A vueltas con la teodicea Filipinas, símbolo de la injusticia global y del mal

(Agustín Ortega) - Todavía estamos sobrecogidos por el tremendo desastre y destrucción que ha golpeado a Filipinas ¡Cuánto sufrimiento, muerte e impotencia azota a todos los afectados y víctimas de esta catástrofe! Cuando suceden estas tragedias, la pregunta frecuente es ¿por qué?, ¿cuales son los motivos, causas o sentido de este dolor, del mal mismo? La filosofía o la teología, en especial la materia de la filosofía de la religión y teodicea, ha reflexionado, estudiado y profundizado sobre esta cuestión del mal que a continuación intentaremos tratar.

Lo primero que hay que comprender y distinguir es entre el mal moral o la injusticia, que es en buena medida evitable o prevenible, y el mal físico, metafísico, que corresponde a nuestra condición de ser humano, concreta y limitada. No hace mucho, en cierta medida, se situaba a estos fenómenos de la naturaleza como huracanes, tempestades, terremotos, etc., de modo particular, entre lo segundo, como un mal físico inevitable, provocado por las fuerzas naturales que se inscriben en el dinamismo en el que se encuentra el ser humano. Está claro que estos fenómenos naturales acontecen y parece que son inherentes a las condiciones de la naturaleza en la que se desenvuelve la vida de las personas, como lo es la enfermedad o la muerte, otros ejemplos, más palmarios todavía, de este mal físico o metafísico que afecta a la existencia por la misma condición de ser humano.

Pero, en la actualidad, la razón y la cultura, las ciencias sociales o humanas- los estudios ecológicos, sociales y filosóficos o éticos- nos muestran cómo estas llamadas catástrofes naturales, el mal que podría parecer que solo de viene de la naturaleza, no es solo eso. La experiencia histórica y los estudios nos enseñan cómo el mal provocado por estos desastres, denominados de la naturaleza, no afectan por igual a todo el mundo. Y, así, no son solo obra en exclusiva de los fenómenos naturales, sino de las condiciones históricas, humanas y sociales, económicas y políticas, ecológicas, de un desarrollo sostenible e integral. Es decir, primeramente, no producen los mismo efectos en los países o zonas llamadas más desarrolladas o enriquecidas que en las empobrecidas: como, por ejemplo, en el denominado cuarto mundo, los sectores más periféricos o marginales de estos países del Norte enriquecido; y en especial, sobre todo, en el llamado tercer mundo, en el Sur más empobrecido del planeta. Esto, como decimos, es claro en la realidad histórica y en la actualidad, lo que, a su vez, nos lleva a la cuestión de por qué hay zonas, estratos sociales o países y pueblos más subdesarrollados, más empobrecidos que otros, la relaciones Norte-Sur del planeta.

La respuesta es obvia y más que conocida o estudiada por las ciencias sociales, por los estudios e informes sobre el desarrollo, sociales, ecológicos..., de todo tipo y organización, que revelan claramente cómo el subdesarrollo y la pobreza, el empobrecimiento, es causado por la injusticia y desigualdad social, hoy, igualmente global. Esto es, hay unas personas y grupos sociales, unos países e instituciones, las más poderosos y enriquecidas. Tales como las políticas o gubernamentales (en la actualidad, asimismo, internacionales) y, sobre todo, privadas (de carácter económico) como las empresas multinacionales y financieras, en especial la banca. Las cuales, a través de la imperante ideología neo-liberal (liberalismo económico) y el sistema capitalita global con sus estructuras internacionales del trabajo y del comercio, de las finanzas y de la tecnología: causan esta injusticia y desigualdad mundial, global; es decir, generan una injusta e inmoral distribución de los bienes y recursos entre la humanidad. Es el acaparamiento, verdadero robo o expolio, de estos bienes y capacidades, de todo tipo, que se les hace a estas zonas o países más empobrecidos del planeta, perpetrada por los más ricos y poderosos, por estos poderes globales. Como son las empresas multinacionales y las corporaciones financieras-bancarias, con sus ricos o magnates cada vez más enriquecidos a costa de que cada vez haya más empobrecidos y excluidos, es decir, más injusticia y desigualdad mundial. Tal como, todo ello, se nos ha ejemplificado, una vez más, con la estafa de la crisis, inherente al capitalismo, hoy global, que por esencia es injusto y produce desigualdad y crisis social-mundial por sistema.

Filipinas es un claro paradigma, histórico y actual, de esta injusticia planetaria, de esa desigualdad global en forma de empobrecimiento y exclusión, sin las más mínimas condiciones de todo tipo, para afrontar situaciones climáticas de este calado, que podrían evitar mucho, mucho dolor y muerte. Además, como está más que contrastado por todo tipo de informes y estudios, estos fenómenos climático no son solo naturales sino que son potenciados, agravados por la depredación y destrucción ecológica a la que está siendo sometida el planeta, el ecosistema, por parte del capitalismo global. Sus políticas y economías del crecimiento, del productivismo que esquilma tanto a los pobres como a la naturaleza, insostenibles, del consumismo voraz, etc. son anti-ecológicas y nos pueden llevar, si no se remedia pronto, a más y a más destrucción ambiental, social y humana. Aun así, quedan las preguntas acerca del mal, ¿no hay ya justicia y vida para las víctimas?, ¿la injusticia y la muerte son definitivas?, las cuestiones de la filosofía y de la teodicea, de la misma fe, ¿si Dios existe porqué permite esto, es que acaso quiere el mal o es que no quiere impedirlo...? Y en donde los autores y estudios tienen una diversidad de planteamientos y reflexiones sobre estas cuestiones del mal.

