Fernando y la filosofía de la drogas
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1. Comentario de Fernando (Visitante)
De alguna manera yo también me he hecho lector del blog de Testos; lo que sucede es que me sumo al número de los silenciosos. Desde que me lo comentó, le he estado siguiendo el rastro, aunque nunca he dado respuesta.
Creo que Testos es un genio. Yo no, pues necesito de muchas palabras o conceptos para expresar ideas, lo que es enfermedad barroca. Suelen los genios escoger la estrategia más simple y correcta, mientras que los demás se dedican, si pueden y saben, a corregir incansablemente estrategias equivocadas. En términos de juego, los genios aspiran a superar las tácticas determinadas por la suma cero, es decir, cuando las ganancias están prefijadas de antemano. Se desasosiegan ante lo ya sabido, lo que es aceptado por todos, tal vez fastidiados por quienes están conformados a las opiniones rutinarias. Él ve en un cuadro de un paisaje holandés, cosas que sólo se verían con ojos del pintor Francis Bacon.
Posee grandes capacidades; otra cosa es saber si aquello que cree, sus filias y fobias y los conocimientos que domina, son de verdadero provecho, verdadera superación de ideas que ya no conservan vida propia. Es incluso posible, o al menos a mí me lo parece, que su mundo de sustancias no sea otra cosa que una metáfora de la búsqueda de ángeles, hedonistas, sí, y según él dice, embravecidos por la libertad cognoscitiva. ¿Una rebeldía primitiva? Tal vez. Él lucha contra la regla de oro del conservadurismo mental, que dice: «la tranquilidad es el primer deber de la conciencia». Rebelde sin ser desquiciado, lo que despreciativamente llama «templanza e ignorancia» constituye una intolerable insalubridad que limita la fuerza y el riesgo de ir más allá de sí mismo. Y esos «ángeles» de muchas siglas le sirven de propósito.
Yo, como alguna vez le comenté en largo infolio, no acierto a ver en esos «ángeles» químicos, cosas fascinantes o paradójicas. Algunos la conocen como «la mujer de los buenos ratos», y si la miras, es fácil descubrir que la llaman Cindy Ecstasy, la que habla del amor disuelta en los licores, que te zarandea tras cerrar los ojos. Son ángeles de mitologías "shooming" que alteran las conciencias o creen servir para la construcción de una espiritualidad global para la Era Nuclear, como sustancias que cambian el mundo y nos hacen mejores. Bucólico Rick Doblin. ¿Para qué servirían semejantes sustancias aladas sino para aquellos que desean ver elfos mecánicos del hiperespacio? Incluso ahí habitarían los mundos limitados, los universos falibles. «The God that Failed». Fase punta, exceso, bajón y reingreso. Se ve que hablo del MDMA, les «Miroirs Des Magiques Acryliques». Sí ya sé me lo he inventado ahora, pero resulta dadaísta.
Pero también pienso que todo lo que escribe es más estética que realidad. No diría ficción. Se asemejaría más bien a aquellos que por las noches contemplan el firmamento e imaginan que forman unidad con los fanales del infinito. En toda esta filigrana de sustancias hay más que simple información química: entre alquimia y algo de mitología psiconáutica, quiere transmitirnos la idea de que contarlas, describirlas, tasarlas y desplegarlas en fórmulas es ya desentrañar lo «incomprensible» por vivencia recreada. Pues Testos aspira a esa forma de totalidad, aunque sea a través de siglas.
Pero eso «incomprensible» tal vez demanda, al menos por mi parte, de una existencia que vaya más allá de vivencias que pueden o no ser suplidas, sean religiosas o químicas. Incluso ahí las parroquianas, como cualquier otro paseante de este mundo, son sujetos que nos enseñan cuán erradas son nuestras vivencias recreadas. Muchos abrazos.
2. Comentario por Emilita [Visitante]
Hola Testos
Reconozco que me has hecho pensar, y te lo agradezco. Hablamos al fin de cuentas del cuerpo, de nuestro cuerpo con sus propiedades y sus carencias.
Él, el cuerpo, es como un gran almacén químico, capaz de producir la mejor y la peor química (endorfinas y mala leche, por ejemplo) bajo determinadas circunstancias que pueden ser provocadas por uno mismo sin necesidad de ingerir sustancias.
Digo que me has hecho pensar en una doble vertiente: por un lado está el dato de que a medida que la sociedad se diversifica, hay determinadas realidades, antaño rechazadas que son hogaño aceptadas. Un ejemplo es el estudio con células madre. Parece que sólo hace falta que la sociedad reconozca como derecho humano la satisfacción de alguna carencia para que ésta pueda y deba ser satisfecha.
