Urgen profetas de la misericordia

En la Palabra de Dios de este lunes de la tercera semana de cuaresma nos encontramos con Jesús en la sinagoga de Nazaret, su pueblo. Tras proclamar el texto mesiánico de Isaías 61: “El Espíritu del Señor está sobre mí…” y afirma que Hoy se cumplía en Él esta profecía empiezan las murmuraciones de los presentes. Sus miradas son demasiado mundanas, no ven más allá de lo que ven sus ojos: ¿No es este el hijo de José?
Y entonces Jesús dice las palabras que hemos proclamado hoy en el evangelio. Jesús no habla con medias tintas ni tiene interés en complacer el oído sino en hablar la verdad y expresarla con claridad. Por eso menciona un episodio de la historia de Israel: la curación de Naamán el sirio, enfermo de lepra y curado por mediación del profeta Eliseo. Lo que hemos escuchado en la primera lectura de 2 Reyes 1, 15.
Las palabras de Jesús ofenden la sensibilidad de aquellos hombres cortos de miras, orgullosos y demasiado imbuidos de ego y nacionalismo. ¿Cómo puede poner como ejemplos del agrado de Dios a un sirio y a una viuda de Sidón? Y por eso su mente embotada y su corazón se llenan de ira y quieren despeñarlo.
Los profetas son incómodos, molestan, desestabilizan a las mentes y corazones instalados en prejuicios e ideologías mundanas. Jesús anuncia que Dios no es posesión de nadie, todo lo contrario, Dios es el padre de todos, sea quien sea… eso sí, deja la entera libertad del hombre para aceptarle o rechazarle. Jesús no violenta a aquellos paisanos suyos incapaces de mirar con claridad lo que se les revelaba ante sus ojos, Jesús no condena su ira… simplemente se abrió paso entre ellos y se alejó.
¿Y nosotros? ¿En qué parte de la historia estamos? ¿Somos capaces de descubrir la presencia de un Dios que se revela y se hace presente en medio de nosotros o estamos demasiado domesticados por ideologías y prejuicios que nos hacen incapaces de maravillarnos y descubrir esa presencia?
Volver arriba