Primeramente, con algunos autores, hay que decir que hay una "cierta" imposibilidad de una teodicea "total", es decir, en la cuestión del mal y de este en relación con Dios: se nos escapa algo, no lo podemos racionalizar ni asimilar del todo. En este sentido, la fe y, en concreto, el cristianismo, no es solo ni tanto una reflexión o filosofía sobre el mal, sino una experiencia teologal y espiritual donde el Dios revelado en Jesucristo se nos manifiesta como el Anti-mal. Jesús, más que racionalizar (con un racionalismo estrecho) y filosofar sobre el mal, trató de comprenderlo, de darle sentido, y, en especial, de luchar contra él, de regalarnos e impulsar la salvación liberadora de todo mal y pecado, de toda injusticia y opresión. Jesús luchó contra todo mal con su proyecto o propuesta del don del Reino de Dios, Reino de amor fraterno y perdón, paz y justicia con los pobres, de felicidad, sentido y vida en abundancia, que culmina en la vida plena-eterna. Ahora bien, en esta línea y con otros autores, continuando y profundizando aspectos de lo ya comentado, es razonable comprender y asumir que Dios no quiere el mal, que ni lo manda ni lo permite, ni siquiera como a veces se dice, erróneamente, para curarnos de un mal mayor. El Dios en Jesús, Dios Padre con Entrañas Maternas, Dios Todo Amoroso, el Dios Amor, ni nos envía ni tolera el mal.

Como decíamos, Dios es el Anti-mal que quiere y posibilita la vida en el Espíritu que vivifica y anima al ser humano: a que luche por la fraternidad, la paz y la justicia con los pobres, contra todo mal e injusticia; frente a toda religión o espiritualidad evasiva, alienante, conformista que es pasiva, resignada o sumisa ante el mal y la injusticia, que es lo contrario al Evangelio y a la fe cristiana. Sabiendo que en muchas ocasiones, como ha constatado la experiencia y la razón, la misma filosofía o la teología, el verdugo parece que triunfa sobre la víctima, que la injusticia y el mal moral, el dolor o muerte injusta, evitable, se imponen. Pero es ahí cuando nos podemos abrir al regalo de la fe y de la vida, de la vida plena y eterna. Al Dios que nos salva y resucita, que hace justicia a la víctima y al pobre, lo libera de ese dolor y muerte injusta, le da vida sin fin, para toda la eternidad. Todavía más, puede hacer posible el perdón, la reconciliación entre el verdugo y el oprimido, entre el victimario y la víctima, el poderoso y el pobre, restituyendo en la justicia fraterna y reconciliadora. Además, como ya indicamos, es razonable y asumible pensar que esos llamados males más físicos o metafísicos, inevitables, como el dolor o la enfermedad y muerte sin remedio son fruto de nuestra condición humana, finita o limitada en origen y camino, como los seres humano que somos. Aunque llamados en vida y destino a lo infinito, a la transcendencia inmortal, a la resurrección, a la vida eterna en Dios que regala u ofrece a todo ser humano. Como nos muestra la razón y la filosofía, el que estemos determinados (constituidos) como seres humanos imposibilita otra determinación (condición o naturaleza) como ser Eterno en Origen, en Esencia, etc. como Dios. No somos Dios ni tampoco ángeles, somos seres humanos y, como tales, estamos constituidos por nuestra naturaleza o esencia humana, creada, limitada. Así nos ha creado Dios en su Plan y Sabiduría inabarcable, que nos revela que, a pesar de todo, la vida es bella, hermosa, es digna de ser vivida, tiene sentido y estamos llamados vivirla en la felicidad del amor, la fraternidad y el compromiso por la justicia con los pobres.

Este sentido de la existencia, este amor, belleza y felicidad de la vida, que para la fe es don de Dios- llamada a vivirla ya en la salvación del amor y la justicia, de la vida plena y eterna-, nos permite afrontar y darle sentido a ese dolor o muerte inevitable. Es la experiencia de fe que Dios habita en nosotros, nos vivifica y nos va liberando de ese dolor o de la muerte que no tienen la última palabra, sino la vida, la vida plena, eterna en el Dios de la vida. Tal como nos muestra incluso la psicología, es esa capacidad humana y psico-espiritual de integrar el dolor inevitable, la muerte forzosa, etc. Es la integración, sanación y liberación integral de lo negativo u oscuro de la existencia, donde la fe es todo un potencial de luz, salud y desarrollo integral. De lo cual, han sido modelos y testimonios los santo-as.

Ahí tenemos, por ejemplo, a Francisco de Asís, capaz de ponerse a cantar una vez despojado de todo, solo y sin nada, de confraternizar con el dolor y llamarle hermano al fuego, que le iba a cauterizar los ojos, y después de esto, de estar casi ya ciego, componer el famoso "Cántico a las criaturas", un cántico a la alegría y belleza de vivir, donde asimismo llama hermana a la muerte. Es el arte de la vida, hacer de la vida un arte, como el pobre de Asís y tantos, tantos testigos de la fe. Al igual que todos aquellos que ahora siguen luchando contra el mal, con todas esas prácticas de solidaridad y justicia con el pueblo filipino, con todos los pobres de la tierra, que es la mejor expresión de una teodicea que testimonia la fe en el amor y la justicia de Dios en el mundo, frente a todo mal e injusticia.

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