RD les ofrece algunos extractos de "El nombre de Dios es misericordia" (Planeta) Francisco: "Misericordia significa abrir el corazón al miserable"
Este martes, sale a la venta en todo el mundo "El nombre de Dios es misericordia" (en España Planeta), un libro-entrevista del periodista (y colaborador de RD), Andrea Tornielli al Papa Francisco, que promete ser uno de los ejes del Año Jubilar. Con este motivo, RD y Planeta llevarán a cabo una estrategia conjunta de promoción, que incluirá informaciones, entrevista y sorteos de libros entre nuestros lectores. Como anticipo, les ofrecemos algunos extractos del libro, que mañana será presentado en Roma por el secretario de Estado, Pietro Parolin, y el director Roberto Benigni, entre otros.
¿Qué es para usted la misericordia?
Etimológicamente, misericordia significa abrir el corazón al miserable. Y enseguida vamos al Señor: misericordia es la actitud divina que abraza, es la entrega de Dios que acoge, que se presta a perdonar. Jesús ha dicho que no vino para los justos, sino para los pecadores. No vino para los sanos, que no necesitan médico, sino para los enfermos.
Por eso se puede decir que la misericordia es el carné de identidad de nuestro Dios. Dios de misericordia, Dios misericordioso. Para mí, éste es realmente el carné de identidad de nuestro Dios. Siempre me ha impresionado leer la historia
de Israel como se cuenta en la Biblia, en el capítulo 16 del Libro de Ezequiel. La historia compara Israel con una niña a la que no se le cortó el cordón umbilical, sino que fue dejada en medio de la sangre, abandonada. Dios la vio debatirse en la sangre, la limpió, la untó, la vistió y, cuando creció, la adornó con seda y joyas. Pero ella, enamorada de su propia belleza, se prostituyó, no dejando que le pagaran, sino pagando ella misma a sus amantes. Pero Dios no olvidará su alianza y la pondrá por encima de sus hermanas mayores, para que Israel se acuerde y se avergüence (Ezequiel 16, 63), cuando le sea perdonado lo que ha hecho.
Ésta para mí es una de las mayores revelaciones: seguirás siendo el pueblo elegido, te serán perdonados todos tus pecados. Eso es: la misericordia está profundamente unida a la fidelidad de Dios. El Señor es fiel porque no puede renegar de sí mismo. Lo explica bien san Pablo en la Segunda Carta a Timoteo (2, 13): «Si somos infieles, Él permanece fiel, pues no puede renegar de sí mismo». Tú puedes renegar de Dios, tú puedes pecar contra Él, pero Dios no puede renegar de sí mismo, Él permanece fiel.

¿Qué lugar y qué significado tiene en su corazón, en su vida e historia personal, la misericordia? ¿Recuerda cuándo tuvo, de niño, la primera experiencia de la misericordia?
Puedo leer mi vida a través del capítulo 16 del Libro del profeta Ezequiel. Leo esas páginas y me digo: «Pero todo esto parece escrito expresamente para mí». El profeta habla de la vergüenza, y la vergüenza es una gracia: cuando uno siente la misericordia de Dios, experimenta una gran vergüenza de sí mismo, de su propio pecado. Hay un bonito ensayo de un gran estudioso de la espiritualidad, el padre Gaston Fessard, dedicado a la vergüenza, en su libro La Dialectique des exercises spirituels de saint Ignace de Loyola. La vergüenza es una de las gracias que san Ignacio hace pedir en la confesión de los pecados frente a Cristo crucificado.
Ese texto de Ezequiel nos enseña a avergonzarnos, nos permite avergonzarnos: con toda tu historia de miseria y de pecado, Dios te sigue siendo fiel y te levanta. Eso es lo que yo siento.
No tengo recuerdos concretos de cuando era niño. Pero sí de muchacho. Pienso en el padre Carlos Duarte Ibarra, el confesor que vi en mi parroquia ese 21 de septiembre de 1953, el día en que la Iglesia celebra a san Mateo apóstol y evangelista. Tenía diecisiete años. Me sentí acogido por la misericordia de Dios confesándome con él. Ese sacerdote era originario de Corrientes, pero estaba en Buenos Aires curándose de una leucemia. Murió al año siguiente. Recuerdo aún que después de su funeral y de su entierro, al regresar a casa, me sentí como si me hubieran abandonado.
Y lloré mucho aquella noche, mucho, oculto en mi habitación. ¿Por qué? Porque había perdido a una persona que me hacía sentir la misericordia de Dios, ese miserando atque eligendo, una expresión que entonces no conocía y que después elegí como lema episcopal. La reencontraría a continuación, en las homilías del monje inglés san Beda el Venerable, quien, describiendo la vocación de san Mateo, escribe: «Jesús vio a un publicano y, como lo miró con sentimiento de amor y lo eligió, le dijo: "Sígueme"». Ésta es la traducción que comúnmente se ofrece a la expresión de san Beda.
A mí me gusta traducir miserando, con un gerundio que no existe, misericordiando, regalándole misericordia. Así pues, misericordiándolo y escogiéndolo, para describir la mirada de Jesús que da misericordia y elige, se lleva consigo.

(...)
El papa es un hombre que necesita la misericordia de Dios. Lo he dicho sinceramente, también frente a los presos de Palmasola, en Bolivia, frente a esos hombres y aquellas mujeres que me recibieron tan calurosamente. A ellos les he recordado que también san Pedro y san Pablo habían sido prisioneros. Tengo una relación especial con aquellos que viven en prisión, privados de su libertad. He estado siempre muy unido a ellos, precisamente por esta consciencia de mi condición de pecador. Cada vez que cruzo la puerta de una cárcel para una celebración o para una visita, me viene siempre a la cabeza este pensamiento: «¿Por qué ellos y no yo? Yo tendría que estar aquí, merecería estar aquí. Sus caídas hubieran podido ser las mías, no me siento mejor que quien tengo delante». Y es así como me encuentro repitiendo y rezando: «¿Por qué él y no yo?». Esto puede escandalizar, pero me consuelo con Pedro: había renegado de Jesús y, a pesar de ello, fue elegido.
¿Por qué somos pecadores?
Porque existe el pecado original. Un dato que se puede constatar. Nuestra humanidad está herida, sabemos reconocer el bien y el mal, sabemos qué es el mal, intentamos seguir el camino del bien, pero a menudo caemos por causa de nuestra debilidad y escogemos el mal. Es la consecuencia del pecado original, del cual tenemos plena consciencia gracias a la revelación. El relato del pecado de Adán y Eva, la rebelión contra Dios que leemos en el Libro del Génesis, se sirve de un lenguaje imaginativo para exponer algo que realmente ha sucedido en los orígenes de la humanidad.
El Padre ha sacrificado a su Hijo, Jesús se ha rebajado, ha aceptado dejarse torturar, crucificar y aniquilar para redimirnos del pecado, para curar aquella herida. Así, aquella culpa de nuestros progenitores es celebrada como felix culpa en el canto del Exultet, que la Iglesia eleva durante la celebración más importante del año, la de la noche de Pascua: culpa «feliz», porque ha merecido dicha redención.