¿El Papa que paró la guerra?

Estamos muy cerca de una guerra, si nadie lo impide. ¿Nadie? Una figura ha emergido con fuerza. Es un ciclón, nos lo lleva demostrando desde que hace seis meses fue elegido para suceder a Benedicto XVI al frente de la Iglesia. Lo hemos visto ya como el Papa de los pobres, como el pontífice de las reformas, como el hombre de las sonrisas, de la cercanía, de la austeridad. Pero Francisco está poniendo toda la carne en el asador para que podamos decir, también, que es el Papa que paró la guerra.
Resulta curioso que el Papa de Roma deba enfrentarse, para ello, con todo un Premio Nobel de la Paz. Obama y Francisco son, probablemente, los dos únicos personajes -muerto Bin Laden y agonizante Mandela- auténticamente globales en este mundo cada vez más pequeño. Dos hombres con una responsabilidad tremenda, en cuyas manos está, posiblemente, el destino de decenas de miles de personas. Todas ellas inocentes, pues la muerte iguala a los de un bando, los del otro... y los del medio, los que pasaban por ahí.
Todavía estamos a tiempo para parar guerra. La que desde hace meses se está cobrando la vida de miles de personas, y la que puede venir. Y Francisco ha empeñado en ello todos sus barcos. No sólo con sus palabras en distintos Angelus, sus tuits o sus llamamientos, a través de los nuncios, al diálogo y el alto el fuego. También con iniciativas como la que este sábado pondrá a medio mundo, católico y musulmán, creyente e increyente, a orar por la paz. Y con acciones ejecutivas, como la de convocar a todo el cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede para urgir a los gobiernos de todo el mundo a buscar soluciones pacíficas.
Es difícil, es muy difícil parar esta guerra. Pero si alguien puede hacerlo, éste es Francisco. Capaz, incluso, de frenar el ímpetu de Barack Obama. Y, con todo, no bastaría con eso. No sólo hay que parar una intervención militar en Siria: hay que apostar por que cese el ruido de las armas y de la muerte. Es posible, pero para ellos resulta imprescindible que la comunidad internacional se muestre con una sola voz ante las tropelías del régimen de Assad y los excesos de los rebeldes, en mitad del avispero de Oriente Medio.
Una tarea titánica, casi un milagro... sin duda merecedora, ésta sí, de un Nobel de la Paz.