Jeremías, profeta

Jeremias
Jeremías no está ni mucho menos feliz con la designación que Dios le hace de ser profeta, al contrario está aterrado por esta misión: “El Señor se dirigió a mí y me dijo: Antes de darte vida ya te había escogido, antes que nacieras, ya te había apartado y te había destinado a ser profeta de las naciones. Yo conteste: Ay, Señor, Yo no soy más que un niño y no sé hablar. Pero el Señor, me dijo: No digas que eres un niño. Tú irás a donde yo te mande y dirás lo que yo te ordene” (1,4-7).

Ser profeta no es una profesión sino una elección por parte de Dios y querer escabullirse de esta elección es risible. Ser profeta es estar atento al querer de Dios; es un vivir tú a tú con él, es estar dispuesto, a denunciar la in justicia y toda clase de atropello que los poderosos infligen a los débiles. Por esta razón los poderosos buscan acallar la voz de los profetas porque constantemente denuncian las maldades a que éstos someten a los pobres.

Jeremías se vio envuelto durante su vida a toda clase de persecuciones. Por eso, en un momento de su vida exclamó: “Señor, tú me sedujiste, y yo me dejé seducir, eras más fuerte, y me venciste. A todas horas soy motivo de risa, todos se burlan de mí… Incluso mis amigos esperan que dé un paso en falso. Dicen: Quizás se deje engañar, entonces le venceremos y nos vengaremos de él” (20,7-10).

Pero más fuertes que sean sus trifulcas, Jeremías pone su vida entre las manos del Señor: “Cantad al Señor, alabad al Señor, pues él salva al afligido del poder de los malvados” (20, 13).Texto: Hna. María Nuria Gaza.
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