Los recuerdos

La vida pasa rauda, frenética, se esfuma sin dejar huella pero esas veladas al lado del fuego del hogar arrojan luz sobre la roma cotidianeidad y nos devuelven al ritmo humano de las cosas y hacen de lo viejo como si fuera nuevo; son como la búsqueda de un soporte para el tiempo que se fue y, a veces, para lo que nunca fue. Las personas prestan y dan cara y ojos a los recuerdos claros pero lejanos e inalcanzables, y así se vuelven cercanos como el rostro amigo. El aire de la casa, de las calles del pueblo está lleno y el viento habla en las ventanas, en las ramas de los árboles, zarandeando las sabanas tendidas en la huerta; a veces grita como una algarabía de niños en el patio de recreo. El marrón de las hojas de la higuera, del nogal, del roble, del castaño parece una promesa de futuro, como cometas que se escaparon de las manos de los niños en la playa. Parece que todo vuelve aunque sepamos que todo se va definitivamente. Los recuerdos enaltecen, dan vida y sobreviven a templos casi eternos. Y a los ryentes nos anima la esperanza del encuenro definitivo en otra vida.
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