Mirarse en la tormentra

Un concierto del viento que llega rodando montaña abajo por entre el mundo de las cosas, llega al río que lo devuelve, se enfurece, se aquieta, vuelve, ha llenado los árboles, los tejados Los oboes ruguen, los trombos atruenan, los platillos vibran, los violines lentos, suaves, llegan desde un rincón, las trompas conmueven los cimientos, las arpas gimen sin voluntad y vuelven los bombos desde allá atrás como las pezuñas del macho cabrío. Los revueltos vientos sin área ni refugio, hacen del Cebreiro un mar agitado que confunde la lengua de las aves. Todo parece un infausto ramillete de lamentos, errante y fugitivo, fornido como un tronco centenario. Llovió un chaparrón sobre los tejados, sobre la higuera y sobre la rueda de molino que hace tiempo no muele, pero trae remolinos de recuerdos a nuestros ojos. Uno se siente hoja corteza de árbol, brizna de hierba con la vida atada a las espaldas. Las palabras son insuficientes cuando han de significar lo casi indecible. ¡Dios mío!, qué tarde para contemplar y mirarnos en la tormenta

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