Los valores del mercado /2


Conciencia en mercader es como virgo en puta (Quevedo)

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Para confirmar su tesis del paso de una economía de mercado a una sociedad de mercado, donde todo se puede comprar y vender, Sandel analiza numerosos casos concretos, unos de la vida ordinaria y otros de diversas organizaciones sociales.

Por ejemplo, la “ética de la cola” prohíbe que alguien se salte el turno (el primero en llegar es el primero al que se sirve) se sustituye por la “ética del mercado” (pagar para que me guarden el turno y tener un servicio rápido).

Algo semejante sucede con la reventa de entradas a grandes acontecimientos. Incluso sucedió con las misas papales en la visita de Benedicto XVI a EE UU, revendidas a 200 dólares, lo que con razón suscitó la protesta eclesiástica, al pagar por un sacramento. En cárceles de California se paga caro dormir en celdas buenas.

Otro ejemplo: en colegios de Texas, para fomentar la lectura, se propuso pagar 2 dólares a los niños por cada libro leído. Con el tiempo, resultó que los niños elegían los libros más cortos para ganar más y si no había paga no leían. Leer por el incentivo del dinero en vez de leer por gusto o por amor al saber era una estrategia equivocada, que corrompe el amor a la lectura.

El razonamiento mercantil (“incentivar”, buscar la eficiencia o maximizar el beneficio), al suponer que todo y todos tienen un precio, va desplazando cada vez más el razonamiento moral, sobre la justicia, la corrupción o la vida buena.

La pregunta filosófica es ¿existen cosas o bienes que el dinero no pueda o no deba comprar? Todo el mundo diría que sí, por ejemplo, la amistad, las personas, el premio Nobel, los bebés etc. Aunque la compra y venta de esclavos duró siglos. El mercado de órganos es más discutible. Pero comprar amigos disuelve el valor de la amistad. Comprar un título honorífico, p. e. honoris causa, disuelve el valor de la excelencia académica, científica o artística. Comprar árbitros o jueces produce indignación moral, porque disuelve el valor del deporte o de la justicia.

A primera vista, podemos distinguir dos tipos de bienes: los que el dinero no puede comprar, como la amistad o el amor filial o paterno, y las cosas que sí puede comprar el dinero. Pero la objeción ética a los mercados es de dos tipos: por razones de justicia o de corrupción.

Por ejemplo, el mercado de adopción de bebés puede criticarse por el argumento de la justicia (excluiría a los padres con menos recursos) o por corrupción (se corrompe el valor del amor incondicional de los padres). Igualmente, la venta de sexo en la prostitución puede criticarse por la explotación y por la voluntad forzada o bien porque degrada a la mujer a la cualidad de objeto, aunque ella dé el consentimiento.

Los economistas suelen afirmar, al modo positivista, que la ciencia económica está libre de valores y no hace juicios de valor. Sandel, sin embargo, demuestra que los mercados siempre encarnan valores mercantiles, distintos a los valores morales, como la solidaridad, la justicia o el civismo.

El autor analiza otros casos, como el mercado de sangre, los derechos de denominación de estadios, patrocinios, mercados de la vida y de la muerte etc. Pero desarrolla con más amplitud el mercantilismo ilimitado de la publicidad, que coloniza cada rincón de nuestras vidas con logos y marcas: los espacios públicos, casas, vehículos, estadios, playas, parques, colegios, aulas y los mismos cuerpos.

La comercialización de los colegios y de materiales curriculares patrocinados por grandes marcas, prepara la mente de los niños para ser futuros consumidores de las mismas.
La publicidad anima a las personas a desear cosas y satisfacer sus deseos. La educación anima a las personas a reflexionar de forma crítica sobre sus deseos, a dominarlos o a elevarlos. La finalidad de la publicidad es reclutar consumidores; la de los colegios públicos, cultivar a los ciudadanos”.


Los excesos de los anuncios, se reflejó en los titulares de prensa en EE UU, que hablaban de “invasión publicitaria”, “aluvión de anuncios”, “publicidad ad infinitum” etc. Los más críticos hablaban de una “forma de contaminación” o de “profanación”. Sandel prefiere los términos morales de “degradación” o de “corrupción” de la vida cívica y de sus valores.

El mercantilismo no destruye todo lo que toca, pero sí lo degrada y lo corrompe, pues los mercados por donde pasan dejan siempre su marca. Estampar logotipos comerciales genera un cambio de significado y de valoración. Los anuncios tatuados en partes del cuerpo degradan a la persona a la condición de objeto. Los anuncios en las aulas minan la finalidad educativa de los colegios.

Y se asimilan los colegios, de forma mercantil, a centros de “producción” de conocimiento y de formación para el mercado de trabajo, con primacía sobre la formación de ciudadanos para la democracia.
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