Conversar en el camino

Reflexiones y propuestas de Pedro Zabala, para esta semana de la unidad de las Iglesia, que podría titularse "conversación entre las iglesias". Gracias, Pedro, por tu apertura al diálogo.

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CONTINUAR EL CAMINO (Pedro Zabala)

Muchos han comparado la vida con un camino. Hay etapas fáciles, donde se va llaneando, otras en que la senda va cuesta abajo y hay que tener cuidado con que la velocidad no nos precipite a una caída y otras en que parece que tenemos que subir cuestas empinadas, en las que nos falta el aliento. Y no faltan las piedras en las que tropezamos. Lo importante es cómo nos lo contamos, el relato que hacemos de esas peripecias.

He leído una entrevista al jesuíta Xavier Melloni. Como, de costumbre, he reflexionado sobre lo que dice y a lo que apunta. Hay que vivir la existencia con los ojos bien abiertos, intentando que prejuicios, deseos y temores no nos impidan captar la realidad cambiante a la que nos enfrentamos cada día.

Un peligro grave es vivir encerrados en una nostalgia del pasado, al que añoramos si lo consideramos luminoso o que nos abruma si nos carga como una mochila llena de piedras. El complejo de culpa asfixiante es un caso patológico de esa mochila que frena o dificulta nuestro avance. 

Pero sí necesitamos una nostalgia del futuro. Un deseo de un  porvenir donde los humanos vivamos como hermanos en paz y justicia. ¿No es eso lo que llamamos utopía capaz de dotar de sentido a una existencia digna de ser vivida?

Claro que el futuro no puede construirse a ciegas. Necesitamos una memoria del pasado, individual y colectiva.  No partimos de cero. Somos hijos de nuestra biografía, personal y grupal. Herederos de quienes nos precedieron con su carga de aciertos y errores. Sobre sus hombros podemos ir dando los pasos necesarios en ese caminar siempre abierto hacia la luz o las tinieblas, hacia el horizonte que nos sirve de brújula o hacia otras caídas y extravíos.

El camino de la gratuidad tiene tanto de denuncia de las injusticias como de vivencia de un Mensaje de dación generosa. No es de extrañar que resulte molesto para los beneficiarios del sistema y para quienes malviven a su sombra aspirando a sus migajas individiualistas. Y que esa molestia se convierta en menosprecio y persecución solo depende de las circunstancias. Hubo hace siglos una voz autorizada que llamó bienaventurados a quienes fueran perseguidos por ello. 

No podemos continuar ese camino de esperanza sin un diálogo profundo con creyentes de otras religiones y con  todas las personas de buena voluntad.

Para ser fructífero ha de ser sincero y no impositivo. No ocultar nuestras convicciones y aceptar de buen grado las de los otros. Dejarnos iluminar por la luz que los demás también portan y ofrecer humildemente  la nuestra. ¿No nos aguarda una tarea común: reconocer la dignidad inalienable de tantas personas excluidas en todo el planeta? ¿No debemos ser la voz de tantos condenados a la mudez?

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