Extranjeros, huérfanos y viudas: Portadores del Reino, primera jerarquía de la Iglesia

En la ponencia que hoy presento en la Facultad de Teología de los P. Franciscanos de Murcia, en un curso diocesano, sobre Inmigración y Acogida voy a centrarme en la aportación de huérfanos-viudas-extranjeros como portadores del Reino de Dios, es decir, de la nueva humanidad. El tema se centra en seis proposiciones:

1. Extranjeros, huérfanos y viudas son los representantes de la humanidad que no cuenta, es decir, de aquellos que están fuera de todo sistema de poder, por carencia de derechos y valores estatales (extranjeros), familiares (huérfanos) y sociales (viudas), Ellos son como los "hebreos perseguidos" en Egipto, a los que Dios quiso hacer agentes de liberación sobre la tierra.

3- Ellos son objeto de las tres opresiones más significativas de la historia humana, según el Antiguo Testamento, vinculados por su falta de los derechos, como he citado en el número anterior. Todas las opresiones del mundo se condensan en estas tres: niños abandonados (sin familia que les proteja), mujeres maltratadas y de los emigrantes sin derechos.

4. Una serie de textos bíblicos, que están en el centro del libro del Éxodo y del Deuteronomio exigen, por encima de toda otra ley, la protección y derechos de estos tres tipos de personas. Esos textos representan el principio de toda la Ley israelita, que se funda precisamente aquí. El "derecho de Israel" no se expresa en la exigencia de dar a cada uno lo suyo (manteniendo el (des-)orden establecido), sino en la exigencia de ofrecer palabra y ayuda a los rechazados de la vida social, a fin de que ellos puedan vivir en libertad.



5. Estos tres colectivos no han de ser sólo objeto de una protección especial, sino que pueden y deben asumir ellos mismos una función activa en la transformación de la sociedad.En esa línea se puede y debe afirmar que sólo ellos, los "oprimidos universales" pueden iniciar un camino de liberación abierto a todos los hombres y mujeres.

6. Desde una perspectiva cristiana, retomando y aplicando el argumento formulado en este campo por E. Lévinas, podemos y debemos añadir que estos tres tipos de personas son, en línea de evangelio, los adelantados y portadores del Reino de Dios, es decir, de la Nueva Humanidad. Ellos son la primera "jerarquía" de la Iglesia.

Así lo prueban las reflexiones que siguen, que vinculan a los emigrantes/extranjeros con los huérfanos y viudas con los que en el fondo se identifican.


1. HUERFANOS, VIUDAS, EXTRANJEROS.


La legislación del libro del Exodo y del Deuteronomio vincula a los extranjeros con los huérfanos y viudas, es decir, con la población marginada del mismo pueblo de Israel, en la línea del pacto que acabo de plantear (postular) entre los israelitas emigrantes y los segmentos pobres de la población de Canaán, en el establecimiento de la identidad israelita.

Éste es un motivo central del Antiguo Testamento, y son muchos los exegetas que piensan que es el centro de toda la Biblia, que presenta a los huérfanos-viudas-extranjeros como portadores de la Salvación de Dios, primera jerarquía de la Iglesia.

‒ Viuda (‘almanah) es una mujer sin riqueza económica o protección social, porque su marido ha muerto o porque ha sido abandonada y queda sola, sin padres, hermanos o parientes que puedan mantenerla. En aquel contexto patriarcalista y violento, una mujer no podía sola, pues la unidad fundante y el espacio base de existencia era la “casa” (familia) y fuera de ella una mujer se hacía prostituta o vagaba sin sentido por la tierra. Desde ese fondo se entiende la institución del levirato (Dt 25,5-10): el hermano o pariente más cercano del marido muerto ha de casarse con la viuda, no sólo para asegurar la descendencia del difunto sino para protegerle (darle casa) a ella (cf. Gen 38; Rut 4).

Bajo ese término de viudas podemos y debemos entender a todas las mujeres que carecen de familia o de protección social, de tal manera que están a merced de los poderes dominantes, y en especial de aquellos que organizan y dirigen la “trata de mujeres”). Ellas forman una parte considerable de los rechazados del sistema, que sigue marcado por la violencia de género y la manipulación sexual. Hay en el mundo millones de mujeres sometidas a un durísimo comercio o trata. Esas mujeres carecen de auténtica libertad, y están a merced de aquellos que las utilizan. Estrictamente, su misma forma de vivir constituye ya una cárcel.