Si esto fuera así, las generaciones venideras lo tendrían más fácil que nosotros, cosa que me parece difícil, porque, como bien dices, ¿qué droga por avanzada que sea puede suplir lo que el otro o yo no estamos dispuestos a dar? Sabido es el poder que el pensamiento inducido puede llegar a tener sobre la química emocional. Desde hacer que un ciudadano normal se inmole a lo bomba, pasando por la productividad pensante de un aparente vegetal como S. Hawking, hasta despertar mi deseo sexual con el recuerdo de experiencias anteriores. Lo bueno es que el pensamiento puede hacer emerger la corriente química necesaria en todos los casos para realizar cualquier función orgánica. Por un lado te estoy diciendo que cabe la posibilidad de suplir con sustancias la carencia de esa química con la que funcionamos y sin la cual ni el sexo ni nada de lo que hacemos resultaría placentero y agradable.
Por otro lado también digo que el humano (y sólo él) posee la capacidad de poder variar sus procesos emocionales (químicos) bajo determinadas condiciones, sin ayuda de sustancias. Algo por otra parte bastante elemental pero que a la vista de las entradas que leo, es necesario recordar para tomar un poco en serio lo que en serio nos quieres decir. Personalmente, Testos o Symposion, como prefieras, me gusta experimentar con mis sentidos y llevarlos al límite de lo que pueden darme ayudados por el pensamiento. Supongo que es algo más arduo que la ingesta de una sustancia, pero da resultado. En cuanto a mi afrodisíaco personal: el Hubble. Definitivamente el telescopio Hubble. Gracias por tu blog.
P.D. Me ha encantado la entrada de “elfosdelhiperespacio S.A.”
3. Comentario por Fernando [Visitante]
Ah, Testos, ¿cabe tomar en serio todo esto?
Me explico. Funambulismos o cojeras aparte, te diré que la razón que nos lleva algunos, al menos a mí, a buscar los tres pies al gato de todo lo que me cuentan, leo y supongo que sé, parte de no ver las cosas en términos de disyuntiva o de amplificación. De lo primero, ya te contaré. De lo segundo, sabes a lo que me refiero. Los Platones, sísifos, diógenes masturbados y alguna que otra nerea y sílfide acuática que puedas aducir, ¿qué revelan en el fondo? Básicamente un mundo creado por privaticidad. El universo del que hablas en tu blog es, en realidad, tanto más científico, tanto más estadístico e informado cuanto más ideológico se muestra por exceso de circularidad. Sí, ideológico, lo que en términos concretos nos arrastra a la ideación, que es la madre del atontamiento intelectual, más grave si cabe que el oreo de la mediocridad.
Como sabes, y este pequeño bulevar de blogs religiosos es ejemplo de ello, es fácil creer por inercia y más difícil resistirse a la común opinión. Ciertamente, sobre todo si ésta se nutre, como sucede aquí –salvadas gloriosas excepciones–, en parte alícuota de sentimentalismos, aires ofendidos, opiniones pretendidamente graves tanto más eclesiofágicas, diálogos sin confines consigo mismos y ocurrencias festivas. (Ya ves, creando amigos…). Esto también puede convertirse, como sabes, en la misma lisergia autocomplaciente e ideal que es achacable a tu mundo de sustancias, fictivo y con ínfulas de altura, que cree en la diferencia de clases, en la que unos son los Polidoris enganchados, hijos de EVA, erráticos y colgados de la marginación, y otros los Lord Byron exquisitos que sobrevuelan por sus paraísos cognitivos mientras se creen Shulgin o Hofmann.
Hablas de libertad y de lucha contra el prohibicionismo. Podré darte la razón por la justa alarma ante el prohibicionismo que nos invade. Y más aún, te defendería a ti y a tus laboratorios químicos reales o intelectuales –si es que los hubiere–, precisamente porque no es un problema de libertad de apareamiento con los de la misma especie, según dices, sino porque en realidad no distamos unos de otros en la búsqueda de espacios personales y sociales para desarrollarnos y relacionarnos. Si tú escoges aparearte con tus caracolas sintéticas y perfumadas, de acuerdo. Otros lo hacen con los cirios pascuales. Defender sí, ofender menos, pero justificar nada.
¿Piensas acaso que porque embadurnes de un carácter superior la ideación química, casi diría que aristocrático y selectivo, va a ser por ello más libertario y espectacular que el que puede verse en muchos medios religiosos, políticos, periodísticos e incluso científicos?
¿Crees entonces que es maestría de lo inefable? Más bien chamanes en un mundo de vapores inventados, con sus nomenclaturas, litigios rituales e imaginario de repertorio psiconáutico. Fabulación privada, por ello.
