Gregorio Delgado del Río La gran traición de los socialistas

Gregorio Delgado
Gregorio Delgado

"El pueblo soberano, la sociedad civil, es víctima de un ambiente autoritario, sectario e inquisitorial. La polarización y la propaganda han sido extremas"

"Estarán en la legalidad mientras la legalidad le permita adquirir lo que necesita; fuera de la legalidad… cuando ella no les permita realizar sus aspiraciones" (Pablo Iglesias Posse)

"Se alude a ciertos comportamientos habituales no conciliables con un sistema democráticoY, en demasiados casos, contrarios a la legalidad"

"Una sociedad que no tiene fuerzas para defender sus libertades y su modo de vida, está a merced de los bárbaros» (Raúl del Pozo), entra, por tanto, en descomposición"

"¿Por qué apoyar la sed de poder de Sánchez, que, si consigue imponer su proyecto, manchará, de modo imborrable, la historia del socialismo español?"

"¿Por qué el colectivo de los obispos siguen observando un silencio cómplice?"

"Estamos en manos de los que quieren irse, y todo indica que somos más los que queremos quedarnos. Iremos aprendiendo a votar" (Raúl del Pozo)

Llevamos ya bastantes años padeciendo en España el mismo drama. El pueblo soberano, la sociedad civil, es víctima de un ambiente autoritario, sectario e inquisitorial. Se gobierna desde la arbitrariedad, la prepotencia y el abuso de poder. El Gobierno mancha cuanto toca pues hasta pretende dirigir el estilo de vida de los ciudadanos, incluso en cuestiones éticas que pertenecen a la vida íntima de cada cual. Dispensa un trato discriminatorio entre los ciudadanos y los territorios. Utiliza como herramienta de gestión -no es, por cierto, el único- el enfrentamiento y la división (polarización extrema). No se distingue, precisamente, por respetar la legalidad existente. A tal efecto, ha asaltado impúdicamente la práctica totalidad de las instituciones del Estado a fin de manipular y retorcer todo lo que se oponga al interés y las aspiraciones del momento del partido socialista, personificado, como nunca, en el narcisista y ambicioso Pedro Sánchez.

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Nada de todo ello, ni de otras muchas actitudes habituales en este PSOE, encierra novedad alguna. Está siendo fiel a la antidemocrática orientación expresada en sus momentos fundacionales, esto es, a su ADN. Así lo manifestó Pablo Iglesias Posse en su discurso inaugural en el Parlamento un 7 de julio de 1910: “Estarán en la legalidad mientras la legalidad le permita adquirir lo que necesita; fuera de la legalidad… cuando ella no les permita realizar sus aspiraciones”. Desde entonces, el PSOE ha hecho honor a ésta su identidad, excepción hecha del gran servicio prestado a España en la Transición y, en general, en los Gobiernos de Felipe González. El problema, aunque se podrían mencionar algunos episodios anteriores poco ejemplares, ha surgido en los gobiernos de Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez.

Pedro Sánchez

Desde muy joven, me rebelé contra todo aquello que, viniera de donde viniese, limitara la capacidad del ser humano de ser dueño de su destino y de responsabilizarse de su vida. Hago mío, en consecuencia, el reproche firme de Miguel Segura al Gobierno Sánchez. Esto es, yo, como tantos y tantos, “no soporto el sermoneo constante al que me veo sometido, el latiguillo de la corrección. No aguanto que me digan lo que está bien y lo que mal, como debo hablar y escribir. Y constato que son muchos los ciudadanos que están pasando del cabreo al miedo (…). Me rebelo. No quiero ofender a nadie, pero a mí que no me digan cómo debo vivir, no me metan más miedo”. ¿Cómo, me pregunto, los socialistas se atreven a calificar, y apoyar, todo este entramado tan oscuro como un régimen progresista y democrático?

Ya era sabido por todos. Sánchez y la izquierda populista, como ha subrayado Maite Pagazaurtundúa, acataron desde un principio el identitarismo excluyente en Cataluña y la no aplicación de la Constitución ni tampoco ciertas sentencias judiciales. Aprobaron indultos arbitrarios, sin arrepentimiento y con el propósito de intentarlo de nuevo. Modificaron el Código penal eliminando la sedición y aliviando la malversación y corrupción. Dispensaron un trato de favor, claramente discriminatorio, en materia económico financiera. Dejaron indefenso al Estado. Blanquearon a Bildu y pactaron con ese mundo. ¿Cómo se han podido pasar por alto semejantes atropellos? ¿Nos hemos creído, incautos, el miedo a VOX y hemos reaccionado con la panza agradecida de la subida de las pensiones? Todo es posible. En tal caso, digámoslo con claridad, somos cómplices y responsables.