‒ Huérfano (yatom) menor o persona sin familia donde crecer, es decir, sin protección jurídica, sin espacio de vida social y sin capacidad de desarrollo económico. Por eso está a merced de lo que hagan con él sus vecinos, pues no puede mantenerse por sí mismo. La tradición israelita ha vinculado a huérfanos y viudas, situándoles sobre un mismo campo de necesidades y haciéndoles objeto de cuidado especial por parte del resto de la sociedad (cf. Is 1,23; Jr 49,1; Job 22,9; 24,3; Lam 5,3); por eso dice que Yahvé es Padre de huérfanos, Juez de viudas (Sal 68,6), a quienes toma bajo su protección.

Entendidos, los huérfanos (niños y jóvenes sin arraigo familiar, sin protección jurídica y social estricta) se parecen mucho a las “viudas” bíblicas, es decir, a las mujeres que carecen de verdadera autonomía, con el agravante de que son “menores” y pueden ser destruidos como personas, no sólo al servicio de la “trata sexual”, sino de otros tipos de opresión: niños de la calle, niños de la guerra, niños obligados a trabajos de opresión, sin verdadera escuela, sin educación estricta, sin posibilidades de realizarse como personas de una forma digna, afectiva y socialmente madura. Estos huérfanos de las antiguas y nuevas sociedades, son los candidatos más idóneos para la explotación, la delincuencia y la cárcel, especialmente en países donde existe una fuerte descomposición de las tramas familiares y sociales.

‒ Extranjeros o gerim son aquellos que residen (gur) en la tierra israelita, pero que no están integrados en de la institución económica, social y sagrada de las tribus, pues no forman parte de la estructura humana, cultural y religiosa del pueblo de la alianza. No son extranjeros legales en sentido estricto (zar o nokri) pues esos extranjeros conservan el derecho del país del que provienen con sus estructuras sociales, familiares, religiosas, de manera que, aunque vivan temporalmente en la tierra de Israel, mantiene su propia referencia jurídica y nacional, siendo por tanto defendidos por sus países de origen. Por el contrario, estos extranjeros o gerim están en la tierra de Israel, pero sin pertenecer a la estructura jurídica de Israel, y sin tener la protección de sus países de origen.

Por eso se dice que estos gerim/extranjeros “peregrinan”, pues no tienen tierra propia, ni defensa jurídica, pudiendo ser expulsados o maltratados, incluso asesinados, sin que nadie les defienda. En esta línea he recordado a los patriarcas de Israel, que peregrinaban por la tierra de Palestina, sin derechos propios, y a los emigrantes de Egipto… y a los hebreos que entraron en la tierra prometida. Ellos constituyen una categoría especial de personas y su integración o rechazo en la estructura socio-religiosa de Israel constituye uno de los temas básicos de la historia bíblica, desde la entrada de los hebreos en Palestina hasta la culminación del proceso formativo del pueblo, tal como se narra en los libros de Esdras y Nehemías. Pues bien, la ley básica de Israel establece en su base, como principio de toda su legislación, la norma más alta de acoger, proteger a huérfanos, viudas y extranjeros.

Ciertamente, en un contexto, huérfanos‒viudas‒extranjeros aparecen como un tipo de “población pasiva”, a merced de los “buenos propietarios” de la nación israelita, limitándose a recibir, como por caridad, unas migajas de ayuda de la sociedad establecida. Pero en otra línea, desde la perspectiva anterior (de los hebreos oprimidos en Egipto y de la temática del éxodo) podemos y debemos decir que ellos pueden y deben convertirse en el contexto del Antiguo Testamento en depositarios de un pacto superior de humanidad, y en portadores de una revolución más alta del pueblo, de una nueva salida de Egipto.

2. Legislación básica.

En esa línea, los textos que siguen y vinculan a las viudas con los huérfanos y a los extranjeros, como depositarios de la protección de Dios pueden y deben entenderse como principio de una liberación más alta, de un pacto superior de libertad, como indicaré tras presentar en esquema los textos fundamentales:

‒ Dodecálogo (=Doce leyes) de Siquem (Dt 27, 15-26). Parece el código más antiguo de la tradición israelita y comienza maldiciendo a los que “fabrican ídolos”, porque destruye la identidad de Dios. En ese contexto añade: «¡Maldito quien defraude en su derecho al extranjero, huérfano y viuda! Y todo el pueblo responda: ¡amén, así sea!» (Dt 27, 19). Esta maldición supone que aquellos que se acercan a Dios y quieren establecer un pacto con él deben comprometerse a respetar el derecho de huérfanos-viudas-forasteros, que aparecen así como "familiares de Dios", sus protegidos.