Decía una sentencia china: «Los Dioses nos engañan. Las hadas también». Todos de alguna manera somos algo dependientes, dependencias que nos hacen creer que asumirlas e incluso defenderlas nos revisten de sentido de libertad. Consumir inteligentemente es ser libre, hormonas incluidas. Cierto. Pero la primordial libertad del presente es quebrar las ideaciones, las ficciones, muchas de ellas religiosas, que creen que su excelencia es más segura conforme se hacen más cerradas sobre sí mismas. Éstas son las hadas. Por eso, el límite que uno se impone cuando alcanza cierta madurez es el de romper no con los consumos racionales, sean los que fueren, sino con los mundos privados que creen que sus límites de consumo son distintos o sublimes respecto del resto.
A esto me refería cuando te menté mi rechazo a los términos de la amplificación: la pérdida del sentido del límite, pero no del entusiasmo y la libertad conquistada, siempre necesarias, sino de la benevolente convivencia con los que tienen un mismo código de relaciones. Podrás creerte que dominas tu particular automóvil ideológico-químico, creyéndote que puedes saltarte las medianas, los semáforos en rojo, los pasos de cebra e incluso conducir por el carril contrario. Es mi carretera privada y punto, me dirás. Pero no. No hay carreteras inventadas ni chiringuitos de experiencias. La tuya es tan parecida a la del resto, que incluso multiplicada por esa semántica de “abajo-las-maniobras-de-los-mediocres”, puede ser abordada desde un mayor sentido del aburrimiento y rutina. Tú sabes, experimentas y conoces. Yo no. A la inversa, yo invierto esfuerzos en no prohibir, pero sí limitar conocimientos que sólo me llevarían a creerme lo que no soy. Y te seguiré leyendo…
Testos, amigo, no te llamaré Diógenes sino Diogeniazo. Supongo que sabrás que el Diógenes verdadero, hijo de un banquero, se vanagloriaba de haber sido cómplice de su padre en falsificar monedas. De ahí su destierro y el juego de palabras: falsear la «nómisma» (moneda) le llevó al desprecio de los valores convencionales («nomos»). La cita en el otro Diógenes (Laercio), Vitae, VI,83. ¡Abajo la civilización! Ser discípulo suyo suponía vivir en pobreza, dormir en tierra, nutrirse de cualquier alimento, vestir harapos, tirar las riquezas y entonces, decía, «te despreocuparás de tu esposa, hijos, patrias. Nada serán para ti» (Luciano, Vitar. auctio, 7,11). No poseo la habilidad de despreocuparme en este grado, aunque no andaré preocupado por este lance contigo.
Por eso, te estrecho mi mano en señal de concordia de quien confiesa ser admirador tuyo. Si la aceptas, me alegraré, eso sí, espero que te la limpies tras manipular la peladora.
4. Comentario por Fernando [Visitante]
A esto me refería, en trato cordial con Testos, del peligro de crearse y creerse cualquier experiencia privada e inducida a la que poder añadir o atribuir el adjetivo “espiritual”, “sagrado”, “místico”, o cualquiera del mismo tenor, a falta de otros más imaginativos claro está.
Bien, tras ir el enlace dado por Testos sobre el comentario de JohnyLingam (del que parece haber una traducción, según noticia de algún foro dedicado a estos menesteres), puede también leerse el siguiente:
http://www.mind-surf.net/drogas/espiritualidad.htm
que no es para echar cohetes, pero que puede valer para hacerse cierta composición sobre el tema. El que esto escribe, sólo puede decir que nada de lo comentado sobre las vivencias del «hermano Andrew H» –protagonista del enlace dado por Testos– es realmente creíble. Por favor, rogaría a las avezadas mentes de lectores/as que lean entrelíneas ambos enlaces, y descubrirán
...por sí mismos la "filosofía" de parvulario que las sutenta.
Las entrelíneas se las dejo a Sofía, esperando que las haga extensibles a los demás.
Y sí, Testos, no cabe poner en duda la buena intención, competencia y conocimientos de maps.org y mind-surf.net. Pero la cuestión no es ésa, o al menos a mí me lo parece. Tú lo has dejado entrever con adecuados términos: ¿son las mejores palabras para expresar lo inefable? Ya tenemos el primer problema: «lo inefable». ¿Qué es? Y sobre todo, y lo más importante, ¿qué “no es” lo inefable?
Lo fable, es decir, el habla que sirve de comunicación convencional entre nosotros, aunque sabida, reserva muchas sorpresas en sus niveles, intencionalidad, recursos, etc. Ya entonces existiría una dificultad grande en discriminar sus elementos. Si de ahí damos un salto a lo inefable, ¿qué tenemos? En realidad sólo palabras “fables” que han remitido aquellos que supuestamente han sabido o tratado con eso inefable. Vaya.
