Corrupción, Corrupción y Corrupciones

Para los coleccionistas de sinónimos, y por si esta palabra-palabro pudiera herir sus píos y pulcros oídos, pese a la veracidad y franqueza que entraña, los equivalentes en su contenido, entre otros, son estos: putrefacción, soborno, podredumbre, descomposición, degradación, cohecho, estrago, perversión, tergiversación…

Y ha ocurrido y ocurre que, cuando se ha intentado poner algún remedio a la atroz crisis económica en la que está sumido nuestro país en la actualidad, los políticos idean fórmulas –parches con las que afrontar situaciones tan graves Los parcos recursos con que cuentan, convertidos en argumentos, pretenden imponer, al igual
que en tantas otras ocasiones ,pero no tan desoladoras como esta, pasan por el meridiano del sacrificio de las clases sociales menos favorecidas . La congelación de salarios y nuevas subidas de impuestos son otros tantos ejemplos, carentes de originalidad e imaginación y de justicia social y distributiva.

Pero el caso es que el término “corrupción”, con su perverso y endemoniado cortejo de formulaciones, no aparece, o lo hace muy raramente, y siempre echándoles las culpas a otros. La opinión pública está, por fin, convencida de que de una importante porción de las responsabilidades de tan dramática situación y sus verdaderos avalistas y ejecutores son los políticos de uno y otro signo. Tal convencimiento alimenta e inspira multitud de comentarios y críticas de las que, por tan solo de refilón, y en contadas ocasiones, se hacen eco no todos los medios de comunicación, avituallados con pingües fondos dimanantes del Estado.

La frustración que vive el pueblo al comprobar que son hipócritas las promesas “”políticas” por corregirla, hunde en la desesperación y en el asco a multitud de votantes. Aún más, y esto agrava el problema hasta límites insospechados, el mismo sistema democrático por el que los políticos alcanzaron sus puestos, oficios y prebendas y por el que tanto trabajó y luchó el pueblo, aparece mancillado, proscrito e inhabilitado para proporcionar los medios precisos que aseguren la convivencia y el orden en la paz y con fundadas esperanzas en el desarrollo, al que como colectividad y personalmente tiene derecho.

Es mucha, abundante y bien trajeada la corrupción que domina el ejercicio de la política en cualquiera de los niveles a los que se apunte, en los que se efectúe la “cata” y sean sometidos a análisis. En términos generales, la política es y se practica como un negocio, una carrera con jugosas y, no pocas veces, injustas remuneraciones, sólo con que se perciba el dato de que en la aprobación y aplicación de las leyes intervinieron e hicieron posibles quienes habrían de ser sus beneficiarios , directos o a través de sus partidos, obras e instituciones , familiares y colegas coincidentes más o menos ideológicamente o el empeño común y gregario de enriquecimiento.

A tan fétido y nauseabundo esquema de comportamiento y oficio, salvo raras excepciones, no son siempre la Iglesia y otras instituciones, que debieran velar por la moral y la ética, las empeñadas y comprometidas con su erradicación y condena, aún por motivos puramente higiénicos.

Las sistemáticas lentitudes de la justicia y otras circunstancias, como las patentes concesiones que desde la misma se les hace a los políticos, fomentan en el resto de los justiciables la impresión de que, en definitiva esta no- solución a una parte importante de las corrupciones, es causa principal de la situación en la que se encuentran la economía y la vida, definidas por los “sufridos” como “patrimonio de la corrupción”.


Es desconcertante que , ante la gravedad de la situación , las medidas anti-crisis tomadas ya, o a punto de tomarse, tengan que relacionarse con las pensiones, los sueldos, las subidas de impuestos y a otras circunstancias, como las “llamadas” de alerta de organismos y personalidades internacionales . Es aún más lamentable, que de la “corrupción” en cualquiera de sus sinónimos, no se esté clamando aún más, lo que entristecerá de manera absoluta a tantos que padecen sus efectos hasta sus penúltimas consecuencias y sin ,por ahora, posibilidad alguna de hacer valer sus votos .

. Como las desgracias no suelen venir nunca solas, la institución eclesiástica también nos ha servido en los últimos tiempos sucios capítulos de corrupción con innombrables comportamientos clericales, que se agravan aún más, cuando se tiene presente el principio ético- moral de que “corrupctio óptimi ,pésima”.
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