‒ El Código de la Alianza (Ex 20, 22-23, 19) forma también parte de un texto legal muy antiguo, que incluye diversas normas de tipo social, criminal, económico y litúrgico. Entre ellas está: «No oprimirás ni vejarás al extranjero, porque extranjero fuiste en Egipto... No explotarás a la viuda y al huérfano... » (Ex 22, 20-21). La ley que exige la ayuda al extranjero queda así avalada por el recuerdo más sagrado de la historia de los israelitas, pues también ellos fueron extranjeros en Egipto. El paralelismo literario que este pasaje ha trazado entre los dos “artículos” supone que los extranjeros (no israelitas) quedan asociados con los huérfanos y viudas de Israel (o de otros pueblos), es decir, con aquellos que carecen de protección legal (social).

‒ 3. Dt I: solidaridad en la fiesta. El su cuerpo central (Dt 12-26) recoge y sistematiza hacia el siglo VII a. de C., una ley sobre las fiestas: «Celebrarás (la fiesta de los Tabernáculos) ante Yahvé, tu Dios, tú y tus hijos y tus hijas, y tu esclavo y tu esclava… y el extranjero, huérfano y viuda que viva entre los tuyos» (Dt 16,11-12). Ésta es la Fiesta de Acción de Gracias, que los israelitas más afortunados celebran tras la recolección, en el otoño, dando gracias a Dios por la cosecha y la abundancia de la vida. Allí donde los pobres y extranjeros no quedan invitados a ella no se puede hablar de justicia de Dios.

4. Dt II: solidaridad alimenticia. Para que pueda celebrarse la fiesta compartida, es necesario un gesto de solidaridad económica. «Cuando siegues la mies de tu campo... cuando varees tu olivar… cuando vendimies tu viña no recojas la gavilla olvidada… no rebusques los racimos… déjaselos al extranjero, al huérfano y a la viuda; recuerda que fuiste esclavo en Egipto (Dt 24,17-22). De pan, vino y aceite vive el hombre; por eso es necesario que quienes tengan esos bienes los compartan con los pobres, expresando así la generosidad del Dios con todos.

5. Dt III: ampliación espiritual amor al extranjero. En este contexto, recreando un tema que aparece de otra forma en Lev 19 (donde se dice amarás al prójimo, es decir, al israelita), nuestro texto exige amar a los extranjeros: « Yahvé, vuestro Dios... es Dios grande, poderoso y terrible, no tiene acepción de personas, ni acepta soborno, hace justicia al huérfano y a la viuda y ama al extranjero para darle pan y vestido. Por eso, amaréis al extranjero, porque extranjeros fuisteis en el país de Egipto» (Dt 10, 17-19). La tradición posterior ha destacado la exigencia de “amar al prójimo” o cercano de Lev 19. Pero esta exigencia de amar (de recibir en el espacio de vida y familia, de clan y de grupo religioso) a los emigrantes, huérfanos y viudas nos sitúa en un nivel más alto de justicia y solidaridad.

Éste último pasaje afirma que Dios ama a los extranjeros, es decir, a los hombres y mujeres que no forman parte del pueblo elegido (Dt 10,18), ni tienen una patria o un hogar donde vivir protegidos. Pues bien, los israelitas deberán amar (proteger, ayudar) precisamente a éstos. Esta exigencia de amar (es decir, de recibir en el espacio de vida y familia, de clan y de grupo religioso) a los extranjeros huérfanos y viudas, constituye una de las normas superiores y más significativas de la tradición israelita y de la humanidad.

Esa norma exige amar (proteger) al extranjero, superando así toda moral de grupo, en línea política, militar o religiosas. No se dice aquí que ese extranjero deba hacerse israelita de ley o religión, sino sólo que está necesitado, y que ha de ser acogido precisamente porque es un ser humano.

