradicciones políticas y la gama de sentimientos de las partes enfrentadas.
“El insulto” comienza con una aparente nimiedad. Un palestino insulta a un cristiano que riega su balcón y le moja mientras trabaja. El cristiano, que vive anclado en un rencor soterrado, exige una disculpa que no llega. La disputa se hace judicial, dos abogados defienden sus causas, una sensible a la causa palestina, el otro solidario con la minoría cristiana. Las resonancias del caso tiene alcance político y el conflicto se traslada a un sociedad que vive con las heridas abiertas. “Estáis listos para quebrarlo todo pero no para pasar página”. La ecuación conflicto personal-causa judicial-enfrentamiento político sirve para mostrar los enquistamientos y la gran dificultad para reconocer una mínima empatía por el contrario.
El descubrimiento progresivo de la historia de cada protagonista nos lleva a tomar conciencia de la gravedad y complejidad de las causas, de la magnitud de sus sufrimientos y de los riesgos de los juicios precipitados y simplistas. La tesis del director tiene un fuerte trasfondo humanista, la raíz de la reconciliación está en el corazón de las personas- Para los partidarios de los esquema ideológicos la película huele a simplismo, sin embargo, su reflexión resulta profética. En todos los bandos se acumula el sufrimiento que es necesario drenar, y quizás todo dependa de una mirada.