Ordenación de dos presbíteros y un diácono en la catedral compostelana Prieto pide a los nuevos sacerdotes que sean amigos del Señor y pastores con entrañas de misericordia

El arzobispo Prieto, con los nuevos sacerdotes
El arzobispo Prieto, con los nuevos sacerdotes

Francisco Prieto ordena a Enrique Alonso y Fernando Ramos como sacerdotes y a Enrique Malvar como diácono en la Catedral compostelana

Monseñor Prieto insistió en la importancia de la escucha atenta y de no tener respuestas prefabricadas, invitándolos a acompañar con humildad y cercanía

(Archicompostela).- El domingo 6 de julio, a las 17:00 horas, la Catedral de Santiago de Compostela acogió solemnemente la ceremonia de ordenación de tres seminaristas que, a partir de ese momento, pasan a formar parte del clero diocesano. La celebración eucarística estuvo presidida por mons. Francisco José Prieto Fernández, arzobispo de Santiago, quien confirió el orden del diaconado a Enrique Malvar Blanco, mientras que Enrique Alonso Alonso y Fernando Ramos Guerra recibieron la ordenación sacerdotal, marcando un hito significativo en su vocación y compromiso con la Iglesia.

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La ceremonia contó con la presencia de monseñor Julián Barrio Barrio, arzobispo emérito, así como de los rectores de los seminarios Mayor y Menor, miembros del cabildo catedralicio, un numeroso grupo de sacerdotes, diáconos, seminaristas y representantes de la vida consagrada, reflejando la unidad y comunión de la Iglesia local en torno a este momento de gracia.

Familiares y amigos de los nuevos ordenados se unieron a la celebración, acompañando con su presencia y oración este paso trascendental en sus vidas.

Tras la liturgia de la Palabra, el rector del Seminario Mayor Interdiocesano, José Antonio Castro Lodeiro, se dirigió al arzobispo para presentar a los candidatos a la ordenación. Siguiendo el rito litúrgico, pidió al prelado que los admitiera al ministerio para el que habían sido formados.

“Agradeced el don que habéis recibido”

Durante su homilía, monseñor Francisco Prieto, comenzó saludando a cada uno con afecto, expresando la alegría de la Iglesia compostelana. Invitó a los nuevos sacerdotes y al diácono a vivir con gratitud su vocación. “Agradeced el don que habéis recibido. Agradezcamos los que hemos sido llamados por el Señor a este don que no es nuestro, sino que nos es dado para verterlo”, dijo, subrayando que el ministerio ordenado no es un derecho adquirido, sino un regalo de Dios para el servicio del pueblo.

El arzobispo les recordó que, aunque humanos y frágiles, son amados por el Señor de manera incondicional, y que es desde esa humildad desde donde deben ejercer su misión. Así, destacó que el sacerdote ha de ser ante todo amigo del Señor y buen pastor que acoge, sana y salva con ternura. “Ese sacerdote (…) se reviste de la imagen entrañable del buen pastor que carga sobre sus hombros la oveja perdida. Se hace samaritano que se detiene en los caminos, en esas orillas donde tantos heridos piden ser abrazados, sanados y salvados”, expresó, recordándoles que el ministerio no es para el propio engrandecimiento, sino para hacerse siervo de la alegría y la salvación de los demás.

Misión comunitaria y sinodal

El prelado compostelano reflexionó sobre el Evangelio proclamado, subrayando que Jesús envió a sus discípulos de dos en dos, poniendo de relieve la dimensión comunitaria y sinodal del ministerio: “Nada de individualismos, por favor, nada de islas cerradas. Seréis y somos parte de una familia diocesana, de una fraternidad sacerdotal”.

Asimismo, les invitó a aligerar su equipaje interior de actitudes inútiles y a llenarse del consuelo que Dios pone en sus manos para compartirlo con los demás. “No llenéis vuestra mochila de personalismo inútil. No os carguéis con indiferencia. Llenaros del consuelo que Dios pone en vuestras manos. Eso no pesa. Lleváis un ungüento que salva y que sana”, dijo, evocando la imagen del peregrino que camina ligero para llegar con mayor libertad al destino.

Acompañar con humildad y cercanía

Monseñor Prieto insistió en la importancia de la escucha atenta y de no tener respuestas prefabricadas, invitándolos a acompañar con humildad y cercanía: “Escuchad y ahí podréis decir, consolar, podréis abrazar, perdonar y acompañar”. En este contexto, señaló que la verdadera autoridad de su ministerio no radica en su propio nombre, sino en Cristo, que los envía y sostiene.

Con un mensaje de esperanza y de fidelidad al Señor, les recordó que la alegría verdadera no reside en el éxito exterior, sino en vivir según la voluntad de Dios. “Que vuestra alegría, anticipo de la definitiva (…) sea hacer la voluntad de Dios”, expresó, exhortándolos a ser pastores según el corazón de Cristo, fecundos en el Espíritu y siempre al servicio del pueblo de Dios.

Finalmente, pidió por toda la Iglesia diocesana para que sea una casa y familia acogedora, donde todos sean recibidos en la mesa de la Eucaristía, fuente y culmen de la vida cristiana. Recordó que María y el apóstol Santiago sean para todos, ejemplos de entrega y esperanza: “Que María y el apóstol Santiago os alienten a todos a vivir en la esperanza que no defrauda, esa esperanza que estamos celebrando en este Año Jubilar, Cristo, nuestra esperanza”.

Ritual

Una vez acabada la homilía los candidatos al diaconado y presbiterado manifestaron su deseo de ser ordenados y la voluntad de vivir su ministerio con humildad y el alma limpia para proclamar la fe según el Evangelio y la Tradición de la Iglesia.

Enrique Malvar realizó su promesa de obediencia como diácono, mientras que Enrique Alonso y Fernando Ramos pronunciaron sus compromisos sacerdotales, entre ellos el celibato y la obediencia a la Iglesia. En el momento de la letanía de los santos, los tres se postraron en señal de humildad y entrega total a Dios, mientras la asamblea oraba invocando la protección divina sobre sus futuros ministerios.

El momento central fue la imposición de manos. Sobre Enrique Malvar, el obispo impuso sus manos como signo de su ordenación diaconal. En el caso de Enrique Alonso y Fernando Ramos, además del obispo, todos los sacerdotes presentes realizaron este gesto, como signo de comunión y de transmisión del ministerio sacerdotal.

La oración de ordenación fue pronunciada solemnemente por el obispo, invocando al Espíritu Santo para cada uno según su grado. Enrique Malvar recibió el Libro de los Evangelios, símbolo de su misión de proclamar la Palabra de Dios. Por su parte, Enrique Alonso y Fernando Ramos fueron ungidos en las manos con el santo crisma, consagrándolas para bendecir, santificar y presidir los sacramentos, y recibieron el cáliz y la patena, signos de su misión eucarística.

Un camino de servicio y esperanza

La vida de la Iglesia que peregrina en Santiago se renovó con nuevas ordenaciones, recordando que el ministerio no es un derecho, sino un regalo para ser compartido con humildad. Es una llamada a ser pastores con entrañas de misericordia, capaces de acoger, sanar y acompañar a cada persona con ternura.

Así comienza un camino que no busca el propio brillo, sino la alegría de servir y consolar, de caminar ligero, sin cargas inútiles, llevando solo la esperanza que sana y la palabra que ilumina. Un camino de fidelidad, donde la verdadera alegría nace de vivir en la voluntad de Dios y ser reflejo de su amor en el mundo.

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