La tradición posterior del NT (Mc 12, 28-34), ha vinculado amor a Dios y amor al prójimo (Dt 6,5 y Lev 19,18), de una manera hermosa pero quizá un poco estrecha, en el caso de que la palabra de fondo (rea’) se entienda en sentido restringido, de miembro del propio pueblo. En una línea más radical, la tradición de los sinópticos podría haber unido los dos textos centrales del Deuteronomio: Dt: 6,5 (amor de Dios) y Dt 10,19 (amor al ger o forastero), mostrando así la relación profunda que existe entre la fe en Dios y la ayuda a los más necesitados como tales, sean o no israelitas .
Éste es uno de los testimonios religiosos y sociales más “elevados” de la cultura humana. El Dios infinito (más allá del sistema), que se revela precisamente en los expulsados (huérfanos-viudas-forasteros), que son sus representantes en la tierra. Siguiendo en esa línea se puede elaborar una visión distinta de la mujer (y de los expulsados y necesitados de la sociedad).


3. Extranjeros, huérfanos y viudas portadores la gran transformación.


Una vez que hemos llegado aquí podemos y debemos invertir el tema, en la línea del éxodo, diciendo que son precisamente los extranjeros (con los huérfanos y viudas) los que pueden y deben asumir la iniciativa para transformar (liberar) al pueblo. Sin duda, en un sentido, son los “buenos” israelitas, es decir, los representantes de la sociedad establecida los que deben “acoger” a huérfanos, viudas y extranjeros; pero en otro sentido mucho más profundo son los huérfanos‒viudas‒extranjeros los únicos que pueden salvar‒liberar esta humanidad, porque son ellos, los que están fuera del “todo del poder” (expulsados, derechos) los que pueden rescatarlo de la perdición.

Así lo indicó de un modo clásico E. Levinas, uno de los grandes maestros del pensamiento judíos del siglo XX, distinguiendo entre un modelo de totalidad que diviniza el poder del sistema (cosmos, estado, capital e incluso religión establecida) y un modelo de infinito en el que Dios rompe o supera todas las posibles totalidades e ídolos para ponerse al servicio de los pobres, de forma que ellos (sólo ellos), expulsados del sistema pueden abrir un camino de humanidad verdadera.

Los representantes de la totalidad divinizada (idolátrica) son aquellos que interpretan a Dios como verdad del sistema y en aras de ese sistema, sobre el altar de la seguridad sagrada (política, económica, religiosa), pueden sacrificar y sacrifican a los pobres. Conforme a la visión de E. Levinas, el pensamiento, política y economía de occidente ha seguido y sigue ese camino de idolatría asesina, expulsando a los pobres en aras de un Dios Mammón absolutizado.

En esa línea, el pensamiento y la política/economía de occidente (del imperio, del capitalismo) ha puesto a Dios al servicio de su propio sistema, identificando su verdad con la totalidad (es decir, con el orden del sistema). Pues bien, en contra de ese modelo, los profetas (y la legislación sobre huérfanos‒viudas‒extranjeros del Éxodo y del Deuteronomio) han puesto en el centro de Dios (y de los hombres) a los pobres (huérfanos, viudas, extranjeros), es decir, a los expulsados del sistema. Asumo aquí la lectura bíblica de E. Levinas, aunque pienso que él no ha dado el último paso. Ciertamente, es bueno lo que él dice:

‒ Los pobres (huérfanos, viudas, extranjeros) no pueden exigir nada en línea de imposición social, pues en ese plano triunfa siempre el sistema, expulsando a los que no responden a su modelo de vida. Los pobres no pueden imponer nada, pero ellos señalan una presencia superior: ofrecen con su rostro necesitado una huella y camino que conduce a Dios. No hay ninguna razón social para ayudarles, pues el sistema funciona mejor echándoles al margen. Pero hay una experiencia teológica más honda: la justicia de Dios. Quien sepa que el pobre tiene valor definitivo, quien sienta y muestre que el pobre ha de ser acogido y ayudado cree en Dios, porque sólo desde Dios (el infinito que rompe las totalidades opresoras) puede afirmarse el valor definitivo de ese pobre.

‒ Los pobres revelan el misterio de un Dios que les sostiene con su gracia poderosa. Esta es la palabra que está en el fondo de Is 1 y Jer 7, la experiencia a la que apelan los textos citados de Ex 22,20-23; Dt 16,11-12; 24,17-22 y 10,12-21. Fueron signo de Dios en el principio los hebreos oprimidos en Egipto; signo y sacramento de Dios son para siempre los huérfanos‒viudas‒extranjeros de cualquier lugar del mundo. Esto significa que la historia del éxodo es nuestra historia: Dios se manifiesta en los pobres de nuestro entorno, en aquellos que la sociedad tiende a expulsar siempre de nuevo. Se revela Dios y allí debemos encontrarle, abriendo un camino de liberación social.

