Un niño envuelto en los pañales de la ternura y la compasión divina... Y una luz les brilló...

Los niños y su mirada, el sentimiento inocente de lo pequeño que abre sus ojos ante el misterio de una luz que les inunda y les sobrepasa. Una aceptación del misterio sin más limite que el de una imaginación divina infinita, así son ellos y así es Dios... Una luz les brilló en el corazón y yo soy testigo de su resplandor, quiero seguirlo.

Navidad en la verdad de los niños

luz

Entré en su sala, estaban gozosos, en silencio, llenando de color en pequeños papeles un plástico trasparente sobre el que pegaban las siluetas sencillas de José, María y el niño. Tenían un modelo de referencia que la catequista sostenía sobre el cristal empañado de la ventana, pero traspasado por el sol de la tarde que, en su pronta despedida invernal, lanzaba los rayos más bajos y directos que se colaban por los haces de la cuna para hacer de sábanas de ese niño que se notaba recién nacido. La luz lo envolvía todo y el misterio se hacía tan cálido como entrañable en este grupo de niños en la desnudez de su inocencia colaborando con la verdad de la encarnación sin saberlo en sus propias vidas y sentimientos.

La navidad es verdad en ellos, basta mirar sus ojos brillantes, sus saltos inquietos, sus cantos exultantes, más allá del miedo y el temor. Su alegría no tiene límites, se trata de un momento intenso y vivo. Les basta sentir para creer, sus preguntas son emociones, y sus emociones son dogmas presentados ante un mundo que le cuesta creer por abandono de la ternura entrañable. Cómo abrirse al dogma de lo fundamental en las entrañas cuando nos avasalla una superficialidad asentada sobre vidas y muertes silenciadas, de dolores no asumidos, de gritos asfixiados.

Habrá que volver con ojos de niño, con corazón de inocencia, con haces de luz de un sol entregado en el frío de invierno para que no falte calor en la humanidad que llega de un adviento dolorido pero preñado de deseos de justicia y de paz, de una salud salvadora de lo más humano y lo más querido.

Comulgar con lo diario y lo sencillo, con la ventana de cada día, con la luz que nunca falta, con la verdad de lo que es querido y amado en el silencio de tantas entregas sin precio, de tanto amor regalado, de tanto silencio ofrecido, de belleza gratuita, de alegría compartida y de esperanza preñada en un amor sin miedos ni juicios.

Su calidez de grupo de niños y niñas, aunados por sus catequistas, me hacen sentir escalofrío contemplando la felicitación con el sol de la ventana, ahí está el misterio de un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre, ahí está la verdad de lo humano traspasado por la luz de lo divino, envuelto en los pañales de la ternura divina y de la compasión que es eterna. Me callo y contemplo y siento a borbotones la paz y la serenidad de una noche que no puedo resistirse a la luz, sí la que brilla en las tinieblas, la que rompe la oscuridad del sufrimiento con una palabra de esperanza, con la mejor de las noticias: “Hoy nos ha nacido el salvador”

Volver arriba