"matemos al que sueña"
“Ahí viene el de los sueños. Vamos a matarlo y a echarlo en un aljibe; luego diremos que una fiera lo ha devorado; veremos en qué paran sus sueños”
Con estas palabras expresan los hermanos de José su envidia y sus celos ante su hermano pequeño, dotado con el don de soñar visiones y estimado de su padre Israel. Y así lo recordará el salmo 104 que narra en algunos de sus versículos la vida de José, vendido por sus hermanos como esclavo.
La desgracia de José es compartida a lo largo de los siglos por miles de hermanos y hermanas nuestros que han sufrido el abandono, la compraventa de seres humanos, el desprecio, el abuso, la envidia y los celos de otros. Es la historia de buena parte de la humanidad que, por desgracia, sigue siendo hoy mercancía para otros que se lucran explotando y despreciando sus vidas. Algo profundamente lamentable y cruel de lo que no podemos sentirnos ajenos ni indiferentes.
En la Escritura que proclamamos en la eucaristía de hoy la vida de José enlaza con el ejemplo de la parábola que narra Mateo. El propietario de una viña confía su propiedad a unos labradores que lejos de vivir con honestidad su trabajo no quieren dar los frutos de la viña a su propietario. E incluso, sistemáticamente apalean y asesinan a los distintos criados que envía el dueño de la viña para negociar. La paciencia del dueño se agota cuando ni su hijo es respetado como interlocutor y muere a manos de aquellos despiadados labradores. El dueño/Señor es Dios. La viña es la nación de Israel. Los labradores son el pueblo de Israel y sus líderes religiosos. Los siervos son los profetas. El hijo es Jesús. La gente a la que Jesús les está hablando reconocen la imagen de la viña por el pasaje de Isaías 5:1-2 en que el dueño plantó una viña, construyó una torre, y un lagar.
Aquella viña sigue siendo la nuestra, nuestra realidad, nuestro mundo. ¿Cuál es la relación que tenemos con el dueño de esta viña? Muchos lo ignoran, otros le ofenden o desprecian, otros le eliminan de la realidad y algunos otros reconocen su autoridad y le sirven y le aman. ¿Dónde estamos nosotros?¿Qué lugar ocupamos en la viña?¿Sabemos respetar, cuidar y alentar la viña en la que vivimos? ¿Somos ese pueblo del que el Señor dice: “se dará a un pueblo que produzca sus frutos”?
Y la gran pregunta que deberíamos hacernos siempre es: ¿Cristo ocupa el lugar de la piedra angular de mi historia, de mi vida?¿Es el eje sobre el que pivota todo lo demás?
Con estas palabras expresan los hermanos de José su envidia y sus celos ante su hermano pequeño, dotado con el don de soñar visiones y estimado de su padre Israel. Y así lo recordará el salmo 104 que narra en algunos de sus versículos la vida de José, vendido por sus hermanos como esclavo.
La desgracia de José es compartida a lo largo de los siglos por miles de hermanos y hermanas nuestros que han sufrido el abandono, la compraventa de seres humanos, el desprecio, el abuso, la envidia y los celos de otros. Es la historia de buena parte de la humanidad que, por desgracia, sigue siendo hoy mercancía para otros que se lucran explotando y despreciando sus vidas. Algo profundamente lamentable y cruel de lo que no podemos sentirnos ajenos ni indiferentes.
En la Escritura que proclamamos en la eucaristía de hoy la vida de José enlaza con el ejemplo de la parábola que narra Mateo. El propietario de una viña confía su propiedad a unos labradores que lejos de vivir con honestidad su trabajo no quieren dar los frutos de la viña a su propietario. E incluso, sistemáticamente apalean y asesinan a los distintos criados que envía el dueño de la viña para negociar. La paciencia del dueño se agota cuando ni su hijo es respetado como interlocutor y muere a manos de aquellos despiadados labradores. El dueño/Señor es Dios. La viña es la nación de Israel. Los labradores son el pueblo de Israel y sus líderes religiosos. Los siervos son los profetas. El hijo es Jesús. La gente a la que Jesús les está hablando reconocen la imagen de la viña por el pasaje de Isaías 5:1-2 en que el dueño plantó una viña, construyó una torre, y un lagar.
Aquella viña sigue siendo la nuestra, nuestra realidad, nuestro mundo. ¿Cuál es la relación que tenemos con el dueño de esta viña? Muchos lo ignoran, otros le ofenden o desprecian, otros le eliminan de la realidad y algunos otros reconocen su autoridad y le sirven y le aman. ¿Dónde estamos nosotros?¿Qué lugar ocupamos en la viña?¿Sabemos respetar, cuidar y alentar la viña en la que vivimos? ¿Somos ese pueblo del que el Señor dice: “se dará a un pueblo que produzca sus frutos”?
Y la gran pregunta que deberíamos hacernos siempre es: ¿Cristo ocupa el lugar de la piedra angular de mi historia, de mi vida?¿Es el eje sobre el que pivota todo lo demás?