La Inmaculada y los Inmaculados

El 8 de diciembre de 1854 el Papa Pío IX proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción, es decir, que María fue concebida sin pecado original.

Claro que María nació sin pecado original, igual que nacen todos los niños, sin ningún pecado original. Solo faltaba que un niño, solo por el hecho de nacer, ya tuviera un pecado. Todos nacemos inmaculados, todos nacemos limpios, igual que nació María de Nazaret, y así deberíamos mantenernos obrando siempre el bien como ella. Los pecados vienen después, cuando tratamos mal a los demás, odiamos, somos injustos, calumniamos, explotamos a los demás, no somos solidarios, engañamos, somos hipócritas, mentimos, callamos la verdad, gastamos en lo superfluo mientras otros no tienen lo necesario, no cumplimos las leyes justas, desatendemos a los ancianos, descuidamos la educación de los hijos, contaminamos, no reciclamos, dañamos la naturaleza, derrochamos energía, descuidamos o dañamos la salud, no profundizamos en la conciencia crítica ante la realidad, nos desentendemos del bien común, ni defendemos lo público como base fundamental de los sectores más debiles de la sociedad…

Lo del pecado original es un mito, como tantos que hay en todas las religiones, intentando buscar explicaciones a cosas que se escapan a nuestro conocimiento.

Lo novedoso y maravilloso de María de Nazaret fue la respuesta que le dio a Dios en toda su vida: hacer todo, todo lo mejor posible, dedicando toda ella al servicio permanente a los demás. María se consideraba una pobre y humilde servidora: se define a sí misma como una esclava: “he aquí la esclava del Señor”. Lo demuestra bien claramente cruzando montañas para ir a atender a su prima Isabel, donde pronuncia un discurso extraordinario proclamando la grandeza de un “Dios que derriba a los potentados de sus tronos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los llena de bienes y a los ricos los despide vacíos”: ¡qué bien le transmitió a su Hijo Jesús este mismo mensaje que El siguió proclamando y a la vez superando: “ a nadie llaméis señor sobre la tierra, porque todos vosotros sois hermanos”, “dichosos los pobres…¡ay de vosotros los ricos!”. ¡Qué urgencia y necesidad tenemos de que ese mensaje de María sea  aplicado en el mundo actual! María demuestra también su disponibilidad de servicio total incluso obedeciendo la ley del emperador para ir a empadronarse a Belén; más tarde marchando como emigrante a Egipto paras defender a su hijo; luego apareciendo en las bodas de Caná entre  los sirvientes, no entre los sentados a la mesa. Esta es la diferencia entre nosotros y María, que no tenemos todo el centro de nuestra vida puesto en el servicio a los demás, como lo tuvo ella, porque ¡cuántas veces nos ocupamos mucho más en servirnos que en servir!, como en pasarlo bien ahora en Navidad, con fiestas, juergas, banquetes, regalos e incluso borracheras de droga o alcohol, mientras miles personas mueren de hambre cada día, desesperadas e impotentes de poder salir de su miseria.

El pueblo a lo largo del tiempo supo descubrir los grandes valores de María, y por eso la llenó de “piropos”, como lo reflejan las invocaciones de la letanía.

Entonces: ¿qué pensar del bautismos de los niños?

Jesucristo no dijo ni una palabra del bautismo para borrar el pecado original. Ni mucho menos habló del bautismo de los niños. El acudió al bautismo de Juan, no a borrar ningún pecado, solo faltaba que El fuera pecador. Jesús acudió al bautismo para dar comienzo al desarrollo de su misión en el mundo: la empezó, con un bautismo de agua, pero la terminó con un bautismo de sangre por su compromiso con la construcción del Reino de Dios: un Reino de verdad, de justicia, de igualdad, de fraternidad, de amor, de paz, de vida y esperanza, que le llevó a ser perseguido y asesinado, pues esto fue su muerte: un asesinato. Jesús no fue a ciegas a este destino, porque sabía muy bien que su vida no terminaba con la muerte, aunque lo pasó tal mal que llegó a sentirse abandonado de Dios: “Dios mío, decía desde la cruz, por qué me has abandonado”, sino que iba a terminar con la plenitud de la Resurrección.

Por tanto bautizarse es decidirse por Jesucristo, decirse a luchar con El y como El por la construcción del Reino de Dios en el mundo para el bien de toda la humanidad, para que todos tengamos vida y vida en abundancia: “Yo he venido para que todos tengan vida y vida en abundancia”. Esto les mandó a sus discípulos: “id por todo el mundo y proclamad el Evangelio a todas las gentes, enseñándoles a cumplir todo lo que yo os he enseñado, bautizándolas en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.

Por tanto, lo lógico y evidente, sería recibir el bautismo después de conocer para qué nos bautizamos, con capacidad suficiente para discernir a qué nos comprometemos, cuál debe ser nuestro compromiso en la vida con todos los Seres Humanos y toda la Creación, qué sentido queremos dar a nuestra existencia, qué valores  queremos vivir y practicar en este mundo, para hacerlo más feliz, gratificante, ilusionante y esperanzador para nosotros mismos, para todas las demás personas, especialmente pobres y oprimidas, y para todos los demás seres de la creación.  Desde esta visión el bautismo de los niños…

Para terminar, retornemos a María para hacer nuestro su testimonio y su compromiso.

Feliz fiesta de María a tod@s.-Faustino

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