"Te doy lo que tengo: ¡echa a andar!"
En la primera lectura de este miércoles de la octava de pascua nos encontramos con uno de los pasajes más hermosos del libro de los Hechos, Pedro y Juan, los mismos que el pasado domingo de pascua escuchábamos en el evangelio habían ido corriendo a ver el sepulcro vacío, de nuevo juntos subían al templo a orar. Se encuentran con un lisiado de nacimiento pidiendo a la puerta. Quizás en otro momento de su vida habrían pasado de largo, habrían puesto cualquier excusa para no darle nada o se habrían hecho los despistados mirando para otro lado… pero después de la experiencia de la pascua su mirada es diferente. No busca escabullir el bulto ahora han descubierto la presencia del resucitado en los más débiles… probablemente recordando las mismas palabras de Jesús cuando decía: lo que hagáis a uno de estos más pequeños a mi me lo hacéis.
Se paran ante aquel hombre, fijan en él su mirada, no pasan de largo. Y es cuando se sucede aquel extraordinario milagro cuando Pedro, firme, sereno, convencido le dice: “No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo nazareno, echa a andar”.
En este pasaje encontramos todos los elementos centrales en la vida de un discípulo de Jesús, el ADN de la Iglesia: Oración, contemplación y acción.
Subían al templo a orar. “Donde dos o más estén reunidos en mi nombre ahí estoy yo en medio de ellos”, la Iglesia que es convocada por su Señor a orar, a celebrar su fe, a escuchar su Palabra.
Pedro y Juan se quedaron mirando a quien les pedía limosna. “Lo que hagáis a uno de estos pequeños a mi me lo hacéis”. Una contemplación que no se queda en las nubes ni buenas ideas sino que empuja a la acción, al encuentro, a la solidaridad porque descubre en el otro al mismo Señor.
Te doy lo que tengo: echa a andar. “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y os será hecho.” Desde la comunión del encuentro personal con el Señor, desde la meditación asidua de su Palabra, desde el alimento cotidiano del Señor somos capaces de mantener el vínculo, la comunión con Él y podemos actuar intercediendo por los demás.
Si prefieres escucharlo: https://soundcloud.com/juan-molina-873335843/reflexi-n-desde-la-lectura-de
Se paran ante aquel hombre, fijan en él su mirada, no pasan de largo. Y es cuando se sucede aquel extraordinario milagro cuando Pedro, firme, sereno, convencido le dice: “No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo nazareno, echa a andar”.
En este pasaje encontramos todos los elementos centrales en la vida de un discípulo de Jesús, el ADN de la Iglesia: Oración, contemplación y acción.
Subían al templo a orar. “Donde dos o más estén reunidos en mi nombre ahí estoy yo en medio de ellos”, la Iglesia que es convocada por su Señor a orar, a celebrar su fe, a escuchar su Palabra.
Pedro y Juan se quedaron mirando a quien les pedía limosna. “Lo que hagáis a uno de estos pequeños a mi me lo hacéis”. Una contemplación que no se queda en las nubes ni buenas ideas sino que empuja a la acción, al encuentro, a la solidaridad porque descubre en el otro al mismo Señor.
Te doy lo que tengo: echa a andar. “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y os será hecho.” Desde la comunión del encuentro personal con el Señor, desde la meditación asidua de su Palabra, desde el alimento cotidiano del Señor somos capaces de mantener el vínculo, la comunión con Él y podemos actuar intercediendo por los demás.
Si prefieres escucharlo: https://soundcloud.com/juan-molina-873335843/reflexi-n-desde-la-lectura-de