Fidelidad al tesoro que custodia la Iglesia

En el evangelio de este miércoles (Mateo 5,17-19) escuchamos cómo Jesús afirma que no tiene interés en presentar un camino radicalmente diferente al revelado hasta ahora sino a darle cumplimiento, plenitud, sentido. El discurso de Jesús no es incendiario ni tiene interés en revanchismos humanos ni en darle “la vuelta a la tortilla” a las cosas. El mensaje de Jesús es fiel a la revelación de Dios a lo largo de la historia del pueblo de Israel y precisamente hace hincapié en volver a esa fidelidad que el pueblo (sobre todo sus dirigentes religiosos y políticos) había perdido.
Con razón en la primera lectura (Deuteronomio 4,1.5-9) escuchábamos a Moisés advirtiendo a su pueblo: “guárdate muy bien de olvidar los sucesos que vieron tus ojos, que no se aparten de tu memoria mientras vivas; cuéntaselos a tus hijos y nietos”. El mensaje de Jesús quiere recuperar esa historia personal y social del pueblo que no olvida todo el bien que ha recibido de Dios y que desea permanecerle fiel.
En nuestros días puede estar ocurriéndonos algo parecido. Siempre tenemos el riesgo de conformar nuestra fe a una ideología mundana o a una religiosidad más cultural o social que vivencial y eclesial. ¡Es un grave peligro y tentación!
A nosotros, discípulos del siglo XXI no se nos pide que inventemos una religión a la carta según los cánones que van imponiéndose en la sociedad. Nuestro cometido es permanecer fieles al tesoro recibido. La Iglesia custodia fielmente en el paso del tiempo la revelación recibida y la tradición que la enriquece. Esto no significa que haya que encerrarse en formas del pasado ni que haya que adaptarse a las formas del presente. La fidelidad no está en las formas sino en el fondo, en el mensaje, en el tesoro que la Iglesia custodia celosamente a lo largo de los siglos. Las formas sí pueden, e incluso en algunos asuntos, deben adaptarse a los tiempos pero sin caer en la trampa de traicionar, desfigurar o adulterar la Verdad que custodiamos y transmitimos para la salvación de la humanidad.
Parafraseando de nuevo a Moisés en la primera lectura, pidamos al Señor que sepamos “poner por obra la Palabra de Dios recibida y que ella sea nuestra sabiduría nuestra inteligencia a los ojos de los pueblos que, cuando tengan noticia digan: cierto que esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente”
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