4. Huérfanos, viudas y extranjeros, portadores de liberación.

Ellos no son simplemente receptores pasivos de una ayuda que se les ha de ofrecer, sino que, conforme a la dinámica de todo lo anterior, ellos pueden y deben convertirse en principios activos de liberación, en la línea del axioma central del evangelio (la Palabra de Dios se ha hecho carne”, Jn 1, 14), conforme al cual la carne es principio de liberación.

Huérfanos‒viudas‒extranjeros aparecen así como “carne de Dios”, de forma que, en sentido radical, ellos pueden y deben presentarse no sólo con signo pasivo de Dios, sino como “ministros activos” de la liberación. Sigue siendo esencial el mandato de acoger a los huerfanos‒viudas‒extranjeros, pero en un segundo momento (al mismo tiempo) ese mandato se transforma en gesto activo de liberación: Ellos, huérfanos‒viudas‒extranjeros, unidos entre sí por su misma condición de “expulsados” vienen a convertirse por Jesús (el expulsado: cf. Flp 2, 6‒11) en portadores de salvación, pues son los únicos limpios de pecado, precisamente por no estar contaminados con este mundo malo de opresión: como dice en forma en forma de postulado teológico la carta de Santiago, que sólo cita a huérfanos y viudas, aunque es evidente que recoge el tema de los extranjeros (cf. Sant 1, 27). De esa forma van unidos:

‒ En la legislación israelita, las mujeres no tienen identidad jurídica, de forma que reciben la de sus padres, esposos, hermanos o hijos. En ese sentido, una viuda total (sin padre, esposo, hijo o hermanos) es una extranjera en su misma patria, en el sentido más hondo del término, a merced de cualquiera que pueda utilizarlas. Pues bien, bajo el nombre y tema de “viudas” podemos incluir a todas las mujeres marginadas, utilizadas, explotadas, en una línea económica, familiar, sexual e incluso religiosa. No se trata de la mujer sin más (pues hay mujeres muy empoderadas), sino de las mujeres en riesgo de opresión y marginación.

‒ En un sentido profundo, los huérfanos son como las viudas: Carecen de familia, no tienen una “casa” (un grupo social) que les ofrezca identidad y derecho a la vida, siendo así extranjeros en su propia patria, a merced de cualquiera que se aproveche de ellos. No se trata de huérfanos de familias ricas, en sentido particular, sino de todos los niños en riesgo de marginación, maltrato y trata de tipo social, laboral, sexual o cultural.
‒ Finalmente, los extranjeros son como huérfanos‒viudas permanentes, carecen de grupo social, sea en su propia tierra (si no forman parte de la nación israelita), sea fuera de ella. Ellos son, según eso, los testigos privilegiados de una humanidad sin derechos, sin identidad social. Esta vinculación de los extranjeros con los huérfanos y viudas constituye un elemento central de la teología del Antiguo Testamento.

Pues bien, estos son los verdaderos “hebreos”, expulsados del todo social, sin posibilidad de apelar a sus derechos, como si no existieran. Pues bien, conforme a la dinámica del Éxodo (de todo el Antiguo Testamento), estos tres segmentos de la población pueden unirse desde su condición de expulsados sociales y humanos, para iniciar un camino de humanización verdadera.
Estos tres grupos pueden y deben ser los depositarios de la “revolución del reino”, que no se formula ya de un modo más superficial, como el del “manifiesta comunista” (proletarios del mundo uníos…), sino de un modo radical, diciendo: huérfanos, viudas y extranjeros uníos o, mejor dicho, estáis ya unidos para asumir y desarrollar el proyecto del reino.

Eso significa que los extranjeros no están solos (como una clase aislada de personas), sino que ellos entran en la “clase” o condición de los marginados supremos, con los huérfanos y viudas, de forma que ellos pueden y deben no sólo ser acogidos por la sociedad establecida, sino iniciar con huérfanos y viudas (mujeres necesitadas, maltratadas) un camino activo de liberación. En este preciso lugar se sitúa y nos sitúa Jesús

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