¡Vaya Dios que tanto exige y tan poco da!


Hablamos de "ese" Dios tradicional que llega al Antiguo Testamento; ese Dios predicado cuando de sufrimiento y penurias se habla; ese Dios justicia-necesaria-frente-a-la injusticia "que me rodea"; ese Dios Padre para mi pero verdugo para los demás, ese Dios cuyos designios no comprendo... ¡porque mi vida es un sufrimiento sin fin! En fin, ese Dios anti-felicidad.

Ese Dios, por otra parte que convive con el lujo y boato que rodea a todo lo que a él se refiere. Ese Dios para cuyo encuentro han trazado tantos caminos que se han tornado laberinto.

¡Dudo tanto de si Dios, el Dios que predican, quiera o no nuestra felicidad...!

El hombre busca la felicidad, hecha de "felicidades" (el saludo o deseo de siempre: "¡Muchas felicidades!"). Más o menos cifrada en lograr el equilibrio entre el placer físico/psíquico --el conseguido y por conseguir-- y las frustraciones que la vida acarrea.

¿Por qué se empeñan tanto los agoreros de lo sacro en amargar a sus fieles la estancia en la tierra? ¿Por qué exigen que voluntariamente se sometan a tantas trabas, leyes, normas, impedimentos, obstáculos, dificultades, “sacrificios”, sufrimientos, renuncias...?

Si Dios es eterno, ¿no le dará igual que seamos felices también en la tierra prescindiendo de "todo eso"?

Es, en otro orden de cosas, el precepto fanatizado de "el que quiera ser perfecto, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame" que tanto mal ha traído a la humanidad y que contradice frontalmente la consecución de la felicidad en este mundo.

Dios, su Dios, el Dios creado a imagen y semejanza del primer fanático que en el mundo hubo, no quiere la felicidad de los suyos.

Poca diferencia hay entre los dioses mayas que, según crónicas de Bernardino de Sahagún, exigían sacrificios humanos, y el dios cristiano.

Unos mataban en un momento, el "Otro" durante toda la vida.

¿O son quizá sus sacerdotes los necrófilos? Quizá.

Y cuando afirman que sin Dios la vida es un pozo sin fondo, que sin Dios todo es negrura, que sin Dios no tiene sentido la vida, que sin Dios desparece la moral y cosas peores, es preciso gritar a pleno pulmón que prescindiendo de todo el "aparato de lo divino" se alza una vida más plena, más de uno mismo, más responsable, más vitalista... Y la dificultades superadas le hacen al hombre más fuerte y más dispuesto a vencer los próximo obstáculos que se le presenten.

Puestos a conceder, admitimos que tal vida, la del hombre nuevo, la vida centrada en el propio yo, no es diferente de la suya, la que sale en procesión buscando redentores no de pecados originales sino de carencias psíquicas. Quizá hasta igual.

O, puestos a terminar, que "sin Dios" ¡no pasa nada! Palabra de quien fue santo y ahora ya está sano. Sólo con quitar un "t", la famosa "tau" de tan hondo significado esotérico.
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