Reflexión agradecida sobre hospitales.

FUNDACIÓN JIMÉNEZ DÍAZ.


No caeré en el mismo vicio. Dicen que la definición del pesado es la de aquel al que le preguntas qué tal está... ¡y va y te lo cuenta! Fatigoso es escuchar los pormenores de una intervención quirúrgica, con el añadido de que hay quienes quieren mostrar las huellas físicas de la refriega. Llega un momento en que los detalles echan tierra sobre el conjunto y los árboles no dejan ver el bosque.

Pudiera ser que para tal persona ése hubiera sido el momento más trascendental en su vida. O quizá que aquél fue su momento de gloria cuando varios cirujanos se ocuparon de él y consiguieron su “salvación” (¿cuántas veces hemos hablado en este Blog sobre “salvación”?). Concedámoslo, la necesidad de contar cómo ha llegado dicha salvación a su vida en peligro, es como contar el viaje de bodas que hizo la pareja a Madrid desde, digamos, Capileira en La Alpujarra: un viaje no contado, con las experiencias anejas, no ha existido.

No caeré en esa tentación, pero sí en la de satisfacer la necesidad que todos debemos cultivar, la de ser agradecidos a cuantas personas revolotean alrededor de la maltrecha fisiología de uno, haciendo una reflexión sobre una profesión que tiene más de vocación que de ocupación laboral.

El Hospital “La Concepción”- Fundación Jiménez Díaz es una institución de larga prosapia clínica (1955), innovador de técnicas de diagnóstico y quirúrgicas que luego trascendieron a la sanidad pública y, hoy, según publican distintos periódicos, el mejor hospital de España en el ranking de excelencia basado en 2.000 encuestas a profesionales de medicina.

En un rincón perdido del mismo, habitación 5615, he gozado de una semana larga de vacaciones. No tiene esta frase ningún sentido irónico: responde a la realidad. Una verdadera satisfacción. Aparte de la labor profesional de los médicos, la atención minuto a minuto, como es normal, corre a cargo de enfermeras. Y aquí radica mi admiración y hasta mi sorpresa.

Siempre he creído que la profesión sanitaria tiene un porcentaje tan alto de vocación como de preparación técnica. Y sin la vocación, la atención al paciente a la postre resulta enojosa y un trabajo a regañadientes. Todas las profesionales que he conocido en estos días, sean limpiadoras, asistentes sanitarias, en prácticas, con contrato eventual o titulares... han demostrado algo más que profesionalidad: una humanidad que difícilmente se verá en otras profesiones.

Dejamos de lado lo que de profesionalidad supone, que también es de resaltar en este hospital: cuidado de los tiempos, control de la medicación, atención higiénica, etc. Me quiero referir aquí a esos otros elementos de humanidad, sensibilidad, amabilidad, afecto y cualidades similares que no aparecen en el currículo y que sólo la expresa confesión del paciente puede hacer llegar a quien corresponda. En este caso, preciso es confesar no sólo la satisfacción sino la admiración por tales personas.

Pudiera ser que determinados enfermos se hacen querer, pero creo que no es lo común. El enfermo se renueva, pocos son los días que uno pasa entre sus manos, algunos son una queja continua, otros maldicen su suerte, otros son hoscos y retraídos a los que difícilmente se les podrá arrancar una sonrisa... Y en algunos casos con enfermedades que a cualquiera pudieran resultar desagradables.

Podrían las enfermeras responder de la misma guisa. Pues no: la amabilidad, el cuidado, la preocupación por si el enfermo sufre, remediarlo si está en sus manos, volver para constatarlo, la empatía por la vida de cada uno... relucían en todo momento. Y siempre la sonrisa en los labios, el despertar alegre y el repartir ánimo a lo largo del día. La estancia monótona y el paso aburrido de las horas lo amortiguaba la presencia sonriente y alegre de las enfermeras. ¿Su juventud? No lo creo: más bien su vocación unida a su preparación.

Desde aquí y para no dilatar loas que pudieran resultar untuosas, mis más efusivas GRACIAS a cuantas enfermeras y personal auxiliar componen el elenco de la sexta planta del Hospital – Fundación Jiménez Díaz. Espero les lleguen estas palabras.
Volver arriba