¡Qué extraño es todo esto! Lo inefable en palabras ¿Y cuáles son éstas? Leamos los textos de ambos enlaces y descubriremos que en realidad son simples recolecciones de términos y sintaxis de otros, puestas al día o tal vez manoseadas, que a su vez las tomaron de unos lejanos que refirieron sus particulares experiencias, más en segunda persona, y cuyo origen puede ser tal o cual.
No es un problema, amigo Testos, de términos en sí, sino como has dicho del «per se» de la vivencia a la que parecen remitir. Y ahí radica el problema. Entenderás mi recelo ante lo que en la actualidad suele adjetivarse como «místico», «sagrado», «expansivo» o como tú bien quieras. No entro si estos fenómenos son o no válidos, porque la validez última es esencialmente privada. Yo dirijo la mirada hacia los recursos que esas vivencias puestas en palabras o en esquemas tienen para autovalidarse.
No puedo ni tengo competencia para negar la verdad de esas vivencias. Como verás, evito la palabra «experiencia». Esa verdad alcanza la misma vida, como unos y otros no dejan de decir, sea por un hecho gratuito, es decir como algo dado por un Ser superior “x”, sea por directa inducción mediante la ingesta de sustancias. Incluso, voy más allá amigo Testos: puede que ambas vías sean caminos de un mismo procedimiento para alcanzar eso inefable que tú dices.
Pero por eso mismo, me pongo en aviso de que algo está pasando, un algo que me asusta. ¿Qué es lo inefable? Lo único que yo tengo, a falta de las vivencias que tú u otras personas han tenido vía sustancias, es que eso inefable se me expone con palabras a las que si procedemos con un mínimo sentido crítico descubriremos que son esencialmente circulares.
Yo sólo conozco lo “fable” y muy poquito. Lo que he descubierto es que en esa realidad “fable” hay tristeza, vulgaridad, miseria, alegría y probablemente más belleza de lo que suponemos, una profunda e intensa belleza, más parpadeante y convencional que continua. Y algo más: ruido, resistencia, forcejeo. No puedo centripetar la realidad “fable”, hacer de ella una imagen de mis intereses, deseos o, si quieres, de los íntimos procedimientos subconscientes que la acabaría ensoñando, porque el ruido que alberga no me deja atraparla. Pero, ¿y lo inefable? Si lo inefable está supuestamente apuntado en estos conceptos de descubrimiento cognitivo, expansión mental, experiencia sublime,… sólo veo sustantivos engolados y adjetivos inútiles sacados de diccionarios de filosofía, antropología o psicodinámica. Y si dirigimos la vista a la mística “oficial” y reconocida por poetas “fables”, máster de post-grado y supercalifragilísticos, ay, surge otro problema.
Y el problema es que, ojeando a los grandes místicos, el esquema genial que ofrecen sobre el camino hacia lo inefable (dicen) es tan adaptable a nuestras particulares composiciones privadas que, tarde o temprano, cabe darle la vuelta como a un calcetín. Una depresión puede describirse como una Noche Obscura -con "bs"-; una ingesta de un enteogeno como las Bodas místicas; las virtudes teologales como caminos tántricos, etc. Por eso, ¿qué es lo inefable?
Utilicemos palabras concretas: ¿Dios es nuestra MENTE? ¿Lo hemos fabricado nosotros? ¿O más bien es otra cosa? Esto viene de antiguo, y no hace falta leer las sofisticadas tesis proyectivas de Feuerbach para captar el sentido de la pregunta.
He dicho que prefiero lo “fable”, no porque sea el mejor de los mundos posibles, sino porque alberga ese ruido, esa tensión, y también ductilidad y experiencia, que evita que me crea, por gratuidad o por inducción, que estoy en pos, en o para lo inefable. Tal vez Dios sea este ruido, esta resistencia, lo no circular, lo que acaba por no dejarme tranquilo y convencido.
El esquema de la mística religiosa, reconocida y oficializada, no posee a mi entender los resortes definitivos para evitar que cualquiera que se engolfe en sus principios haga un bypass intelectual o emocional perfecto y atribuir toda cosa al fenómeno místico. Por eso dudo, por ejemplo, de la competencia de san Juan de la Cruz sobre esta cuestión (ya he cometido sacrilegio; ahora falta que me apedreen), como de los muchos que se arrebatan con él. Pero esta consideración alcanza un grado más sospechoso respecto del universo de las sustancias. Buenos o malos rollos aparte, o «set-settings» al efecto, considero que está intrínsecamente incapacitada para discriminar lo que es «per se» o inventado por maravilla de lo que es «in se» o real por normalidad. Si los caminos o vías del Dios-mente se confunden en todos los casos sin discriminación posible, valdrá aquí la traslación de una de las sentencias de Montaigne inscritas en las vigas de su librería:
«No hay nada más cierto que la incertidumbre,
Ni nadie más miserable y más orgulloso que el hombre».