La "Última Cena" de Rouco ante Giordano Bruno

El 17 de febrero de 1600, Clemente VIII se cubrió de gloria y ordenó que lo quemaran vivo. Se cuenta que las últimas palabras de Bruno fueron: «Tembláis más vosotros al anunciar esta sentencia que yo al recibirla.». Afortunadamente, hoy Campo di Fiore es uno de los rincones más mágicos de la Ciudad Eterna, y precisamente este viernes, su mercado de flores vivirá uno de sus días más especiales, con la venta masiva de mimosas con motivo del Día de la Mujer Trabajadora.
Anoche, ante la mirada fría, dura y convencida de Giordano Bruno, estaba el cardenal de Madrid, Antonio María Rouco Varela. Junto al ventanal de La Carbonara (donde se puede ver un cartel que afirma que, antes de ser elegido Papa, Wojtyla cenó allí), dando cuenta de un buen plato de pasta y una cerveza (el agua se llamaba "El Pelegrino") y rodeado de sus colaboradores.
"Le prometo que yo vengo aquí a cenar", fue mi respuesta ante su mirada visiblemente sorprendida. Tras el "susto" inicial, el cardenal de Madrid, muy amable y con gesto cansado (estos días en Roma deben resultar agotadores para un hombre de 78 años con la responsabilidad de elegir al nuevo Papa), me saludó y presentó a sus colaboradores (muchos ya nos conocíamos, no descubro nada) y, antes de marcharse, se dirigió a la mesa donde me encontraba junto a los escritores Eric Fratini y Luis Miguel Rocha, Vicente Poveda (DPA) y compañeros de la televisión portuguesa. No quiso hablar del Cónclave, pero sí nos deseó suerte. Él también la va a necesitar.
A la salida del restaurante, nos hicimos las clásicas fotos frente a la estatua de Giordano Bruno. El "hereje" mártir del librepensamiento y las ideas científicas modernas, el paradigma del eterno encontronazo entre razón y fe. Un ejemplo de la lucha por los ideales, desde la fe y la vocación de servicio, aunque te cueste la propia vida. Y es que, hace apenas cuatrocientos años, todavía quemaban en la plaza pública a los que pensaban de manera contraria al poder establecido. Aunque tuvieran razón. Las cosas no han cambiado tanto.
Y alí, junto al rostro impenetrable del dominico hecho cenizas por la ignominia de un Papa, no pude evitar pensar que tal vez éste fuera uno de los santuarios más evidentes que todo aspirante a Papa debería visitar antes de hacerlo. Cuentan que ya lo hizo Juan Pablo II la noche antes de entrar en Cónclave. Ayer, cuando se espera que hoy tengamos fecha de entrada a la Sixtina, Rouco también apareció. Ojalá que, contemplando el ejemplo del mártir ajusticiado, muchos aprendan que la hoguera sólo sirve para quemar los cuerpos, pero no las ideas. Y que el auténtico fuego debe venir del Espíritu. Ése mismo que acompañó en su investigación a Giordano Bruno y que, esperemos, haga lo propio con los cardenales (también con Rouco), cuando se unan en Cónclave.