Lo siento. Pero, como no compartía tal estado de cosas, lo proclamé en el terrado. Sigo sin ver que Sánchez, en la anterior legislatura, se hubiera comportado como un verdadero demócrata. A todos aquellos que no han valorado esta decisiva circunstancia y, en consecuencia, han apoyado a Sánchez, les recuerdo que hay que ver como acaban las cosas. “Una sociedad que no tiene fuerzas para defender sus libertades y su modo de vida, está a merced de los bárbaros» (Raúl del Pozo), entra, por tanto, en descomposición. Esta es la realidad, que atestigua la historia de la humanidad. No seremos nosotros, los españoles, la excepción.

Todo sigue, aunque negado, el camino pactado desde el principio.  Todo depende ahora mismo del prófugo Puigdemont, que iba a ser traído a España, Sánchez dixit, para ser juzgado. El voto afirmativo de los diputados de Junts es necesario para la investidura de Sánchez. No es suficiente su abstención. Estremecimiento en las filas socialistas. Había que despejar a Puigdemont por la tangente. Y no se le ocurre otra cosa que urdir una maniobra al margen del marco legal. De nuevo aparece la identidad: no respetar la ley. Había que recontar los votos nulos de Madrid e intentar recuperar el diputado que el PSOE perdió en el último momento a favor del PP. Se ha hecho el ridículo, se han puesto en evidencia, han fotografiado hasta qué punto manejan, con pésimas artes, los resortes del poder. Y, al final, fracaso total: el TC rechaza por unanimidad el recuento de los votos nulos de Madrid. La investidura de Sánchez se encarece claramente.

La exigencia de Puigdemont es, si no se modifica, clara y terminante: amnistía previa a la investidura y referéndum posterior. El órdago a la grande está sobre el tapete. Sánchez, no lo duden, intentará complacerle. Ya veremos si le salen las cosas. La foto de la ignominia (Joan Martorell) ya la tenemos. No habrá reparo alguno, si lo estiman necesario, en pervertir, una vez más, la función del Parlamento. ¡Qué más da! Lo importante es seguir sirviendo de palanca a los nacionalistas separatistas y, con su apoyo, seguir ostentando otros cuatro años el Gobierno. Y suma y sigue. Pero, ¿de verdad, respetados socialistas, estáis seguros de vuestro apoyo a esta deriva? ¿Ni siquiera os entra duda alguna? ¿Por qué apoyar la sed de poder de Sánchez, que, si consigue imponer su proyecto, manchará, de modo imborrable, la historia del socialismo español?

En todo este inmenso desbarajuste y desgobierno, en el que todos, fuerzas políticas y ciudadanos individuales, parecemos estar empeñados en caminar enfrentados, destacan tres ideas que, en mi estimación, merecen, aunque sea breve, una reflexión seria:

1). ¿No les parece sorprendente que nuestros obispos, como colectivo, no hayan dedicado un minuto de su preciado tiempo a orientar a la sociedad en tan graves circunstancias? Lo que está ocurriendo en la sociedad española también afecta al creyente cristiano. ¿Acaso Francisco no se ha expresado con rotundidad sobre los peligros del nacionalismo? En mi opinión, no debiera haber permanecido en silencio. No es extraño que sea acusado, y con razón, de complicidad manifiesta.

2). Como ha subrayado Raúl del Pozo, “quizás el gran error de la izquierda, sobre todo de la española, es su apoyo al nacionalismo, cada vez con más descaro, porque gracias a ellos gobierna”. Se han rendido al separatismo y han olvidado su propia tradición. Sin ser pájaro de mal agüero, creo que, a este paso, traicionarán, presuntamente, su propia historia y a España. Lo pagarán, sin duda, en el futuro.

3). “Estamos en manos de los que quieren irse, y todo indica que somos más los que queremos quedarnos. Iremos aprendiendo a votar” (Raúl del Pozo). Me temo que no será así.

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